El extraño sueño de Alexis, ministro griego

El sol doraba la Acrópolis, que todavía se podía vislumbrar en la distancia. Allí donde estaba, en un pequeño departamento en el Pireo, calle Filonos 147, rodeado de bares y de almacenes náuticos, podía finalmente descansar después de un día agobiador. El departamento pertenecía a un amigo de la Universidad y en otra época lo habían compartido. El barrio, que él bien conocía, era muy pecador por la noche y muy inocente de día.

Había logrado escapar de su oficina disfrazado de chofer en un pequeño Fiat. Le costaba creer que a los cuarenta años había llegado a la cúspide del poder. De los cuarenta, veinte los había pasado en la militancia de izquierda intransigente. Después de la crisis europea y la catástrofe helena, Alexis había formado una coalición heterogénea con la que ganó las elecciones. Izquierdas y derechas se daban la mano para defender lo poco que quedaba del honor nacional. Pero no era una alianza estable, sólo una mayoría negativa. “En general esto termina, se decía, igual que mi automóvil: entro por la izquierda pero después de arrancar mantengo mi derecha. Al menos es lo que me piden ‘los que saben’ en la Unión Europea.” Se estiró en un sofá, cerca del escritorio de su amigo. “Y si me hago el vivo, me echan a patadas o me matan” siguió pensando.

Para dormirse mas rápido, buscó un periódico, un librito, o cualquier texto anodino a su alcance. Sólo encontró un sobre abultado, que curiosamente estaba dirigido a él. Había llegado por correo y en un primer momento pensó que era un encargo local, ya que contenía un librito o panfleto que parecía usado. El sello postal era azul y blanco, como la bandera. No le prestó atención. Si lo hubiese hecho, se habría dado cuenta que no era el azul y blanco de la insignia griega, sino los colores de otra bandera. Y se habría imaginado que sería un regalo de sus tíos, que hacía muchos años vivían en la Argentina. Le costaba seguir el texto en castellano, idioma que había aprendido no muy bien en el liceo. La dificultad lo indujo a adormecerse, que en el fondo era lo que buscaba.

Con el librito en la mano, que luego dejó caer, entró en un sueño profundo. Fue entonces que vio a un hombre un poco mayor que él, alto, engominado y sonriente, parecido a su padre, que tomó el librito del suelo y comenzó a leer, y Alexis entendió todo. No se sobresaltó porque, desde la mas remota antigüedad, los griegos creen que un sueño, mas que un invento del seso descansado, es una visita de los dioses o de espíritus muertos.

Así comenzó a leer en voz alta el sonriente engominado:

“La dignidad de la igualdad, no la vergüenza del sometimiento. Palabras sabias y prudentes, Alexis, asestadas como un latigazo en el rostro de todos los entreguistas del mundo. ¿A cuantos alcanzará esta lección? ¿Cuántos políticos y publicistas al servicio de la traición y de la entrega oirán las palabras de un hombre sensato? ¿O seguirá el dinero pesando mas que la verdad y el anhelo de los pueblos? El error de muchos hombres y mujeres de gobierno, en las democracias inorgánicas de este mundo, está en no interpretar y respetar las aspiraciones populares. Vivimos en una época en que los gobiernos miran demasiado hacia fuera de sus fronteras y lo esperan todo de la ayuda que ha de venirles de los poderosos. Por eso, también, su política esta influida por inscripciones foráneas, acompañadas de abundantes medios económicos. Después de hacer que mucha gente se muera de hambre con la ‘austeridad’, ahora están dispuestos a comprar por poco el favor popular. Olvidan que ‘quien da pan a perro ajeno pierde el pan y pierde el perro.’ Y que los gobiernos y los políticos, al decir de Napoleón, ‘todos tienen precio;’ en cambio, los pueblos no se venden.

Como consecuencia de tales graves errores en la conducción política de los pueblos, se ha hecho casi una regla que los gobiernos estén divorciados del sentimiento popular y que, mientras ellos son un instrumento dócil del imperialismo, los pueblos sigan siendo fieles a los principios de libre determinación y soberanía. Sólo mediante tal aberración es posible observar la monstruosidad jurídica de gobiernos, delegados y órganos publicitarios que sostengan la intervención en los países menores por los poderosos. De eso a colonia hay un solo paso.

Todos estos hipócritas son doblemente traidores. Traicionan a su pueblo y engañan al poderoso. Muchos de ellos piensan lo contrario de lo que dicen: basta oírlos privadamente; en el fondo, no comparten la idea que apoyan y menos aun representan la voluntad popular ni transmiten el verdadero sentimiento de los pueblos que dicen representar. Es así que se está construyendo con estiércol sobre lodo y arena. ¡El terrible engaño en que estarán muchos que creen en las decisiones de conjunto! Y a eso lo llaman ‘Unión Europea.’ La evidencia vendrá después con la realidad de los hechos.

Los poderosos también trabajan para ser engañados. Prefiriendo el apoyo y los falsos halagos, no pueden obtener la palabra libre y viril de los honrados y menos el sentir de sus pueblos, que, aunque sea una dura verdad, es siempre preferible a la agradable mentira.

Sin embargo, tras esa ‘agradable mentira,’ todas las conferencias resultan dirigidas hacia objetivos preconcebidos y arreglados de antemano. Hasta se utilizan personeros para las ‘ponencias bravas’ y se adelantan agentes de provocación para ‘tantear el campo,’ reclutados entre los corrillos de antesala que se utilizan como caballos de Troya para introducir entre los grupos.

¡A esto a menudo se llama habilidad política! Es menester una gran independencia y una extremada prudencia para obrar correctamente y con la dignidad que impone el país, no cayendo insensiblemente en esta clase de ‘habilidades’ que, por otra parte, no difiere en mucho de los métodos empleados por los jugadores con ventaja.

Cuando llega la hora de las alabanzas en los discursos finales, ¡que distinto lenguaje al de los conciliábulos privados o de antesala! Los diarios que cobran en ‘moneda dura’ establecen una verdadera carrera para ver quien elogia mas y quien apoya mejor el sometimiento, mientras los pueblos cada día sienten mas repugnancia y mayor vergüenza frente a la indignidad organizada.

No te entregues, corazón griego, no te entregues.”

Entonces sí Alexis se sobresaltó y despertó. Volvió a tomar el libro del suelo, y vio que era una antigua compilación de artículos sobre política y estrategia, que tenía por acápite “No ataco, critico” y estaba firmado por alguien que se escondía bajo el nombre de Descartes, en Buenos Aires, allá por el año 1951.

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