Con la evolución de la crisis económica mundial nos percatamos que la viveza criolla no era una peculiaridad folklórica de Buenos Aires o de toda la Argentina. Ha sido un modo de actuar corriente de la alta finanza internacional y también el modus operandi de varios gobiernos que han escamoteado las cuentas fiscales. El juego por lo general termina muy mal, es decir en bancarrota. Sin embargo aun en medio del descalabro los mismos intermediarios financieros que estimularon el exceso ganan por partida doble, ya que por otro lado habían hecho apuestas anticipadas a que todo terminaría mal.
La crisis internacional ha entrado en una nueva etapa: se ha pasado de la bancarrota privada a la bancarrota pública, normalmente conocida como default soberano. Ya no se trata de casos aislados y periféricos, como el de México en 1995, el de Rusia en 1998, o el de Argentina en el 2001. Ahora se trata de países que están o que aspiraban a estar en el primer mundo: entre los nórdicos Islandia, en Europa septentrional los países bálticos, en los Balcanes Grecia, y en el resto del viejo continente España, Portugal e Italia. El Reino Unido no anda muy lejos de una crisis de deuda y hay quienes hablan de un futuro default, disfrazado o no, de los propios Estados Unidos.
Un país puede ser atacado por un ejército enemigo, por una red de terroristas, por piratas del Internet, por una plaga, o por una catástrofe natural. También puede ser atacado –Dios lo salve entonces— por los mercados. Es el peor de los ataques: es solapado y anónimo, tiene armas financieras, y es una mezcla malsana de acciones humanas y de ferocidad bestial. En la vida silvestre, un animal débil o herido suele ser fagocitado por sus congéneres o por miembros de otra especie. Es la ley de la selva. En el caso de una crisis financiera las fieras son inversores, prestamistas, fondos de especulación y los llamados capitales buitres. Sin embargo, para llegar a esa situación se necesita de la acción egoísta o perversa de quienes –a veces muchos– llevan primero un país a la ruina. Esas acciones son el gasto dispendioso, el desorden fiscal, la imprevisión, la evasión impositiva, el endeudamiento, la corruptela y sobre todo la “viveza criolla.”
Esto sucede por dos razones. La primera tiene que ver con la debilidad fiscal de algunos países, cuyos gobiernos gastan mucho mas de lo que percibe en concepto de impuestos y regalías. Esto a su vez tiene mucho que ver con un concepto prebendario de la democracia, que consiste en prometer obras y subsidios a cambio de votos. Y también por una actitud generalizada entre la población de evadir impuestos. No queda por lo tanto otro camino que el endeudamiento, a través de la emisión de bonos y títulos del Tesoro. Si la imagen del país es buena, y sobre todo si hay disponibilidad internacional de fondos de inversión, los prestamistas están ansiosos de colocar sus dineros en bonos extranjeros. Pero hay mas: los mas entusiastas colocadores de bonos son los intermediarios –las grandes casas bancarias y fondos de inversión– que ganan cuantiosas sumas en las dos puntas, por comisiones por un lado, y por un porcentaje de las ganancias por otro. Esta es la segunda razón. Por lo general estos intermediarios se aseguran ganancias aunque el negocio ande mal, porque intercambian seguros de riesgo entre si. Surge así un capitalismo financiero parasitario que acumula beneficios a costa de la economía real, y que no conoce la palabra “perder”. Cuando rozan la posibilidad de perder es ya muy tarde. Esto se produce a veces cuando hay impagos en cadena. Entonces, todo el esquema de inversiones, de seguros y reaseguros se rompe. En este escenario, se habla de “riesgo sistémico.” Quiere decir que toda la economía nacional e internacional se atasca. Para evitar este escenario catastrófico, los mismos intermediarios acuden al auxilio del estado en su país de base, que para evitar males mayores, los “salva” inyectando dineros públicos (es decir dinero de los contribuyentes) en la banca privada. En pocas palabras, cuando llega el momento de “perder” los mas poderosos socializan sus pérdidas. Se vuelven socialistas de ocasión.
