La transformación socioeconómica es un proceso que involucra una diversidad de fuerzas que impulsan cambios y otras que los resisten. Como toda dinámica social sigue trayectorias siempre singulares con avances y retrocesos. De ahí que su sustentabilidad vaya estrechamente asociada a un permanente y bien gestionado esfuerzo de profundización. La transformación socioeconómica es un proceso de cambio del orden prevaleciente impulsado por fuerzas sociales, económicas y tecnológicas; proceso a la vez condicionado por alteraciones de contexto, como son crisis económicas regionales y globales, conflictos geopolíticos o catástrofes naturales. Si se perdiese el impulso transformador, un nuevo o reacondicionado status quo se afianzaría. Sin embargo, como la dinámica demográfica, ambiental y tecnológica no se detiene, nuevas circunstancias y correlaciones de fuerzas impulsarán nuevos cambios generadores de otras transformaciones. Estos procesos no son lineales ni siguen trayectorias pre-establecidas sino que se desenvuelven con las especificidades propias de cada situación; de ahí la singularidad de toda transformación.
Transformación implica cambios en la estructura social, económica, política y cultural de una sociedad, lo que posibilita nuevas formas de funcionamiento y un ajuste de rumbo en su afán de alcanzar ciertos objetivos de mediano y largo plazo (utopía referencial). Esto es, son cambios importantes que afectan a las instituciones existentes las cuales requieren ir adaptándose a los tiempos de nuestras democracias. Democracias con pueblos que anhelan significativas mejoras en cuanto a equidad, justicia, cuidado ambiental, inclusión social, resolución pacífica de conflictos y plena movilización de sus factores productivos. Este vector de objetivos es apenas indicativo ya que cada sociedad tiene la potestad de escoger su propia utopía referencial la cual, además, se va ajustando con el tiempo aun cuando ciertos valores considerados fundamentales tiendan a mantenerse con mayor estabilidad.
La trayectoria de una transformación
Siempre existirán fuerzas impulsoras y fuerzas resistentes de la transformación. Dentro de las fuerzas impulsoras están las mayorías poblacionales, un universo heterogéneo con una diversidad de intereses y muy diferentes niveles de concientización sobre el funcionamiento de los sistemas económicos contemporáneos. Las fuerzas resistentes son aquellas que gozan de privilegios y posiciones dominantes en lo económico y lo cultural; a ellas se suman quienes les sirven y ayudan a ejercer su poder junto con segmentos poblacionales que son manipulados de modo que no lleguen a percatarse de sus propios intereses; permanecen así funcionales a quienes los abusan.
Las fuerzas impulsoras requieren determinación y habilidad para llevar adelante la transformación; necesitan tomar en cuenta la correlación de fuerzas existente y accionar para volcarla a favor de la transformación. Esto exige escoger secuencias y prioridades ya que es bien complejo encarar el conjunto de transformaciones anheladas al mismo tiempo. En un comienzo habrá que focalizarse en aquellas que permitan acumular fuerzas, voluntades que ensanchen y fortalezcan la base de sustentación de la transformación de modo de, con una más favorable correlación de fuerzas, poder avanzar y profundizar los cambios.
Es necesario asumir que un proceso sustentable de transformaciones necesita alinear intereses de múltiples actores. No es provechoso dividir el espectro de la sociedad entre “buenos” y “malos”, “nosotros” y “ellos” ya que existen actores con intereses diferenciados pero objetivamente no antagónicos con las transformaciones. Es cierto que habrá un núcleo duro de resistencia que son quienes detentan privilegios y quienes les sirven; con ellos será difícil alinear intereses. Sin embargo, otros actores que se beneficiarían con la transformación podrían volcarse a resistirla no sólo por la acción manipuladora de la opinión pública que permanentemente realizan los sectores hegemónicos, sino también si primase impericia, negligencia, miopía o mezquindades dentro del liderazgo o de la militancia que impulsan la transformación.
