El estado de excepción tiene la virtud de revelar la realidad. La realidad que revela, en Francia y en toda Europa, no es nada halagadora. La crisis muestra una falta de integración en cada uno de los países y entre ellos en conjunto.
“La única verdad es la realidad.” Esta frase de corte tautológico que podría parecer una verdad de Perogrullo la hizo popular en la Argentina el General Perón. La frase se remonta hasta Aristóteles y la reformularon los filósofos alemanes. Por ejemplo, Hegel sostuvo en forma sibilina que “todo lo real es racional, y todo lo racional es real.” Es probable que Perón no tuviera en cuenta a estos filósofos sino en forma indirecta, pasados por el tamiz de la Realpolitik de Otto von Bismarck, el Canciller de Hierro del primer imperio alemán y uno de los pilares de la geopolítica “dura” que sin duda Perón debió enseñar en su cursos de la Escuela Superior de Guerra.
Si ahondamos un poco mas en filosofía, en particular en la teoría del conocimiento, podemos decir con los romanos que el tema central es la adequatio rei et intellectu, es decir, la adecuación del entendimiento con la cosa. Los romanos no sospechaban lo que tanto Marx como Freud sospecharon después, a saber que el entendimiento, mas que adecuarse a la cosa, con frecuencia la disfraza o disimula. Reacción, ilusión, ideología son las máscaras con que el entendimiento escamotea la realidad Al final la realidad se venga con una fuerte y sorpresiva bofetada. Es la astucia de la razón de la que hablaba Hegel, la mano invisible de la que hablaba –y no siempre bien—Adam Smith, la crisis estructural de la que hablaba Marx, y los efectos perversos que han estudiado los sociólogos contemporáneos.
Los ataques terroristas en Paris fueron una fuerte y sorpresiva bofetada por parte de una realidad que el mundo occidental venia escamoteando por mucho tiempo. Tal vez la novedad de la situación reside en el hecho que esta vez la revelación fue negativa: para decirlo en lenguaje hegeliano, fue la negación de la negación. ¿Qué quiero decir? Para aclararlo, citaré una conocida fábula infantil.
Había una vez un Emperador al que tanto importaban sus vestidos, que encargó un traje nuevo a dos sinvergüenzas que prometieron hacerle un traje con una tela tan especial que sólo podrían ver quienes no fueran tontos o indignos de su cargo. Pero sólo acumulaban el oro y los ricos materiales que recibían, mientras hacían como que tejían. Cuando los asesores del Emperador fueron a ver a los sastres tuvieron miedo de ser tomados por tontos, y regresaron alabando grandemente el traje. Lo mismo ocurrió con cuantos los visitaron, y con el propio Emperador, quien, cuando el traje estuvo listo, no dudó en quitarse sus ropas. Y fue al desfile vestido con sus invisibles telas, que también eran alabadas por todo el pueblo. Hasta que un niño gritó entre risas «El emperador está desnudo» y todos, incluido el Emperador, se dieron cuenta del engaño y del ridículo que habían hecho.
Como se trata de un cuento para niños, se puede ver el dibujito: https://www.youtube.com/watch?v=Tl-0_BiUR94.
Los ataques de Paris, y la reacción que suscitaron, pusieron a las claras que Europa, como súper-estado, no existe. No tiene un gobierno central, sino un parlamento y una burocracia lentos y disfuncionales. Tiene un Banco Central que puede emitir dinero en forma disimulada e inter-bancaria pero no está habilitado para mutualizar la deuda ni distribuir equitativamente el riesgo financiero. Tiene fronteras abiertas hacia adentro y fronteras porosas hacia fuera. Sus fuerzas armadas tienen un ínfimo poder de fuego comparadas con los Estados Unidos, que siguen siendo la garantía de la OTAN. Carece de una política exterior común, firme y consensuada. En suma, Europa funciona como el vestido invisible del emperador.
