Un nuevo y crucial debate se ha instalado en torno a la “estrategia de salida” de la crisis económica y financiera global: continuar con las políticas de estimulo hasta que se vislumbre una recuperación sustentable o iniciar un proceso de ajuste y austeridad que reduzca progresivamente los abultados déficits fiscales y niveles de endeudamiento en que incurrieron los países desarrollados para enfrentar la contracción económica y desactivar la crisis financiera. La prevalencia a nivel global de uno u otro posicionamiento estratégico puede apuntalar la debilitada recuperación o, por el contrario, conducir a una nueva contracción o, más apocalípticamente, a una depresión, como avizora Paul Krugman en reciente artículo en el New York Times. Ante una recuperación tan frágil en EEUU y una crisis fiscal tan severa en Europa, la respuesta a esta disyuntiva es crucial para el futuro de la economía global. El enfrentamiento de ambas estrategias ya generó fuertes polémicas en la reunión del G-20 en Toronto. Por un lado, Europa y Canadá proclamando el ajuste y la austeridad; por otro EEUU y América Latina respaldando el gasto y los estímulos. La polémica quedó planteada pero no obtuvo una respuesta consensuada, más bien una declaración final que enuncia que cada país haga lo que estime conveniente y que tanto el gasto como la austeridad son bienvenidos según las circunstancias, en un marco de sustentabilidad fiscal.
Al igual que en Toronto, el mundo académico debate y se polariza ante ambas posiciones. Para Paul Krugman, fervoroso defensor de las políticas Keynesianas, “la austeridad alemana, impuesta a otras naciones de la Zona Euro, a la inversa de lo esperado, agravará la crisis en Europa haciendo más difícil la recuperación de las economías en dificultades, como la española”. Lo mismo piensa Jorge Soros quien atacó duramente las políticas procíclicas que Alemania impone a los países más débiles de la Eurozona sin tener en cuenta las lecciones de la Gran Depresión. En posiciones similares se encuentran George Stigler, Martín Wolf y finalmente Robert Skidelsky, biógrafo de Keynes, quien criticó fuertemente la “conversión a la austeridad” y pronunció una frase que resume magníficamente lo crucial de una decisión en uno u otro sentido: “Estamos por embarcarnos en un experimento trascendental para descubrir cuál de las dos historias de la economía es la verdadera. Si la consolidación fiscal demuestra ser el camino a la recuperación y el crecimiento rápido, entonces deberíamos enterrar a Keynes de una vez por todas. Si en cambio, los mercados financieros y sus lideres resultan ser tan “supertontos” como Keynes pensaba que eran, entonces es necesario enfrentar como es debido el desafío que plantea a un buen gobierno el poder financiero”.
Del otro lado se encuentran los líderes europeos más importantes, entre ellos Jean-Claude Trichet, Presidente del Banco Central Europeo, quien sostiene que el ahorro fiscal incrementará el gasto privado reduciendo la incertidumbre respecto de la política impositiva y la deuda del gobierno, reconstruyendo confianza. También acompañan esta posición los Republicanos en EEUU y en particular la nueva dirigencia inglesa, particularmente la Ministra de Economía Christine Lagarde, que en una posición un poco diferente a los “ultra austeridad”, afirmó que no existe una contradicción entre rigor fiscal y recuperación e introdujo el termino “riguperación” al cual definió como “un equilibrio sutil entre las medidas de responsabilidad fiscal y crecimiento, en una situación difícil”.
Indudablemente que estamos ante posiciones muy diversas y en este contexto es difícil abordar el análisis para acercarnos a una respuesta a la interrogante que nos hemos planteado, y que hoy se plantea el mundo económico: ¿estímulos o austeridad?; ¿gasto o ajuste? Tampoco existe una teoría económica que pueda ser utilizada para predecir la evolución y construir la estrategia de salida de una crisis financiera y económica con epicentro en el corazón del mundo desarrollado. Hoy la teoría económica ha dejado de liderar el análisis, se va construyendo teoría y verificando hipótesis en forma empírica, a medida que se extiende y expande la crisis. Por lo tanto, abordar el inicio de un debate más consistente en torno a esta controversia requiere tener un panorama del contexto global en cual esta controversia se desarrolla; acudiremos a identificar aquellos rasgos de la realidad más relevantes a esta disyuntiva estratégica, restringiéndonos a aquellos sobre los cuales existe un relativo consenso:
(i) No existen dudas en cuanto a que la economía y las finanzas están completamente globalizadas; por lo tanto las acciones que adopte un país o región frente a la crisis repercutirá a nivel global. El “laissez-faire” sin consecuencias de la Declaración de Toronto es ingenuo.