Cabe preguntarse entonces, ¿por qué los entes internacionales reguladores no advirtieron a tiempo el peligro y sancionaron operaciones demasiado riesgosas? La respuesta que tengo es provisoria, y tiene que ver con el poder del dinero: las sumas en juego son tan enormes que no se comparan con los fondos de reserva de una organismo como el Fondo Monetario Internacional. Cuando los fondos privados deciden que los bonos de un país determinado son “buenos” (aunque no lo sean), el Fondo Monetario históricamente ha hecho la vista gorda. En el caso particular de Grecia, que solicitó entrar en la Unión Europea en el 2001, la banca intermediaria Goldman Sacks “ayudó” al gobierno griego a disimular la magnitud de sus deudas y el tamaño del déficit fiscal, es decir ayudo a engañar al resto de los miembros de la Unión Europea. Muchos de nosotros lo hemos hecho a veces en la escuela: “machetearse” para pasar un examen. Para “ayudar” a Grecia Goldman Sachs hizo un machete genial: disfrazó las cifras a través de oscuros instrumentos financieros, con el uso de alta matemática (es la primera vez en la historia que se miente con algoritmos, dejando en claro que hasta las matemáticas son corruptibles). La misma casa bancaria hoy es la primera en querer cobrar seguros por el inminente colapso de la deuda externa de aquel país. Para que el lector no se confunda presentaré una analogía: es como si un vendedor de automóviles le vende a un cliente un coche con frenos defectuosos y luego saca un seguro por accidente sobre el mismo automóvil. En la vida cotidiana seria un acto punible y encarcelable. En el mundo de la alta finanza es una practica corriente e impune. Hoy sabemos que son muchos los gobiernos que “dibujan” las estadísticas, con a sin ayuda de tramposos de alto vuelo. Tarde o temprano esa “viveza criolla” se paga cara. (i)
Cuando la irresponsabilidad colectiva se hace inocultable, los propios intermediarios y los organismos veedores internacionales suenan la alarma. Hacen recordar la escena famosa en la película Casablanca, cuando el corrupto inspector francés que hasta entonces cobraba coimas por dejar que los parroquianos de un café jugaran a la ruleta, se ve obligado por la autoridades alemanas de ocupación a cerrar el local, cosa que hace mientras exclama: “¡Que barbaridad, aquí se jugaba por dinero!” Las agencias de calificación de riesgo le dan una mala nota al país en cuestión, los agentes intermediarios apuestan, a través de complicados mecanismos de seguros (los llamados Credit Default Swaps o CDS) a que el país que antes promovieron irá a la quiebra y así ganan, suceda lo que suceda. Por su parte, los organismos reguladores, como el FMI, imponen al país hundido condiciones de austeridad durísimas, a cambio de algún dinero de rescate. Esas condiciones son por lo general políticamente imposibles de cumplir para cualquier gobierno que dependa de un mínimo apoyo popular. Por lo tanto, el gobierno cae, hay protestas en las calles, y cualquier sucesor en el poder declara el default. Todos pierden entonces menos uno: los financistas intermediarios. Pagan justos por pecadores, y entre los pecadores los que salen ilesos son los mas “vivos.” Estos tienen nombre: se llaman Goldman Sachs, Morgan Stanley, Citibank y otros nombres de supuestamente respetables casas bancarias, entre megabancos y fondos de inversión llamados justamente hedge funds porque apuestan a ganador y a perdedor. Los menos “vivos” que pierden son los gobiernos que endeudaron a un país, que no acumularon reservas, que hicieron distribuciones dispendiosas y que para decirlo mal y pronto, robaron impunemente mientras disimulaban el despilfarro con la connivencia de connacionales y extranjeros. La codicia de muchos los llevó a embarcarse en prácticas oscuras de las que salieron mal. En el casino global gana siempre la banca. Como me explicó no hace mucho tiempo y con todo desparpajo un joven financista de Wall Street: “Nosotros organizamos un mercado y le vendemos cualquier cosa a cualquiera.” Corolario gauchesco: en el mundo global para ser chorro hay que ser profesional.
