Las catástrofes ambientales crecen en frecuencia, alcance y costo, y provocan conflictos en todo el mundo. Sin la mediación, la negociación y la adopción de soluciones para estos problemas, la asistencia para la recuperación y la prevención sistémica se retrasarán años, si no décadas. Los mediadores pueden ayudar a diseñar mejores procesos geopolíticos y diálogos que hagan posible hacer efectiva la ayuda a los que más la necesitan de una manera más eficaz. “La historia humana es cada vez más una carrera entre la educación y la catástrofe.”
H.G. Wells
El reciente derrame de petróleo provocado por British Petroleum en el Golfo de México pone de relieve un repertorio creciente de dificultades en nuestras respuestas ante los desastres ambientales; y resuenan como un eco las experiencias de respuesta ante el huracán Katrina en Nueva Orleans, los terremotos de Haití y Perú, las olas de incendios en Rusia, las inundaciones de Pakistán, el tsunami de Indonesia, entre otros desastres.
Mientras sigan aumentando la población, la tecnología y la globalización, también continuará creciendo el deterioro ambiental, incluido el calentamiento global. Esto nos permite razonablemente prever, y quizás predecir, las siguientes consecuencias:
1. Los desastres ambientales serán cada vez más generalizados, graves, impactantes, costosos y frecuentes.
2. Estos episodios desencadenarán conflictos, los que se intensificarán cuantas más personas, grupos, naciones y ecosistemas resulten afectados.
3. Estos conflictos proliferarán ante los fracasos de los sistemas locales, nacionales y globales de respuesta a emergencias.
4. La capacidad de resolver estos conflictos con celeridad y eficacia tendrá un impacto directo en el grado de daño que provoquen.
5. Se recurrirá cada vez más a la mediación, la negociación participativa y las metodologías afines de resolución de conflictos para abordar y solucionar controversias ocasionadas por desastres ambientales.
Las poblaciones crecen en número y en adelantos tecnológicos, por lo que es natural que hayamos provocado un impacto ambiental mayor en el planeta. Por haber hecho la vista gorda durante siglos y buscar maximizar en el corto plazo nuestra ventaja competitiva como naciones, empresas y comunidades, dilapidamos los recursos no renovables, expoliamos y contaminamos nuestro medioambiente y generamos las precondiciones para la extinción masiva y la catástrofe global.
En consecuencia, ya no podemos pretender aplicar criterios no sustentables para la supervivencia, particularmente aquellos que agudizan los problemas que ya tenemos frente a nosotros. Por el contrario, estos problemas requieren no sólo la atención colectiva de todos, sino también maneras respetuosas, participativas y democráticas de comunicarnos; formas complejas, creativas, paradójicas de solucionar problemas; y métodos que contemplen los diversos intereses en juego para resolver los conflictos relacionados con la forma de encararlos. Sin estos cambios, es probable que muchos en el planeta no logren sobrevivir.
Qué cosas hay que reparar
Los problemas más graves que hoy enfrentamos incluyen:
• El tamaño y la densidad de las poblaciones humanas
• Las emisiones de dióxido de carbono y metano, responsables del aumento del calentamiento global
• Extinciones de especies
• Pérdida de la biodiversidad
• Pérdida de los bosques húmedos tropicales y zonas boscosas
• Desertificación, erosión y pérdida de tierras cultivables
• Menor diversidad genética de los commodities agrícolas
• Pérdida de agua potable
• Pérdida de las existencias ictícolas
• Resistencia a los antibióticos
• Polución, pérdida de la biodegradabilidad y uso de productos
químicos tóxicos
• Vulnerabilidad a las pandemias
• Atención médica cada vez más costosa
• Alteración de los patrones meteorológicos
• Agravamiento de las catástrofes naturales y las condiciones climáticas
• El efecto global de decisiones medioambientales locales relativamente menores
Además de éstos, enfrentamos en otras áreas problemas mundiales capaces de desencadenar fácilmente graves consecuencias ambientales, intensificar los conflictos y dificultarnos la resolución de estos problemas, incluidos:
• El poder cada vez más destructivo de la tecnología militar y su creciente disponibilidad
• La proliferación nuclear
• La predisposición a recurrir a la guerra y a la violencia
• Ataques intencionales a poblaciones civiles durante conflictos bélicos
• Terrorismo e interminables ciclos de venganza y represalias
• Considerar el uso de la tortura y la crueldad como respuesta aceptable
• Crisis financieras globales
• Recortes del gasto público, especialmente en áreas tales como educación, regulación y control de empresas, y ciencia y tecnología
• Desregulación de las transacciones económicas
• Mayor pobreza, desigualdad social e inequidad económica
• Desestabilización debido a la autocracia política y dictaduras
• Mayor prejuicio e intolerancia
• Hostilidad a los inmigrantes, refugiados, minorías y extraños
• Políticas genocidas y “limpieza étnica”
• Crecimiento del narcotráfico, la trata de personas y el crimen organizado
Para resolver estas y otras cuestiones, es inevitable que ocurran confrontaciones entre nosotros a medida que aumentamos en número, nos desarrollamos y expandimos; nuestras razas, religiones, culturas, sociedades, organizaciones e instituciones disímiles deben encontrar la manera de funcionar en conjunto. Para ello, necesitamos buscar maneras más efectivas de comunicarnos, ampliar nuestras habilidades para entablar un diálogo abierto y honesto, y adquirir técnicas más efectivas para resolver problemas, negociar con espíritu de colaboración y solucionar controversias sin recurrir a la guerra, la coerción y otros métodos basados en la confrontación.
