CATASTROFE EN TIERRA SANTA

Sin un auténtico reconocimiento y perdón mutuo entre los contrincantes un conflicto puede quedar “congelado” sin resolución consecuente y sostenida.  Es lo que ha de suceder con mayor probabilidad en Tierra Santa y en Ucrania. La multipolaridad geopolítica actual no es favorable a una paz verdadera.

El impactante ataque terrorista de Hamas (organización que controla la franja de Gaza)  contra Israel el 7 de octubre del 2023 apareció frente al mundo como una catástrofe en el más puro sentido etimológico de la palabra. El vocablo deriva del griego καταστροφή y quiere decir “ruina,” “destrucción.”  En sentido estricto significa “voltear hacia abajo”, o cambiar las cosas para lo peor.            

Lo que quedó volteado hacia abajo fue el largo ‘ninguneo’ israelí de los palestinos y la complacencia occidental (y no sólo occidental) con el dejarlos de lado. Los griegos antiguos, tan adictos al teatro como lo somos nosotros a las pantallas de cine y televisión, no usaban la palabra para describir un desastre natural, sino un “golpe teatral,” y en especial el desenlace de una tragedia.            

En Medio Oriente la tragedia comenzó con la fundación del estado de Israel en un terreno hasta entonces habitado por pastores y campesinos con otra cultura y religión –sin vestigios ni esbozos de un estado. Esa población fue desplazada y forzada por ende a un nomadismo distinto: el de refugiados a la intemperie y a merced de la caridad ajena en vez del fruto tradicional de su trabajo.           

Los estados árabes circundantes –negacionistas del sufrimiento secular de los judíos en Europa y del derecho a la existencia del estado de Israel—usaron la causa palestina como pretexto para tratar de aniquilar el estado judío inserido en su medio por las potencias de turno. Fracasaron.           

Por su lado los palestinos desplazados comenzaron un doloroso proceso de construcción de una conciencia nacional[1] y de búsqueda del reconocimiento en la diáspora a la que fueron obligados. Árabes, judíos, y palestinos se embarcaron en una lucha –con frecuencia feroz—por el reconocimiento de cada uno a expensas de otro. Esa lucha ha sido desde entonces el motor de la tragedia –en el más puro sentido griego. Desde el punto de vista geopolítico esa tragedia se ubica en un conflicto mayor: el de las grandes potencias.  En ese conflicto los palestinos han sido y siguen siendo carne de cañón.           

Que la lucha por el reconocimiento por parte del otro sea motor de historia y una de las causas profundas de la miseria humana no es una tesis novedosa.[2] En la historia de las ideas occidentales su formulación más convincente es la de Hegel. ¿Quién supondría que el corto pasaje de una vieja filosofía pudiese iluminar la marea de sangre que hoy baña Tierra Santa?       

Y sin embargo lo hace con el poder de la razón.            

La dialéctica del amo y el esclavo es uno de los pasajes más famosos de la filosofía hegeliana. En un fragmento agregado a último momento a su Fenomenología del Espíritu  Hegel describe la lucha entre dos conciencias que buscan ambas el reconocimiento de la otra. La dialéctica del amo y el esclavo termina en una dominación y en un reconocimiento imperfecto[3].            

En materia geopolítica los conflictos bélicos terminan a veces no como una paz superadora sino como “un conflicto congelado” que las partes aceptan a regañadientes hasta una nueva confrontación.  Ejemplos: la Guerra Fría, el caso de las Malvinas, la relación entre las dos Coreas y lo que con gran probabilidad habrá de suceder en Ucrania. Es una dialéctica imperfecta porque el antagonismo se repite en forma fatídica y fatal. La relación amo/esclavo puede invertirse (lo hace con  frecuencia) pero no se resuelve en una síntesis superior (Aufhebung –palabra intraducible del alemán[4]).           

Los intereses económicos y estratégicos de las potencias mundiales intervienen sin duda en el conflicto Israel/Palestina y constituyen la mayoría de los análisis y comentarios que los medios tanto de comunicación como académicos nos presentan día a día.  Pero en general las opiniones soslayan lo que a mi juicio es el meollo de la cuestión, a saber: la dialéctica del reconocimiento y su difícil superación.           