La realidad de un estado, en última instancia, se basa en la capacidad de ejercer la soberanía. Como decía Carl Schmitt, soberano es quien es capaz de defender una comunidad política en un momento de excepción, o de emergencia. Frente a la emergencia, Europa no supo ni pudo actuar. En cambio, el estado francés sí tuvo que ejercer su vieja soberanía: cerrar las fronteras, poner tropas en la calle, declarar el estado de sitio, y suspender las garantías individuales. Hacía mucho que no se veía en Francia tal despliegue de banderas tricolores, ni escuchar tantas veces el canto de la Marsellesa (evitando, eso sí, las estrofas mas sanguinarias del himno nacional). Y eso en un país que yo recuerdo, en mi edad provecta, que no tenía ni miedo ni fronteras en mayo de 1968. Sorprendidos al desnudo, los estados europeos se cubren rápidamente con el ropaje que tienen a mano. Mi sospecha es que ese ropaje es un disfraz. Explicare cómo y porqué.
Los países europeos, junto con los Estados Unidos, intercambian información táctica en Irak y Siria para tener algún logro mediático con un bombardeo aquí o allá. Pero los atentados de París demostraron que no están preparados para enfrentarse al terrorismo en sus propias casas. Habían abandonado la soberanía nacional a cambio de la ilusión de una soberanía supra-nacional inexistente. Todo el mundo habla de células de Daesh que penetraron en Europa junto con la ola de refugiados de Siria, y Europa no hizo nada con eso. Los terroristas de Daesh diseñaron el ataque en Siria, lo armaron en Bélgica y lo ejecutaron en Paris. Mas aun, Europa nunca hizo nada para contrarrestar la conversión de sus propios connacionales al terrorismo internacional. Mas adelante en esta nota explicaré cómo este proceso de no integración se dio no sólo entre los estados europeos, sino también dentro de sus propias sociedades.
La ciudad de Bruselas es el caso emblemático de la irrealidad europea. La hemos visto en los titulares y por televisión reaccionando en forma teatral al descubrimiento de que es y ha sido el principal mercado negro de armas en Europa y el centro de actividades terroristas. Después de los ataques en Francia, ha estado bajo la simulación prolongada de la ley marcial. Es la puesta en escena de una compensación. Bruselas es una ciudad dividida en tres comunidades étnicas y lingüísticas antagonistas entre sí. Las policías de cada sector no comparten datos ni coordinan su acción. Es al mismo tiempo la capital de Bélgica y la sede oficial de la Unión Europea. Lo diré en forma brutal: la bella Bruselas es la capital dividida de un país inexistente y la sede de gobierno de una Unión inexistente.
Europa nunca se consolidó, como se consolidaron los Estados Unidos después de varios años de vacilación (conocidos como los artículos de confederación) con la sanción de una Constitución nacional y de un estado federal.
El despliegue bélico actual no es una guerra contra el terrorismo, es una fachada teatral. Ya hubo varias alertas estratégicas de que la Jihad mundial ve a Francia como un objetivo preferencial: los atentados en Toulouse en 2012, en Híper Casher y Charlie Hebdo en 2015. Al parecer todo eso no fue suficiente como para cambiar la forma como Francia y Europa se enfrentaban al terrorismo. Los acontecimientos sucedidos en las últimas semanas – la explosión del avión ruso en la Península del Sinaí y el doble atentado suicida en Beirut – tampoco despertaron a las agencias de inteligencia de los países que participan en la lucha contra Daesh en Siria e Irak. Todas estas alarmas debieron haber producido un cambio radical en las medidas de prevención en Francia: inversiones multimillonarias en infraestructura de inteligencia, incluyendo vigilancia constante de las comunidades de inmigrantes, incrementar los controles de fronteras y establecer una unidad europea conjunta que se ocupe de recabar información de inteligencia sobre la Jihad mundial que decretó la guerra total a los “Cruzados”.
