El agujero negro de la concentración económica

A los impactos sociales, ambientales y políticos de la concentración económica se suma la inestabilidad sistémica que genera, el ejercicio que hace el capital financiero de su hegemonía y la expansión de varios sistemas delictivos agravados (crimen organizado, tráfico de personas, armas y drogas) utilizando bancos y guaridas fiscales.La economía global contemporánea mantiene un rumbo que tiende hacia una cada vez más acelerada concentración de la riqueza (activos e ingresos). Una vez establecida, la dinámica concentradora resulta muy difícil de desmontar porque fortalece cada vez más a los actores beneficiados que logran extender su poder económico sobre la política, los medios, el sistema educativo, las usinas de pensamiento estratégico, los encargados de formular reglas y supervisar regulaciones.

Respaldados en ese creciente poder multidimensional, los sectores que concentran los resultados del esfuerzo social posibilitan o imponen una serie de condicionamientos para proteger la reproducción de sus privilegios; entre otros los siguientes:

(i) Vigencia de valores y principios que son funcionales a sus intereses (codicia, egoísmo, violencia, ninguneo de los otros, irresponsabilidad).

(ii) Alientan y financian el desarrollo de ideologías, interpretaciones y políticas que se tornan hegemónicas; son presentadas como superiores a las demás e inmunes al paso del tiempo y a los cambios de circunstancias.

(iii) Imponen sistemas de gobierno formalmente democráticos pero que vacían de contenidos esenciales a través de su capacidad de condicionar los resultados electorales (democracias digitadas).

(iv) Generan conductas sociales que esterilizan la determinación y movilización transformadora, como son la alienación existencial, los escapismos adictivos, el consumismo irresponsable, la atomización de la voluntad ciudadana, la desunión de sectores populares que podrían no antagonizar sino trabajar para hacer converger sus intereses y necesidades.

Es así que la forma de funcionar que se nos ha impuesto y de la cual cuesta salir no hace sino reproducir las condiciones para que el presente proceso de concentración mantenga su vigencia.

La contra cara de la concentración económica es una extendida desigualdad entre países y al interior de cada sociedad. Esa desigualdad se expresa en muy diferentes niveles de vida: coexisten minorías afluentes que acceden a un consumo conspicuo de productos de lujo, junto con inmensas mayorías sumidas en la pobreza y la abyecta indigencia y, entre ellos, sectores medios los cuales, sometidos a agresivas y omnipresentes campañas de publicidad comercial, tienden a remedar pautas de consumismo superfluo actuando como amortiguadores de la conflictividad social derivada de la desigualdad.

Al sufrimiento impuesto a cientos de millones de seres humanos, se suma la destrucción ambiental y la inestabilidad inherente a un funcionamiento altamente concentrado. Es que el sistema económico no tiene otra opción que producir para quienes disponen de ingresos que son segmentos minoritarios de la población: sectores afluentes y capas de sectores medios. Cuando esta demanda efectiva resulta insuficiente para absorber una dinámica oferta productiva que procura siempre expandirse, la dinámica concentradora busca formas de extender el mercado si bien no a través de acrecentar ingresos genuinos a ritmos que permitan cerrar brechas de demanda (eso implicaría transformar en cierta medida el proceso de concentración). En cambio, la solución a la que acuden es proveer financiamiento a quienes no disponen de ingresos genuinos suficientes, lo cual puede dinamizar la economía pero sólo hasta el límite impuesto por la capacidad de repago de quienes se endeudan. Cuando se sobrepasan esos límites se generan temibles burbujas financieras que al estallar provocan reacciones en cadena y, eventualmente, crisis que pueden ser parciales o sistémicas.

De este modo, un proceso de incesante concentración de activos e ingresos llega a un punto donde la misma concentración se transforma en una severísima restricción para su reproducción: no es capaz de generar una demanda efectiva a tasas comparables con los requerimientos de colocación de la oferta productiva. Esta restricción y la apetencia de seguir obteniendo altas tasas de ganancia desvían cada vez más la asignación del capital financiero hacia otros sectores alejados de la economía real. Sólo una parte de la oferta financiera seguirá atendiendo al mercado consumidor existente pero el resto buscará otros espacios de mayor rentabilidad relativa: (i) el de los sistemas delictivos agravados (crimen organizado, tráfico de personas, armas y drogas) utilizando bancos y guaridas fiscales, y (ii) el espacio de la especulación financiera materializada a través de extraer valor de quienes se esfuerzan en producir o comercializar bienes y servicios.

La búsqueda competitiva de mayores márgenes de rentabilidad operando con “clientes” dentro de los sistemas delictivos agravados y pergeñando esquemas ilegales de una cada vez más desaforada especulación financiera, va quedando en evidencia con el creciente número de denuncias penales contra grandes bancos internacionales y otras instituciones financieras [[Un listado de recientes denuncias se reproduce en el artículo Nos han robado hasta la primavera publicado en este mismo número de Opinión Sur.]].

El agujero negro de la concentración económica aparece con la ruptura del crecimiento orgánico y la instalación de una dinámica perversa que se torna insostenible cuando se acelera con el tiempo por el propio peso y lógica de expansión de una acumulación de tipo concentradora [[Existen otras formas de acumulación que son no concentradoras, sea porque se imponen otras lógicas desconcentradas de formación de capital o sea, por defecto, que el Estado dispusiese de plena capacidad para aplicar con firmeza permanentes mecanismos redistributivos del excedente social y para supervisar con efectividad cualquier intento de evadirlos. ]] . Dinámica que, se mencionó, es sostenida a través del control del Estado, de los medios de comunicación, del sistema educativo, de la imposición de un pensamiento hegemónico funcional al proceso de concentración y de la manipulación del sistema democrático.

¿Puede cambiarse esta dinámica? Por supuesto que sí, pero requiere de un accionar concertado por parte de los liderazgos que las mayorías poblacionales sepan proveerse de modo de efectivamente producir transformaciones en la forma de funcionar sin caer en la trampa de reemplazar un grupo dominante por otro. En definitiva, de lo que se trata es de construir democracias plenas con el sustento popular necesario para cambiar el rumbo sistémico y sostenerlo a través del tiempo.

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