La des-globalización multiplica los compartimientos sociales estancos pero deja intacta la imitación de lo peor de la globalización anterior. La mejor metáfora para este tipo de multiplicación desordenada es la metástasis.
La globalización que cobró fuerza en la década de los 90 del último siglo y se aceleró hasta la primera década del actual, se encuentra ahora en retroceso visible, rayano en la desintegración. Ambos procesos de acción y reacción han sido tan vertiginosos que los intentos por comprenderlos se han quedado atrás, y en busca de nuevos conceptos. Esta crisis del entendimiento abarca a todas las ciencias sociales, desde la economía a la sociología. Nos invita a la reflexión.
Hace muchos años, el gran sociólogo norteamericano Everett Cherrington Hughes, en sus clases sobre los métodos de campo, decía que para entender un fenómeno social no hay que preguntar qué es sino qué no es, y a qué se parece. En otras palabras, para entender un fenómeno social hay que probar de aplicarle metáforas, hasta encontrar una que lo ilumine y estimule una serie de preguntas productivas. Con este hilo conductor propongo ensayar alguna de estas metáforas para entender el actual proceso de des-globalización.
Para comenzar diré que tanto la globalización como la reacción que ha provocado son procesos desordenados y contradictorios. Entre otras cosas, la globalización de tres décadas recientes a la que me refiero ha provocado una aguda contradicción entre la secular tendencia a la igualdad (a través de luchas sociales) de los últimos 300 años, por un lado, y los retrocesos provocados por el capitalismo salvaje y las ideologías retrógradas de globalización asociadas[1]; un ascenso social de sectores sociales que hasta entonces estaban al margen de la sociedad nacional e internacional (movilización primaria, como es el caso de grandes masas asiáticas), y al mismo tiempo el descenso social de sectores que hasta entonces estaban integrados (movilización secundaria, de sectores ex obreros en países desindustrializados de occidente por ejemplo); relacionado con lo anterior, la inversión o tergiversación de aspiraciones y perspectivas; y encadenado a todo lo previo, el surgimiento de movimientos sociales con signos opuestos que no tienen relación directa con el significado de las palabras “izquierda” y “derecha” heredadas de un mundo anterior.
Estos factores echaron por tierra toda la estantería del orden internacional que fue establecido después de la Segunda Guerra Mundial, bajo la hegemonía de los Estados Unidos, con sus aliados de Occidente y seguidores mas o menos obligados en otros continentes. Con el derrumbe del orden alternativo propuesto por la Unión Soviética (según la tesis de E. Wallerstein) en torno a 1989, el Occidente aparentemente triunfante estimuló una nueva fase de crecimiento e intercomunicación denominada globalización que, sin embargo y dialécticamente, minó las bases del orden anterior.
Hoy en día estamos frente al espectáculo de un mundo en pedazos, con fragmentos del orden vigente de 1945 hasta 1990, mas los fragmentos de un proceso posterior que no cuajó en un nuevo orden, mas el surgimiento de bloques y unidades dispares, conectadas en algunas dimensiones y distantes o incomunicadas en otras, con disputas por doquier (insurrecciones, guerras, proteccionismos, nacionalismos cerrados pero imitadores en los métodos, y formas variopintas de la regresión social). El resultado neto de este desorden es la destrucción acelerada del patrimonio global de la humanidad (en especial el medio ambiente), es decir, la abdicación frente al mayor desafío existencial que enfrenta nuestra especie.
Si el argumento anterior es acertado, entonces para entender mejor la simultaneidad y contradictoria relación entre fragmentación y conexión, propongo una metáfora. Es la metástasis. Es un concepto trasladado de la medicina, pero de circulación laica y general. La palabra proviene del griego meta [μετά] (después, de otro modo, mas allá, en un lugar distante) y stasis [στασις] (acción de estar). En algunos textos griegos (por ejemplo en Platón) se refiere al cambio en la constitución política o una revolución social. En medicina el vocablo es también una metáfora, y se refiere a la diseminación de un tumor maligno primario a otras partes del cuerpo, en órganos distantes, por vía sanguínea o linfática.