(ii) Por otro lado, se reconoce que a pesar del alto grado de globalización existen realidades particulares: la CEE y la Zona Euro constituyen esquemas superiores de integración que deben velar por sus conquistas, más allá de que triunfen o fracasen en el intento.
(iii) EEUU es la economía más grande del mundo y el principal mercado, su motor lo constituye el gasto de los consumidores que explica el 70% del producto. Aquí la reducción del gasto puede tener repercusiones enormes para EEUU y para la economía global.
(iv) El rol de los BRICS, y de otros países de América Latina, Asia y África es fundamental para mantener los niveles de actividad y comercio en el periodo de transición hacia un escenario global de mayor crecimiento y regeneración de empleo; particularmente en lo que se refiere a China, cuyo nivel de actividad es cada día más relevante para sostener la demanda global. Ninguno de ellos ha generado durante la crisis los desequilibrios fiscales que caracterizan al mundo desarrollado, quizás porque muchos de ellos sufrieron sus propias crisis y habían iniciado el ajuste con anterioridad. No tienen urgencia de aplicar políticas de austeridad sino de crecimiento, de innovación, de inclusión y de fortalecimiento de su base exportadora.
En el marco de esta realidad, nos vemos tentados a concluir, en forma muy preliminar, que Europa requiere implementar una política de “riguperación” retomando el término de Christine Legarde. Los niveles de déficits y endeudamiento fundamentalmente de los “PIIGS” eran insostenibles y hacían peligrar todo el esquema de integración Europea, fundamentalmente la moneda común: el euro.
Ahora bien, admitimos como valido el termino de Legarde siempre y cuando el mismo signifique un ajuste con rigor, pero tambien con sensibilidad y racionalidad, mejorando a su vez la calidad del gasto y la eficiencia del mismo. En todos los años de la precrisis dominó un gran derroche de los recursos públicos que acompañaron la gran “fiesta del crédito y el consumo” en Europa. No sería justo, como ya esta sucediendo en muchos países de la CEE, que ahora el costo de la fiesta la paguen los sectores cuyos beneficiarios ofrecen la menor resistencia social y política. “Rigor y recuperación” en el recorte implica un enfoque de ajuste transformador, en lo social y lo productivo. Europa no puede perder productividad, competitividad ni estabilidad social y política frente al resto del mundo. Si la poda se hace con fervor indiscriminado, Europa agudizara los problemas que venia enfrentando antes del estallido de la crisis global y quedara con un déficit y un endeudamiento “políticamente correctos”, con su sistema financiero a salvo de riesgos soberanos, pero económicamente rezagada frente al resto del mundo.
Lo que puede ser válido para Europa, no es válido para el resto de los países. Considero que aún es demasiado riesgoso iniciar una política de reducción del gasto fundamentalmente en EEUU y en los BRICS; aunque la oposición a Obama en el Congreso desafía el Keynesianismo con el cual EEUU enfrentó inicialmente la contracción. Hace unos días los temores del Congreso respecto del déficit frustraron los esfuerzos de la gestión de Obama por aprobar un nuevo mini estimulo.
En conclusión, de Pittsburg a Toronto mucha agua ha corrido bajo el puente: mientras que en la reunión del G-20 del año pasado las grandes economías impulsaron un estímulo keynesiano global al prometer un estímulo fiscal del 2% del PBI mundial para apuntalar la demanda, en la reunión de junio los países desarrollados se comprometieron a reducir sus déficits para respaldar un ajuste fiscal colectivo de alrededor del 1% de su PBI combinado el año próximo, la mayor contracción presupuestaria sincronizada en al menos cuatro décadas.
Es probable que el resultado no sea otra depresión del estilo Hoover, pero seguramente será una recuperación más débil, socialmente más dolorosa y mucho más lenta de la que habíamos previsto cuando el Keynesianismo aún prevalecía sobre la austeridad. Queda por verificar la sustentabilidad y la eficacia estratégica de ambas posiciones. Los próximos meses serán cruciales para dilucidarlo.
Opinion Sur