Pero la mera prevención, aunque necesaria, no será nunca suficiente. Los franceses, como los demás europeos, se apegaron a las leyes de libertad de movimientos y fronteras abiertas con la ilusión de un estado europeo al que nunca suscribieron con sinceridad. Hoy, ante la renuencia de Grecia de someter sus fronteras a una fuerza trans-europea, la Unión amenaza a ese castigado país con la expulsión del tratado de Schengen. Así comienza la desintegración del proyecto europeo. La regresión a las soberanías nacionales, después de treinta años de ilusión, es un triste espectáculo de “sálvese quien pueda.”
Es en parte cierto que Francia se convirtió en un paseo para inmigrantes de todo tipo, legales e ilegales. Pero la alarma frente a la inmigración, que alimenta la derecha dura, a su vez disimula el fracaso rotundo en la integración de su propia población de jóvenes de origen migratorio aunque ya ciudadanos franceses “en el papel.” Los políticos franceses decretaron una emergencia nacional con leyes especiales que incluyen las detenciones administrativas, redadas nocturnas y limitación de movimientos. Exactamente las mismas medidas que toma Israel con los palestinos, y que recibieron tremendas críticas por parte de Francia.
Ahora escribiré como sociólogo. ¿Qué Francia es ésta que hoy está tan dolorida y suscita mi simpatía (es uno de los países que mas quiero)?
Los graves problemas de Francia ni son de ahora ni vienen sólo de afuera. Son de manufactura nacional y provienen de treinta años de políticas de estado (en Francia el estado es mas activo y presente que en los países anglosajones) que con buenas o estrechas intenciones han fracturado la sociedad en dos. Para ponerlo en buen francés, a las trente glorieuses (los treinta años gloriosos) se sucedieron las trente honteuses (los treinta vergonzosos).
Francia es un estado bienhechor (welfare state) de corte corporativo que ha funcionado bien para una mayoría integrada y próspera de la población –el grupo etario que nació entre los años cuarenta y sesenta, que hoy envejece junto a las instituciones en las que se refugia. Esta mayoría, que en general apoya la intervención del estado, cuenta con beneficios sociales –salud, educación, transporte y energía subvencionados, asignaciones familiares, sindicalización y jubilación—que serían inconcebibles en los Estados Unidos. Es el campo de la famosa “solidaridad” francesa. Pero lo ha hecho a expensas de la marginación y exclusión de los siguientes sectores sociales: jóvenes, mujeres, inmigrantes documentados o indocumentados, de primera a tercera generación. Estos grupos se enfrentan a barreras muy altas y a políticas de estado que impiden su integración. No tienen ni voz ni voto ni acceso a la dignidad de un ciudadano completo. Son minoría, pero una minoría bien amplia que en vez de disminuir aumenta y que en vez de mejorar empeora. Dentro de este casi 40 porciento de la población, hay un núcleo duro de jóvenes de origen inmigrante, proveniente de las ex colonias, muchos de ellos musulmanes, con desocupación permanente y en estado “disponible” para cualquier aventura extrema.
Una sociedad que distribuye beneficios sociales hacia arriba, en la que el 60 porciento se siente cómodo y el 40 se siente mal, es una sociedad enferma, aunque sostenga, a la defensiva, que su “modelo” es superior al capitalismo “salvaje” anglosajón o se sienta víctima de una pérfida globalización. Efectivamente, si Francia pasase de su modelo social al modelo anglosajón, saltaría de Guatemala a Guatepeor. Pero olvidaría que en los países nórdicos o en Canadá el camino elegido es superior a esos dos.
Francia declaró la guerra como lo hizo Don Quijote con los molinos de viento. El terrorismo no se vence con 1500 soldados que circulan por París. Esta “guerra,” distinta de las anteriores, asimétrica, mundial y prolongada (calculo que durará otros treinta años) requiere dos cosas: un realismo geopolítico duro y sincero en el corto plazo, y una estrategia de re-equilibrio socio-económico en cada sociedad a mediano y largo plazo. Al fin de cuentas esta “guerra” se vence con otro modelo de desarrollo con integración productiva, mas justo e igualitario que el modelo actual, con una toma de conciencia honesta, y con el deber de enfrentar la crisis estructural del mundo mal globalizado.
Opinion Sur