Creo que esta metáfora es apropiada para captar la situación geopolítica actual, en la que bloques de países, países individuales, y agrupamientos sociales dentro de cada país o entre ellos, se separan los unos de los otros, rivalizan en ciertas dimensiones (en especial política y cultural), y entran en agudos conflictos, que con frecuencia se tornan violentos (van desde la polarización a la guerra tanto civil como inter-estatal). Los canales de comunicación, hoy tan eficaces en su velocidad y ubicuidad, diseminan tanto elementos de asociación como de disociación, tanto visiones amplias como anteojeras cerriles, tanto la compasión como el odio. Y la misma tecnología, potenciada por la inteligencia artificial, elimina el dialogo, la duda, la ambigüedad, que son esenciales para la formación del juicio inteligente. Es la fronesis [Φρόνησις] griega, que en Aristóteles significa la virtud del pensamiento moral, normalmente traducida como ‘sabiduría. Me animo a sostener que la cultura del algoritmo a la que la pantalla del celular nos ha acostumbrado, es enemiga de la sabiduría.
Todo esto afecta a los distintos estamentos de la sociedad, de abajo para arriba, en los que la intensa interacción no produce comunidad, sino mas bien un caleidoscopio de identidades cada vez mas ensimismada, donde la superficialidad de las “amistades” en Facebook se ve compensada por el ensimismamiento de identidades, donde cada uno reivindica con los que se le parecen pero no se solidariza con otros distintos, excepto en el alzar de hombros del relativismo menefreguista (“me da igual” o indiferencia), donde el individualismo a ultranza o la asociación de afinidades electivas no logra crear un amplio espacio cívico de concertación nacional o internacional. Subiendo en la escala social y política, vemos que en vez de una democracia social se da, o bien una falsa democracia (e.g. “democracia popular,” “democracia anti-liberal” y otros barbarismos similares) o bien una “vetocracia” que paraliza la voluntad general de la que hablaba Roussseau. Una serie de odios y egoísmos que se copian y reproducen es parecida a un tumor que se repite por todo el cuerpo, y al final acaba con él (cualquier crisis accidental u oportunista lo derriba).
El la estratósfera social, un grupo de multibillonarios juega, quita y saca inversiones (también gobiernos) sin preocuparse de las consecuencias, salvo el impacto en su sed insaciable de ganancias. Mas abajo, a nivel regional o nacional, otras elites se aferran al poder por el poder mismo, que a su vez es una versión degradada del verdadero poder, que es, según sostenía Hannah Arendt, comunitario.[2] Esta idea, basada en importantes experiencias históricas, la hemos perdido.
Frente a esta situación, el manejo de la cosa pública, cuando no es abandonado enteramente, queda, como “mejor” opción, en manos de una tecnocracia. I extremis, quedará en manos de una inteligencia artificial. Ya lo anticipó hace mas de cien años Max Weber, en un acápite de su gran obra inconclusa Economía y Sociedad:
Especialistas sin espíritu, sensualistas sin corazón; esta nulidad imagina que ha alcanzado un nivel de civilización nunca antes alcanzado.[3]
Lo que no vio Max Weber es cómo esa civilización se está acabando.
[1] En la Breve historia de la igualdad de Thomas Piketty (2021), el conocido economista analiza la búsqueda de la igualdad desde el siglo 18. Para Piketty, la lucha por la igualdad ha sido el hilo histórico que ha ligado luchas, revueltas y revoluciones a lo largo y ancho del globo desde hace más de 300 años, consolidando una tendencia que, con sus avances y retrocesos, camina siempre hacía mayores cotas de igualdad. Cuestiones como un reparto más equitativo de la riqueza, de los ingresos o de las propiedades, el acceso al poder político o el reconocimiento de derechos, pasando por la mejora en los indicadores educativos o sanitarios son ejemplos de esa tendencia. Pero, al mismo tiempo, y desde 1990 en particular, el capitalismo globalizado ha producido una nueva y enorme desigualdad. Se trata de un nuevo “ancien régime” que ha de caer en crisis y revuelta como lo hizo en Francia en el siglo 18. Para una lectura rápida, ver la reseña en https://blogs.publico.es/otrasmiradas/55651/la-eterna-lucha-por-la-igualdad-a-proposito-del-ultimo-libro-de-piketty/
[2] En su libro La condición humana, Hannah Arendt concibe el poder, en abierta contraposición con la tradición del pensamiento político, como aquello que surge cuando los hombres se reúnen para actuar y dialogar en concierto.
[3] La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Capitulo 5.
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