Las mejores proyecciones sobre el desarrollo del conflicto tienen, como es de esperar, un sesgo económico y/o estratégico.  No obstante, podemos aprovechar sus escenarios desde el punto de vista de una posible superación del conflicto de acuerdo con la dialéctica del reconocimiento[5], antesala indispensable de una (lejana pero posible) reconciliación.            

Uno de los escenarios propone que el conflicto queda limitado a la franja de Gaza, sin extenderse por toda la región.  En esa hipótesis, Israel no destruye sino erosiona la capacidad militar de Hamas, deja un saldo de muchas víctimas civiles, y el conflicto queda por el momento “congelado, ” con pérdidas de vidas, materiales y de imagen por ambos lados. Quienes sin duda reemplazan al actual primer ministro israelí no cambian el statu quo, y quienes reemplazan a Hamas en el control de Gaza lo hacen en forma precaria con o sin ayuda internacional. No hay superación del conflicto y se mantiene la relación actual de dominación (amo/esclavo).           

Un segundo escenario sugiere que a la guerra actual sigue una normalización regional y una paz más duradera. La campaña de Israel contra Hamas logra vencer a esa organización sin producir “demasiadas” víctimas civiles.  Fuerzas moderadas (la Autoridad Palestina o una coalición de países árabes) proceden a administrar el territorio de la franja.  El primer ministro Netanyahu renuncia y es reemplazado por un gobierno centrista de una u otra tendencia, izquierda o derecha, inclinado a “resolver” la cuestión palestina con serias concesiones, al mismo tiempo que normaliza sus relaciones con Arabia Saudita. Ese supuesto gobierno calmaría también su relación con Irán, lo que conduciría a levantar algunas sanciones occidentales a ese país por parte de un gobierno demócrata en los EEUU. Esta paz es incompleta, sin reconciliación, pero un poco más estable. Se trata de lo que Hegel llamaría “un reconocimiento imperfecto.”           

El tercer escenario es por el contrario más catastrófico, con la entrada del grupo Hezbollah en la guerra, respaldado por Irán, que obliga a Israel a tener otro frente de batalla. En ese caso es muy probable que Israel ataque centros nucleares en Irán, con apoyo logístico o quinético de los Estados Unidos. Puede producir el reemplazo de los clérigos iranies en el poder por un liderazgo más moderado, representante del sector “bazar” o burgués de Teherán, con acercamiento a la comunidad internacional, pero no un abandono de la aspiración nuclear en ese país. Es la esperanza de los halcones en Washington.   Pero también puede producir lo contrario: que el tiro salga por la culata; que se mantenga y endurezca el régimen actual. Una segunda presidencia del Sr. Trump en los Estados Unidos haría probable este desenlace, con sus consecuencias previsibles: shock petrolero, recesión mundial y endurecimiento de todos los conflictos regionales del planeta.  Es un paso más decidido hacia una tercera guerra mundial. El conflicto Israel/Palestina no encuentra resolución y al contrario, hace metástasis.           

El cuarto y último escenario es una versión radical del segundo, a saber: una paz duradera con reconciliación entre judíos y palestinos, con planes para reconstruir la franja de Gaza con fuerte apoyo internacional como un estado dual experimental en el que coexistan las dos grandes etnias enemigas, como lo intentó Nelson Mandela en Sudáfrica.  Desde un punto de vista hegeliano (al que no sería ajeno el actual pontífice católico), el experimento requiere comprensión histórica y perdón mutuo.             

Volvamos a hurgar en las raíces etimológicas de las palabras como lo hice al principio de este artículo. La palabra “perdonar” viene del latín per-donare y significa “ dar completamente, olvidar una falta, librar a alguien de una deuda.”  Sus componentes léxicos son: el prefijo per– (completamente, total) y donare (regalar).  Para Hegel tal paso por parte de dos contendientes es la resolución completa de un conflicto, el abandono de la repetición, la genuina y auténtica Aufhebung.           