Esto puede sonar simplista, incluso idealista. Está claro que por la forma en que hemos venido trabajando para resolver problemas sociales, políticos y ecológicos apremiantes existen pocas razones para la esperanza. Por el contrario, contamos con un pasmoso historial de desastres que podrían haberse evitado, sufrimientos inútiles, y muertes innecesarias. Durante siglos, hicimos lo que se nos dio la gana, y ya no tenemos más recursos para desperdiciar.
Y lo que es peor, estos problemas crecientes no pueden ser resueltos por completo o a tiempo por las naciones, ni siquiera por grandes grupos de países, ni por el uso de métodos militares, burocráticos y autocráticos. De hecho, ninguno de los siguientes arraigados y centenarios métodos de resolución de conflictos pueden, por sí mismos, solucionar de manera efectiva estos problemas:
• La fuerza militar
• Tratados y acuerdos internacionales
• Intervenciones judiciales y el imperio de la ley
• Normas y reglamentaciones administrativas o políticas y procedimientos
• Negociaciones diplomáticas basadas en el poder
• Dirigentes políticos e instituciones nacionales
• Capitalismo y principios de mercado
• Los Estados Unidos, con su constitución actual
Entonces, ¿qué nos queda? La respuesta es: quedamos nosotros. Aunque suene ridículo, para la resolución de problemas globales, los mediadores cuentan. La buena noticia es que si bien se han multiplicado nuestros problemas, nuestras habilidades sociales y tecnológicas para solucionarlos también lo han hecho. No sólo tenemos más capacidades científicas y tecnológicas, sino que también logramos mejorar enormemente nuestra comprensión y nuestras habilidades en materia de comunicación, facilitación, solución creativa de problemas, diálogo público, negociación participativa, reducción de los prejuicios y conciencia del sesgo, mediación, diseño del sistema de resolución de conflictos y otros métodos similares. Y son precisamente estas habilidades las que ahora necesitamos para «salvar el planeta».
Si tomamos el derrame de petróleo de BP como ejemplo, existieron varios problemas que desencadenaron ese desastre ambiental o contribuyeron a agravarlo. Desde mi punto de vista, dichos problemas incluyen los siguientes:
• La dependencia de los combustibles fósiles
• Poderosas empresas de petróleo y de gas cuyos activos e ingresos superan los productos internos brutos de casi todos los países, con la excepción de unos pocos
• Mecanismos de mercado que son insuficientes para desalentar el deseo desenfrenado de obtener rápidas ganancias y, por ende, estimulan la minimización de costos, incluidos los de seguridad
• Los entes regulatorios cuya dirección, administración y acciones de cabildeo están en manos de personas que prestan más atención al poder de influencia de las empresas que a la seguridad pública y la sustentabilidad medioambiental
• Las controversias acerca de cómo se debía gestionar la plataforma off-shore, que se resolvieron de manera jerárquica, burocrática y autocrática y despojaron a los profesionales con experiencia directa en la cuestión de todo poder o autoridad para resolverla
• El concentrar la autoridad para resolver el problema en personas que estaban más preocupadas por las ganancias de la empresa que por la seguridad o el daño ambiental
En el derrame de BP, al igual que en el de Exxon Valdez que le precedió, los círculos políticos y los medios actuaron de manera concertada para encontrar a alguien a quien culpar por el desastre. Sin embargo, uno de los efectos secundarios de culpar a personas es que el sistema que permitió o alentó el error queda sin identificar o impune y, de este modo, aumenta la probabilidad de que ocurran nuevos desastres en el futuro.
