Donald J. Trump: ¿Precursor?

El mundo se encuentra atrapado entre dos grandes transiciones: una en Estados Unidos y otra en China. Este artículo versa sobre la primera de estas transiciones. Le seguirá un segundo artículo acerca de la segunda transición, la china.

Escribo este artículo en vísperas de una elección presidencial en Estados Unidos que representa un punto de inflexión en la historia de esta superpotencia. Aquellos que acuerdan con esa representación creen que el coloso estadounidense está entrando en un período de transición entre una república democrática liberal y un régimen imperial más despótico (para el cual aún no tenemos un nombre). En este sentido, la presidencia del Sr. Trump es considerada un momento pivotante—el equivalente histórico del cruce del río Rubicón por César.

Todos conocemos la historia. César sentó un precedente. César llegó al poder no como un dictador romano convencional (la institución tenía límites de mandato) sino como un tirano (un déspota sine die[1]) con el apoyo de los populares (los plebeyos anti-elite). Eventualmente, fue asesinado por los senadores de la República, quienes actuaron convencidos de que la única manera de neutralizar la tiranía era con un tiranicidio. Luego de considerable agitación, el régimen que eventualmente le siguió proclamó la restauración del viejo sistema pero era en realidad un nuevo autoritarismo bajo el disfraz de las antiguas instituciones. César Augusto presidió como un semi-dios por 40 años una consolidada Pax Romana, antes de entrar Roma en un largo período de decadencia intermitente.

La analogía parece ser un poco exagerada y no insistiré en ella excepto como una plataforma desde la cual presentar el siguiente interrogante: ¿es la presidencia de Trump—sea que dure un período o más—una aberración o el presagio de una nueva era? El sistema estadounidense ha tenido algunos años muy malos durante los cuales se han roto muchos precedentes consagrados. La polarización está descontrolada y está atizada desde el mismo centro de poder. La confianza en las instituciones se ha roto, el balance de poder se ha transformado en un punto muerto y la política se ha movido hacia las calles. Miembros presentes y pasados de la elite estadounidense están debidamente alarmados. Sin embargo, otros se consuelan con el hecho de que elecciones regulares ofrecen la posibilidad de cambiar el curso y designar nuevos líderes. Por lo tanto, varios depositan la esperanza en un político normal y ya probado en la vieja usanza: el Sr. Biden. Estados Unidos puede deshacerse del presidente Donald Trump—y puede ser que esté a punto de hacerlo, pero qué pasa si no lo logra. Incluso si lo logra, ¿será suficiente para reparar el sistema que se ha roto?

Estoy convencido de que una respuesta no se encontrará en los argumentos económicos, que es el campo al cual se recurre en primera instancia en muchas discusiones que han sido publicadas o en el discurso común. Si miramos los datos e indicadores económicos de las últimas presidencias estadounidenses, no podremos extrapolar de ellos la agitación política y cultural que aflige a la sociedad. Tampoco podremos inferir las grandes fluctuaciones en el balance geopolítico mundial. Los siguientes gráficos extraídos del Banco de la Reserva Federal de St. Louis y el Departamento de Estadísticas de Empleo de Estados Unidos que fueron publicados en el periódico The New York Times, presentan el comportamiento de algunos de los indicadores básicos durante las subsecuentes presidencias.

Cambio en el empleo bajo cada presidencia


Cambio anual en los ingresos semanales de los trabajadores de menores ingresos


Cambio en el PBI trimestral, desde un año antes

Como podemos ver en los gráficos, las presidencias de uno u otro partido no influyen mucho en las megas tendencias. Los eventos que escapan a su control sí lo hacen. Los dos más destacados son la crisis financiera y la Gran Recesión de 2008-9 y la pandemia de Covid-2 en 2019-20. La clave está en la anticipación de los eventos disruptivos y la preparación para hacerles frente (o su falta de preparación y anticipación).

¿Esto significa que las políticas no cuentan? Nada podría estar más lejos de la verdad. Sin embargo, según mi estimación, las variables principales son culturales y políticas contra un trasfondo de tendencias sociológicas subyacentes.

Las políticas importan mucho y de dos maneras. Primero, las decisiones realizadas al principio de la crisis, y su subsecuente manejo, importan mucho. Nuevamente, mucho depende de la visión y preparación. Este fue el caso en el lejano pasado durante la Gran Depresión con FDR y su New Deal y el establecimiento de obras públicas y la administración de la seguridad social. En crisis recientes, durante la Gran Recesión, el paquete de rescate del presidente Obama para los sectores industrial y financiero fue muy importante. Estas medidas son importantes porque representan iniciativas de corto plazo en el manejo de la emergencia. Segundo, las políticas importan en el largo plazo porque cambian la orientación de toda la economía y pueden tanto promover como entorpecer su sustentabilidad, especialmente en cuatro áreas con implicaciones globales y geopolíticas: energía, clima, ingresos y salud.

En estas dos esferas de las políticas—manejo de la crisis y la estrategia de largo plazo—podemos calibrar la calidad del liderazgo. Puede ser tanto oportunista como estadista. En esos dos campos, la administración de Trump ha demostrado una remarcable falta de capacidad. Brevemente, Donald Trump actuó como el Pato Donald. Se montó sobre los logros de sus predecesores y se llevaba el crédito por ellos, mientras los tiempos continuaron siendo favorables; falló en el manejo de la crisis cuando ésta azotó, mostrando una respuesta errática y azarosa, tanto que hizo que la situación empeorara mientras culpaba a chivos expiatorios por sus fracasos que eran previsibles de ocurrir.

Complacencia, visión cortoplacista y soluciones rápidas revelaron una asombrosa falta de visión. Éstas son características de la cultura estadounidense[2], pero fueron terriblemente exageradas bajo Trump. Siempre y cuando el vivir fuera sencillo, concedieron indulgencia a pasiones perversas típicas de un hombre y su electorado, la cual se tradujo en iniciativas destructivas con serias implicaciones en un sentido geopolítico mayor y de más largo alcance. Al estimular resentimientos sociales, una mirada hacia atrás a un pasado mítico y un odio por el Otro—sean minorías internas, inmigrantes o naciones extranjeras—estas iniciativas causaron daños duraderos a los logros anteriores y debilitaron la posición global de la superpotencia.

Conforme se acerca la elección, la opción básica (lo que los franceses llaman l’enjeu, o lo que está en juego) es una entre la difícil y la peor: intentar y salir de la madriguera de conejos o caer aún más profundo dentro de ella. Mientras tanto, a miles de millas marinas de allí, en el Lejano Este, otra gran potencia está surgiendo rápidamente la cual también está atravesando una “gran transición”. Mucho en el mundo dependerá de su orientación y manejo[3]. En asociación con Estados Unidos, podrá conducir al planeta en una dirección sustentable. En conflicto con Estados Unidos, conducirá al planeta derecho hacia encallar en bancos de arena. Éste será el tema de un artículo futuro.


[1] . N. T. Expresión latina que refiere a sin plazos o fechas de vencimiento; en este contexto déspota indefinido.

[2] . Ver un entretenido clásico: Philip Slater, The Pursuit of Loneliness.  American Culture at the Breaking Point, publicado por primera vez en 1969.

[3] . Para un adelanto, pueden leer Gideon Rachman, “China’s Covid triumphalism could be premature,” Financial Times, 26 October 2020.

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