Dicen que no son imperios, pero lo son y además están en crisis. Los dirigentes de las principales potencias no tienen conciencia de lo que Miguel de Unamuno llamaba “el sentimiento trágico de la vida.” Por consecuencia, no saben evitar una tragedia, esta vez a nivel planetario.
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La tragedia como metáfora en geopolítica
La palabra metáfora significa el traslado por analogía de una situación a otra, con el propósito de iluminar y entender mejor esta última. Es una comparación entre dos cosas que no están conectadas de otro modo.
En este artículo propongo trasladar al panorama geopolítico actual el análisis que hizo Aristóteles de la tragedia, tal como él la conocía. Se trata de transportar los elementos claves de una representación teatral al terreno de la acción real entre países y en especial las potencias.
Según el filósofo griego, la tragedia es la copia artística y estilizada (mimesis) de una situación humana particular y sombría. En el proscenio queda reducida a la unidad de acción, de tiempo y de espacio. La tragedia se diferencia de la narración épica, que es un largo cuento, y de la comedia, que es un entretenimiento vulgar y divertido.
Hoy llamaríamos la caracterización de Aristóteles “análisis estructural” de la tragedia. Se compone de elementos clave, o puntos de inflexión. En una tragedia prototípica son los siguientes:
- El yerro de base o pecado original (del griego hamartia [ἁμαρτία], error fatal).
- La inversión en la ecuación felicidad/desgracia (peripecia).
- El reconocimiento y aceptación de la verdad (agnición).
- El desenlace fatal y el alivio (catarsis).
El caso ejemplar y mas citado es la tragedia Edipo Rey de Sófocles, en la que los puntos de inflexión son los siguientes:
- El héroe nace defectuoso, es maldecido y es abandonado por sus progenitores.
- El héroe sobrevive, supera sus obstáculos, vence a sus enemigos y es premiado con un trono y una esposa reina.
- El héroe aprende que su felicidad es todo lo contrario: es su desdicha. Se da cuenta que sin saberlo ha matado a su padre y se ha casado con su madre.
- Al darse cuenta, el héroe se mutila y se exilia con sus hijos para expiar la culpa. En el dolor y su alivio, el héroe recupera su grandeza.
Para resumir el argumento, podemos decir que la tragedia teatral obliga al espectador a reconocer explícitamente una verdad desagradable, dolorosa, y escondida. En ese enfrentamiento encuentra un cierto alivio, que puede servirles a él y a quienes lo observan para actuar en forma mas prudente en sus propias circunstancias. En medicina la analogía sería re-abrir una herida mal cerrada, desinfectarla, y suturarla de nuevo. La tragedia también es dolorosa cura y buena propedéutica.
¿Es útil este esquema para entender, ya no a nivel individual sino colectivo, el destino de un país, y en particular el declino de un imperio? Es la pregunta que se hizo José Ortega y Gasset sobre dos países que le fueron hostiles: el de su nacimiento (España) y por un breve y angustioso tiempo el de adopción (Argentina)[1].
Entre los países a citar,[2] tanto la Argentina como los Estados Unidos tuvieron ambos un desarrollo temprano, veloz, y exitoso. Por ello cundió en ellos el mito del progreso: “the American dream” (el sueño americano) y “Dios es argentino” son expresiones populares que reflejan un optimismo hijo del enriquecimiento fácil, y no sólo el de unos pocos. Hoy ambos “sueños” pertenecen al pasado. No me voy a detener aquí en las similitudes y diferencias entre los dos, para focalizar el estudio en el caso norteamericano, porque se trata de un imperio que la Argentina nunca fue.
El ocaso imperial
Frente a otros imperios tanto históricos (el romano, el austro-húngaro, y el otomano, por ejemplo) como contemporáneos (China y Rusia por ejemplo), el imperio norteamericano es verdaderamente sui generis (excepcional), es decir una amalgama singular. Está basado en un supuesto y en una promesa, ambos contradictorios. En el momento de su fundación, proclamó la libertad de todos y los derechos humanos pero en medio de la esclavitud, que practicó con saña y codicia. También diseñó el equilibrio de los estados con un modelo federal que protegía a los mas débiles y menos poblados, pero no previó que al evitar la tiranía de la mayoría no se protegía contra la posible tiranía de una minoría, como sucedería después. Y a pesar de haber abolido formalmente la esclavitud, no ha sabido superar el racismo estructural de ella derivado. De esta manera la democracia republicana del Norte surgió al mundo con un pecado original, o yerro fatal –-punto de partida de la tragedia según Aristóteles.
