Con frecuencia permitimos, consentimos o nos es imposible evitar hechos que vandalizan nuestra trayectoria social. En el centro del vandalismo está la gravosa concentración de la riqueza y los ingresos, asentada en esfuerzos productivos pero también en privilegios, prebendas, actitudes leoninas, sistemas delictivos, impiedad por los desposeídos, irresponsabilidad de los que más tienen, ninguneo a débiles y vulnerables, injusticias legales y de las otras, latrocinios abiertos y encubiertos, destrucción ambiental, agravios a la cohesión social. ¿Cómo entonces sorprendernos que ante tamaño desborde de agresiones aparezcan crisis como las que estamos atravesando? ¿Somos tan ciegos, ignorantes o negligentes que no podemos ver que lo que sembramos conduce a lo que cosechamos? ¿O será que algunos logran justamente cosechar para su provecho aquello que el conjunto siembra con denodado esfuerzo y engañada esperanza? Ante una crisis se juega lo mismo que se jugaba antes que eclosionara, solo que ahora más gravosamente para las mayorías.
La paz y la justicia van de la mano y debieran guiar todos los demás desarrollos, incluso el científico y tecnológico. Es el rumbo y la significación lo que vale; el resto son instrumentos.
Seguimos creyendo que un desarrollo justo y sustentable es posible aunque hay que construirlo, gramo a gramo, recogiendo aportes, pensando y procediendo rectamente. Ojala este número de Opinión Sur contribuya lo suyo.
Cordial saludo,
Los Editores