El objetivo de toda fuerza de resistencia es reproducir el orden establecido y para ello despliega su poder e influencia de modo de cerrar el paso a transformaciones de fondo. Procuran impedir la adopción de las medidas requeridas para desmontar los mecanismos utilizados para preservar el status quo. En ocasiones las fuerzas de resistencia aceptan concesiones menores si eso asegurase preservar sus principales intereses (“cambiar algo para que nada sustancial cambie”). En cambio, suelen abroquelarse en nodos institucionales estratégicos como ciertos sectores de la política, de medios de comunicación, del sistema judicial, del sistema educativo y de las usinas ideológicas que controlan. En otras épocas se utilizaba a las fuerzas armadas como principal ariete contra la transformación pero, con el fortalecimiento democrático, los sectores concentrados acuden a otras modalidades de intervención: aprovechan posiciones de poder para desacreditar, paralizar o desestabilizar los intentos transformadores.
Hay sectores “ultra radicales”, por denominarlos de alguna forma, cuyo accionar también puede ser funcional al orden establecido. Sus propuestas y perspectivas procuran radicalizar los cambios y, en alguna medida, pueden enriquecer el debate ideológico. El problema surge cuando intentan imponerlos con medidas de fuerza que, sea ese su propósito o no lo sea, devienen factores desestabilizadores del proceso de transformación en curso. Pocas veces logran imponerse pero su accionar puede llegar a auxiliar a quienes defienden el status quo y sus privilegios.
Sustentabilidad y profundización de la transformación
Sustentabilidad y profundización son aspectos del proceso transformador que van estrechamente unidos. Sustentabilidad implica atraer fuerzas a favor de la transformación y esto puede lograrse a través de hacer prevalecer los derechos económicos y culturales de la población por sobre los intereses del privilegio revirtiendo así la complicidad o negligencia del accionar público tradicional. Esto exige un fuerte y permanente trabajo de esclarecimiento, concientización y movilización de la población en respaldo a la transformación de los nodos institucionales que estuviesen orientados a reproducir el orden establecido en lugar de asegurar y extender el bienestar general.
Profundizar el proceso transformador implica seguir avanzando más allá de los primeros cambios de modo de asegurar que los nuevos rumbos y forma de funcionar no puedan ser revertidos. El proceso de desmontar estructuras creadas para sostener el orden que se desea transformar exige un constante y cada vez más efectivo esfuerzo que no puede descontinuarse. Abatir privilegios, abiertos o encubiertos, requiere establecer toda una nueva gama de políticas públicas en materia de solvencia fiscal, de gasto público, de estabilidad monetaria y de las cuentas externas, de promoción de inversiones responsables, de justa orientación del crédito, de cuidado ambiental, de alentar la emergencia de nuevos actores económicos de extracción popular, algo no siempre debidamente jerarquizado.
Este último punto ha sido una de las preocupaciones centrales abordadas en numerosos artículos de Opinión Sur. Encara un crítico desafío como es complementar el apoyo a pequeños y micro emprendimientos individuales con nuevas organizaciones de porte medio que integren en su seno sectores populares y conocimientos de gestión empresarial de excelencia (no aquellos residuales o de descarte a los que generalmente tienen acceso). Estos emprendimientos que denominamos inclusivos adoptan de hecho una gran variedad de formas organizativas, todas legítimas siempre que, en definitiva, logren resolver las limitaciones de escala, puedan insertarse en promisorias cadenas de valor y consigan elevar el umbral de efectividad en la gestión y en la negociación con el resto de actores económicos. Estos enunciados pueden materializarse estableciendo un sistema de apoyo comprehensivo para emprendimientos inclusivos que incluya (i) respaldar a una variedad de promotores, (ii) crear desarrolladoras especializadas en este tipo de emprendimientos, (iii) conformar fideicomisos que provean capital semilla y capital para ampliaciones y (iv) facilitar el acceso al crédito y a canales de comercialización.
Esta referencia da una perspectiva del trabajo inconcluso que significaría detener o ralentizar el proceso transformador sin profundizarlo hasta alcanzar la realidad concreta de las personas. El ejemplo ofrecido se refiere al área de acciones productivas de nuevo cuño porque es un tema al que hemos dedicado especial atención pero, por cierto, muchas otras iniciativas transformadoras han sido impulsadas en áreas de la cultura, la organización social y política, el cuidado ambiental, los medios de comunicación, la justicia, el sistema financiero, entre otras. Todas esas iniciativas, de una forma u otra, desafían una marcha cargada de alienación e injusticias y llevan a reflexionar sobre los valores a respetar, las motivaciones que nos animan y los propósitos que perseguimos. En ese sentido hacen parte de aquella valiosa y permanente búsqueda, individual y colectiva, de significación existencial.
Opinion Sur