Después de una cruenta guerra civil (con resultado limitado a la emancipación sólo formal de los esclavos), el capitalismo salvaje y anárquico, la ocupación (en general violenta) de un vasto territorio, y una gran inmigración lograron hacer de los EEUU primero un país pujante y poderoso, y luego de dos guerras mundiales, un gran imperio.
A diferencia de otros imperios el norteamericano no se basaba en la sola adquisición de espacios y culturas ajenos sino en una misión proselitista y en la sumisión de rivales y dependientes por medio del comercio. La misión cuasi evangélica de libertad y democracia disfrazaba el dominio puro y duro, y lo situaba bajo una serie de reglas superiores que en realidad lo favorecían detrás de un velo de derecho universal. Los EEUU hicieron del imperio de la ley la ley del imperio. Por varias décadas rigieron el mundo como una democracia depredadora, expresión que retrata su doble cara. Al correr del tiempo, la propia dinámica del sistema creó por extensión y por reacción, potencias rivales que le hicieron frente, pero que pudo contener con éxito por un período bastante prolongado. Al final, como suele suceder con todos los imperios, la hegemonía se resquebrajó. Es lo que estamos presenciando ahora.
Esta dialéctica imperial –pujanza primero, acotación y reversión del dominio luego— es lo que en la formulación aristotélica de la tragedia se llama peripecia. Aristóteles define la peripecia como “un cambio por el cual la acción gira hacia su opuesto, sujeto siempre a nuestra regla de probabilidad o necesidad”. En el orden geopolítico, es la situación en que se encuentran los EEUU frente a China y su periferia por un lado, y frente a Rusia y su periferia por otro. Y es la situación en que se encuentran estos otros dos también. El resto de los países funciona como el coro[3]. Como vimos al principio de este ensayo, la peripecia es el segundo punto de inflexión de una tragedia.
El tercer punto de inflexión es el mas difícil. Como hemos observado, se trata del reconocimiento y aceptación de una verdad muy incómoda: la agnición, que en griego antiguo se llama ἀναγνώρισις (anagnórisis). ¿De qué se trata? Del descubrimiento, por parte de un personaje o de otros, de datos esenciales sobre su identidad ocultos para él o ella, es decir negados y reprimidos hasta ese momento. La revelación altera la conducta del personaje y lo obliga a hacerse una idea más exacta de sí mismo y de lo que le rodea. Si el personaje rechaza la revelación e insiste en su identidad anterior y fantasiosa, se vuelve reaccionario y vengativo. Si lo acepta y asume el aprendizaje doloroso de la agnición, puede pasar a un estadio superior de su desarrollo, aunque con menos poder (o prepotencia) que en su fase anterior.
En los EEUU una mitad de la población parece abocada a la reacción, negando la realidad del declino del imperio y queriendo volver a un pasado hegemónico en el que ocultaba su pecado original de libertad con esclavismo y la dualidad fatal de democracia y depredación.
La otra mitad de la población trata a duras penas de enfrentar esa doble y peligrosa grieta para crecer con dolor y superación. Es un desarrollo laborioso que el filósofo Hegel denominó con un vocablo alemán intraducible: Aufhebung. Pero esa palabra es parecida a un dicho popular bien conocido: don’t throw the baby out with the bath water (no tires al bebé con el agua del baño) y que significa “Hay que guardar lo que sí funciona mientras tirar lo que no vale para nada.” Asumir el pasado es tan costoso como necesario. Todavía no sabemos cómo concluirá esa pugna interna de dos posturas contrapuestas.
En el caso norteamericano el imperio se encuentra ante una encrucijada, entre una catarsis preventiva (que sería muy sana) o un desenlace catastrófico, que podría evitar. Lo que podemos decir con certeza es que para los EEUU es un momento incierto, y por las siguientes razones, que fueron puestas al descubierto en el discurso presidencial (The State of the Union) del 7 de febrero de 2023. El presidente Biden citó algunos datos halagüeños :
- La inflación desciende un poco
- Las muertes por Covid han bajado un 80 porciento
- Ucrania resiste la incursión rusa
- La legislatura ha sancionado leyes que pueden mitigar el cambio climático
- Se ha comenzado a renovar la vetusta infraestructura
- Se han tomado medidas contra la proliferación de armas de fuego y frenar el asesinato a mansalva de tantos inocentes.