Dada la realidad geopolítica, la probabilidad de cada uno de los escenarios precedentes es muy desigual.  Según la estimación de algunos expertos[6], oscila entre el 50% para el primero, el 35% para el segundo, un 15% para el tercero, y apenas un 5% para el último. Como suele suceder en la historia humana, la solución más generosa y pacífica es la que menos interesa. Conviene considerarla.  Puede ser que algún día, no desde afuera sino del propio fragor del combate surja entre los combatientes la convicción de que más vale morir  que odiar y ser odiado, temer y ser temido, no por cansancio ni debilidad, sino por la posibilidad del perdón que da la misma fuerza.  En ese día los guerreros romperán la espada, como decía Nietzsche. Un párrafo de ese filósofo hace la siguiente profecía: Y quizá llegue un gran día en que un pueblo distinguido por guerras y victorias, por el más alto desarrollo de la disciplina y de la inteligencia militares y habituado a hacer los más grandessacrificios por estas cosas, exclame espontáneamente: «Nosotros rompemos la espada,” y desmantele hasta sus últimos cimientos su organización militar.

Desarmarse cuando se ha sido el más armado a partir de una altura de sentimiento, ése es el medio para la paz real, que siempre tiene que estribar en una paz de actitud; mientras que la llamada paz armada tal como hoy en día se da en todos los países es la cizaña de la actitud que desconfía de sí y del vecino, y a medias por odio, a medias por temor, no depone las armas. Mejor perecer que odiar y temer, y doblemente mejor perecer que hacerse odiar y temer: ¡ésta tiene que ser algún día también la máxima suprema de toda sociedad estatal singular! [7]             

En esta época sombría que nos ha tocado hay como siempre un rayito de esperanza. Este año yo tenía programado un encuentro navideño en Jerusalén con varios amigos.  Dada la circunstancia de la guerra no lo haremos.  No es momento de festejar sino de reflexionar.             

En Francia una vez escuché un antiguo brindis judío.  Es una oración que se aplica a todas las religiones y a todas las disputas, y que reza así: Pour que le pire cesse d’arriver.  Que lo peor deje de acaecer. En estas tristes fiestas del 2023 apostemos al 5%. 


[1] Consultar las reflexiones de Benedict Anderson, Imagined Communities, nueva edición, London: Verso, 2016.

[2] Leer en especial el libro de Barrington Moore, Jr., Reflections on the Causes of Human Misery and upon Certain Proposals to Eliminate Them. Boston: Beacon Press, 1972.

[3] La búsqueda ansiosa del reconocimiento está en el centro de la preocupación actual por la “identidad” en el campo político de las sociedades contemporáneas.

[4] Leemos en Wikipedia: Aufhebung es una palabra alemana con varios significados aparentemente contradictorios, entre ellos «levantar», «abolir», «cancelar», «suspender» o «sublimar». El término ha sido definido también como «abolir», «preservar» y «trascender». En filosofía, aufheben es utilizado por Hegel en sus obras de dialéctica, y en este sentido se traduce principalmente como «sublimar».

[5] A veces una sola palabra de reconocimiento abre las puertas a un proceso de paz y a un camino de reconciliación.  Esto sucedió en Medio Oriente cuando al final de la guerra de Yon Kippur en 1973, el presidente egipcio Anwar Sadat usó en un mensaje la palabra “Israel” y no “el ente sionista” y dio lugar a un encuentro con la primer ministra Golda Meir.  El episodio fue dramatizado en la película Golda, estrenada en 2023.

[6] Ver Nouriel Roubini, “The Economic Consequences of the Gaza War,” Project Syndicate, Nov 10, 2023.

[7] Friedrich Nietzsche, El caminante y su sombra, Buenos Aires: Edimat libros, 2006. El párrafo es citado por uno de los textos más emocionantes sobre la guerra, casi ignorado hoy pero muy admirado por Hannah Arendt: J. Glenn Gray, The Warriors, New York: Harper Torchbooks, edición de 1970.

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