¿Quién paga los platos rotos? ¿A quien le duele mas la hora de rendir cuentas de tanta antigua viveza? La lista es larga, e incluye a la mayoría de la población. En ella figuran todos aquéllos que no pueden pagar sus hipotecas, aquéllos que pierden su trabajo y con él, su seguro de salud, los negociantes que nada venden, los obreros en las fábricas que todavía funcionan pero que trabajan solo a mitad de tiempo, los ahorristas que quedan atrapados en una forma u otra de un “corralito” bancario, los gobiernos en todos los niveles –nacional, provincial y local– que se han quedado sin fondos para proveer servicios básicos, los empleados públicos que son los primeros en tener que hacer muestra de austeridad, los hospitales, las escuelas, las carreteras. Entretanto, los grandes vivos se salvan. Sus fondos serán invertidos en nuevas “burbujas,” sus personas se refugian en sus mansiones y en retiros que no son precisamente retiros espirituales. Se refugian en el disimulo, con el perfil bajo, y en obras de caridad como gesto de contrición, con la ayuda de especialistas en relaciones públicas y agentes de lobbying frente a comisiones investigadoras. Entre los culpables hay como siempre sucede en estos casos acusaciones mutuas.
En la crisis actual nadie esta a resguardo de las consecuencias. Los platos rotos los pagamos todos. Pero aquí también hay que hacer una salvedad. Los países de mayor riesgo son los que mas se hipotecaron, los que mas gastaron sin tener con qué, los que mas corrieron el riesgo hacia el futuro, comprometiendo a la próxima generación, y los que mas mintieron, como si el desarrollo económico fuese una partida de truco.
Cuando llega el momento de la verdad, el último naipe que el país en peligro juega –su as de basto—es una forma del chantaje: “si me dejan caer arrastro a mis acreedores y pongo en peligro al vecindario.” En ese caso recibe un paquete de ayuda. Las condiciones son, sin embargo, leoninas, y el país en cuestión se ve obligado a rendir parte de su soberanía. Los de afuera le vigilan las cuentas, se instalan en su casa, y lo retan. Una forma de rendir soberanía es la adopción de moneda extranjera. De esa manera controla la inflación, no devalúa en moneda propia, y se ajusta a las condiciones económicas regidas por un Tesoro ajeno. En América Latina eso fue, en su oportuno momento, la dolarización. La Argentina hizo, en ese sentido, un invento novedoso, que se llamó convertibilidad. Se sujeto a un sistema rígido de cambios, algo que se practica en países pequeños, como en su época lo fue Hong Kong y hoy lo son las Bermudas (currency board). Es una forma de abdicar la soberanía monetaria. Hace recordar a la vieja leyenda homérica de Ulises y el canto de las sirenas, en que el astuto capitán se hace atar al mástil y obliga a su tripulación a taparse los oídos. De esa forma evitan caer en los escollos al mismo tiempo que el jefe escucha, impotente, el canto hechizado. Un colega brasileño fue mas contundente en su descripción de la convertibidad argentina: es algo así, dijo, como maniatarse con las esposas de un policía y tirar la llave al mar. En el caso de Grecia, en vez de dolarización hubo adopción de la moneda común europea. Consiguió ventajas crediticias pero no pudo cumplir con las condiciones de saneamiento fiscal, ya que las autoridades, muy llenas de viveza criolla, encubrieron sus déficits para poder entrar al club de las economías mas serias. Repitieron de esta manera el ardid del astuto Ulises, que fue el primer “vivo” de la literatura occidental. Cuando se descubrió la verdad, en el contexto de la crisis mundial, Grecia se vio necesitada de confesar y pedir ayuda. En el 2001 en cambio, la Argentina quedó sola, sin poder recibir ayuda de sus vecinos, muy débiles también, e intentó recurrir al Fondo Monetario, para recibir condiciones inaceptables por lo duras. Así llegó al default y quedo aislada de los circuitos de crédito e inversiones del mundo global. Ahora que este último entró en la segunda Gran Depresión, diez años después de que hiciera quiebra la Argentina, y después de una real recuperación por parte de este país, el mundo se percató que aquella experiencia pampeana era un fenómeno precursor de una catástrofe general que vendría después.