Son todas buenas señales, pero ¿durarán acaso? En contra de ellas están los siguientes puntos de objeción:
- El país sigue dividido con una grieta que parece insalvable, sobre todo en temas culturales
- Uno de los partidos se niega a aumentar el gasto necesario y pone en peligro la solvencia del estado
- La inflación sigue relativamente alta
- La guerra de Ucrania puede terminar mal para Occidente con una nueva ofensiva rusa
- La seguridad de los ciudadanos sigue siendo precaria
- Otros países y otras potencias seguirán buscando alternativas al dominio norteamericano en distintos campos de acción: militar, tecnológico, y financiero.
En suma, la coyuntura de este nuevo año se presenta como una pausa en el declino norteamericano. Los EEUU deben elegir entre la inercia o displicencia de un alivio temporario, o en cambio apuntar la mira sobre el largo alcance con la sabiduría de quien conoce la estructura de la tragedia. Un buen estratega sabe prepararse para una retirada racional y ventajosa y ocuparse de lo que importa para su supervivencia.
Lecciones que hay que aprender
Como he escrito en artículos anteriores, las principales potencias de hoy (EEUU, China, Rusia) son vulnerables, mas frágiles de lo que parecen. Son gigantes con pies de barro. La habilidad de cada uno de pensar en forma trágica para (paradójicamente) evitar una tragedia está por el momento muy poco desarrollada. No encuentro evidencias de una imaginación trágica (en el sentido aristotélico) ni en Moscú, ni en Beijing, ni en Washington, ni en otras potencias menores. Todos insisten en comenzar guerras auto-destructivas, o amenazan con hacerlo. Los EEUU algo debieron haber aprendido de sus invasiones de Iraq y Afganistán, que fueron un fiasco, pero ¿lo hicieron? Mientras tanto los rusos siguen obsesionados con Ucrania y los chinos con Taiwán. Cada uno insiste a su manera en los peores yerros estratégicos.
Si, como me temo, todas y cada una de estas potencias que bien podemos llamar imperios (aunque lo nieguen y no parezca) se debilitan seriamente a causa de esos errores, el mundo entrará en un círculo infernal de confusión, desorden, y violencia entre muchos países y dentro de ellos.[4] Tal es el tipo de tragedia que deberían evitar: en otra palabra el caos –para beneficio del planeta. Y no hay mejor antídoto que volver a pensar en la tragedia tal como lo hicieron hace 25 siglos los griegos.
Hace 80 años, Ortega y Gasset exhortó a sus oyentes en la ciudad de La Plata a trabajar en serio por un país mejor. Su expresión se hizo famosa: “argentinos ¡a las cosas!”. Hoy se aplica a todos los países en un momento de crisis planetaria. Quiere decirnos a nosotros ciudadanos del mundo“déjense de enfrentarse con nimiedades y pónganse a trabajar para el bienestar común”. En “las cosas” podríamos leer “lo importante”, lo que no cambia según quiénes gobiernen o decidan (jueces, legisladores, presidentes, etc.), lo inmodificable, lo que debería ser duradero, lo que hace a la vida y no a la muerte. En pocas palabras, encontrar un punto en común en el que todos estemos de acuerdo para poder fundar un sistema nacional y mundial a partir de ahí.Una especie, querido lector, de manifiesto “antigrieta”.
[1] Jose Ortega y Gasset, Meditación del pueblo joven, Madrid: Espasacalpe, 1964.
[2] El caso paradigmático de destino nacional trágico es el Estado de Israel, que no trataré aquí. De asentamiento reciente y desarrollo espectacular, y sin una Constitución escrita, pero con pujanza militar, innovación económica, y democracia depredadora, sin embargo el Estado de Israel no logra superar la condición de campamento aguerrido en territorio ajeno.
[3] Otro pensador griego contemporáneo y economista, Yanis Varoufakis, propone que ese coro se vuelva protagonista: https://www.sinpermiso.info/textos/por-que-construir-un-nuevo-movimiento-de-paises-no-alineados-para-luchar-por-un-nuevo-orden
[4] Vale la pena leer las reflexiones de Robert Kaplan https://www.foreignaffairs.com/world/downside-imperial-collapse
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