Las catástrofes ambientales crecen en frecuencia, alcance y costo, y provocan conflictos en todo el mundo, incluidas las discusiones sobre sus causas, responsabilidades y la competencia por recursos de ayuda escasos. Sin la mediación, la negociación y la adopción de soluciones para estos problemas, la asistencia para la recuperación y la prevención sistémica se retrasarán años, si no décadas.
En BP y en casi todos los desastres de similares características, los dirigentes políticos han recurrido a la diplomacia clásica, es decir, a negociaciones confrontativas, distributivas, basadas en el poder, en las que existe una separación estricta entre:
1. Las declaraciones y manifestaciones públicas, en las que se dice lo correcto, pero nadie entabla un diálogo o se interesa genuinamente en lo que dicen los demás, o verdaderamente pone la mira en encontrar soluciones al problema, y
2. Las tradicionales negociaciones intransigentes entre bambalinas, plagadas de actitudes coercitivas, agendas ocultas, estilos confrontativos, en las que las partes más grandes, poderosas y ricas son las que «ganan», mientras que las otras se sienten excluidas, impotentes y mancilladas.
Sin duda, los mediadores pueden idear un proceso mejor para lograr acuerdos. Por ejemplo, podríamos:
1. Llevar a cabo evaluaciones exhaustivas y participativas de los procesos aplicados en respuesta a desastres ambientales anteriores, de manera de identificar qué aspectos funcionares y cuales fracasaron.
2. Realizar consultas de carácter general con distintas organizaciones e individuos con experiencia en la elaboración de sistemas de resolución de controversias acerca de cómo mejorar el proceso de instrumentación de la ayuda.
3. Solicitar la asistencia de las Naciones Unidas para la creación de protocolos internacionales de ayuda que incluyan métodos de mediación, diálogo y mecanismos similares.
4. Enviar con anticipación facilitadores de negociación y mediadores a reuniones con organizaciones de ayuda en conflicto de manera que puedan ayudar a establecer metas y cronogramas, y fomenten el otorgamiento de concesiones recíprocas que sean conducentes al logro de acuerdos más rápidos y efectivos.
5. Incluir entre las personas a cargo de la toma de decisiones y la solución de problemas a representantes de los más perjudicados por el episodio, junto con mediadores y facilitadores que puedan ayudar a zanjar las diferencias que puedan surgir.
6. Asignar mediadores de las Naciones Unidas que puedan coordinar
la colaboración entre grupos rivales.
7. Lograr acuerdos en lo que respecta a una serie de pasos posteriores a seguir en caso de que no se logre el consenso, incluido el diálogo abierto, la solución informal de problemas, la negociación participativa y la mediación.
8. Seleccionar equipos regionales de coordinación de ayuda y de auxilio a víctimas de catástrofes, integrados por expertos que conformen una muestra representativa de naciones, grupos y bloques, y en los que también participen facilitadores profesionales y secretarios que los asistan en su tarea.
9. Considerar la totalidad del proceso como un sistema de conflicto y desarrollar maneras más eficientes de responder al mismo
10. Centrar los esfuerzos no sólo en la mitigación sino también en la prevención, de modo de reducir la gravedad de los problemas futuros.
Esta lista no pretende ser exhaustiva sino simplemente sugerir que los mediadores, facilitadores y formuladores de sistemas de resolución de conflictos están en condiciones de aportar sugerencias útiles que pueden ayudar a que el proceso sea más eficaz y participativo.
Si las ideas de esta lista son correctas, es nuestra responsabilidad aportar todo lo que esté a nuestro alcance para ayudar a mitigar el sufrimiento desarrollando las capacidades de las organizaciones internacionales para resolver los conflictos que hacen que la ayuda sea lenta, o no llegue a los lugares donde más se la necesita. Las dificultades, problemas y razones para la no intervención son muchas, pero la necesidad persiste. Lo único que falta es que tomemos conciencia de que en verdad podemos hacer la diferencia y, asimismo, estemos dispuestos a comenzar.
Opinion Sur