Argentina y Grecia han tenido historias paralelas desde que terminó la segunda guerra mundial. Ambos países oscilaron entre regimenes democráticos y dictaduras militares. En ambos países la dictadura cayó al perder una guerra externa (Chipre en el caso griego y en el argentino las Malvinas). En los dos países la población tiene una gran capacidad de protesta, pero poca disciplina y solidaridad En ambos la deuda externa vino a suplir un crecimiento autosostenido, y la política democrática fue prebendaria. En vez de movilización productiva –sobre todo la movilización económica e los sectores mas bajos en la pirámide social—hubo agitación política y puja redistributiva. Al fin del periplo, los mercados pronunciaron la triste verdad que los políticos negaban: las cuentas no cierran. Hoy Grecia, como Argentina en el 2001, está al borde del default.
La quiebra de un país, como la quiebra de una compañía, se puede hacer en forma ordenada o en forma catastrófica. La Argentina vivió el trauma de una quiebra desordenada, que aunque superada, ha dejado profundas cicatrices. Grecia, en cambio, recibirá un tratamiento mas prolijo por parte de sus socios mayores en la Unión Europea. En ambos casos la tendencia popular es negar la propia autoria de la crisis y culpar a los de afuera (en el caso argentino son los vecinos del norte; en el caso griego son los alemanes). Nunca faltan políticos oportunistas que se aprovechan de la situación. Confirman de esa manera la lapidaria sentencia de Samuel Johnson: “el patriotismo es el único ultimo refugio del sinvergüenza.”
¿Qué corolario podemos sacar de esta terrible y triste historia de la viveza criolla y su destino desalmado? La lección principal –a nivel internacional y colectivo– es que hay una necesidad imperiosa de controlar al capital financiero, que actúa como alcahuete del endeudamiento. La segunda lección es que, en materia de cuentas fiscales, el engañar no da resultado. Es una lección de transparencia. La tercer lección es política: una verdadera democracia no puede basarse en promesas redistributivas, sino en la movilización productiva. El gasto publico debe dar prioridad a la inversión y no al simple mantenimiento de sectores carenciados. Finalmente, en aquellos países en que de tanto en tanto hay bonanza por recursos explotables y exportables, es importante esterilizar los efectos negativos (llamados por los economistas “el mal holandés” (ii) ) creando fondos soberanos de inversión para el futuro. (iii) Los antiguos egipcios sabían de esto: construían graneros para los tiempos flacos venideros.
Al final de cuentas las malas cuentas, las cuentas de la viveza, no son un problema económico sino una deficiencia moral. Un país que se endeuda engaña no sólo a los demás, sino a su propia posteridad, ya que condena a quienes lo siguen en el camino de la vida a una vida peor que la de sus mayores. Las ideas reguladoras de toda moral son dos: (1) hacer que el interés propio se condiga con el interés universal y (2) dejar en herencia la posibilidad de un mundo mejor para los que vienen detrás.
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Notas
1) La viveza criolla significa depredación oportunista, es decir, la prontitud para obtener máximo provecho a la mínima oportunidad, sin escatimar los medios a utilizar ni las consecuencias o perjuicios para los demás.
2) Fenómeno resultado de cualquier hecho que genere grandes entradas de divisas, como un notable repunte de los precios de un recurso natural, la asistencia externa y la inversión extranjera directa, que distorsiona los precios y hace caer sectores enteros de una economia.
3) El país modelo en ese sentido es Noruega. El caso opuesto es Venezuela.
Opinion Sur



