La salida de Grecia, del euro, de Europa, o de los dos, es inevitable, aunque hay varias opciones. Esta llegando el momento de ejercer la soberanía, aun con pocos grados de libertad.
La crisis de la deuda Griega ha pasado de ser grave a ser extrema. Una situación extrema tiene sin embargo la virtud de simplificar las cosas. Por ejemplo, una grave crisis médica lleva con frecuencia a la disyuntiva: vida o muerte. La alternativa es simple y binaria. Pero un país en situación económica extrema no muere; entra en bancarrota y desde allí comienza una nueva etapa de su historia. Se trata de un estado de excepción en el que ejerce la soberanía quien toma una decisión dura pero necesaria.
En estos momentos el gobierno griego no tiene mas recursos para pagar sus obligaciones, ni la internas –pago de salarios públicos y jubilaciones—ni las externas –pago de la deuda y sus intereses. Para salir del paso, sus acreedores insisten en las mismas condiciones leoninas con las que antes extendieron mas préstamos. Pero en Grecia, ese juego de postergación ya no da mas. Las exigencias cumplidas –para salvar a los bancos prestamistas— han sumido a la economía griega en una grave depresión y al pueblo griego en la desesperación. Las reformas han caído sobre las espaldas de los menos ricos y de los menos veloces (las clases medias y los trabajadores). Es de anticipar entonces una salida griega de la moneda única europea para regresar al antiguo dracma (tan viejo como el país), con cuya emisión y devaluación, sumada a un recorte forzado del monto de la deuda, Grecia podría intentar un nuevo camino de recuperación. El euro es hoy para Grecia un chaleco de fuerza que la obliga a efectuar solamente una “devaluación interna”, es decir, el empobrecimiento agudo de su población. Esta situación es para un argentino una película que hace catorce años vio y vivió.. Para aclarar el paralelo, hagamos un pequeño repaso de historia.
En 1998 comenzó una recesión muy prolongada en la Argentina. En ese entonces el presidente en ejercicio finalizaba su segundo mandato y el país se preparaba a cambiar de gobierno. El nuevo gobierno se encontró con que su antecesor había dejado un déficit fiscal de 7.350 millones de pesos, o dólares, ya que seguía vigente la llamada “Ley de Convertibilidad” por la que 1 peso argentino equivalía a 1 dólar norteamericano. Esto se llamó el “uno a uno.”
El gobierno tomó medidas severas para sanear las finanzas publicas. Recortó el gasto en forma severa e inauguró lo que hoy en Europa se llama “medidas de austeridad.” Al mismo tiempo pidió un préstamo al Fondo Monetario Internacional y a los bancos privados para reducir la presión de la deuda externa.
Pero esas medidas y esos préstamos no evitaron la fuga de depósitos de los bancos ni hicieron desaparecer el peso de la deuda. Hubo gran malestar popular por las condiciones impuestas por los acreedores a cambio de su “ayuda.” El desempleo rozaba ya el 18 por ciento de la población activa.
Ante estas circunstancias, el ministro de economía Domingo Cavallo publicó un decreto por el que establecía prohibiciones para los ciudadanos y las entidades financieras, limitando el retiro de fondos a solo 1.200 pesos mensuales en cuotas semanales. Fue esta medida fiscal la que pasó a ser llamada “el corralito,” ya que paralizaba las cuentas de los depositantes (en su mayoría de clase media). Se trastornó la vida de los ciudadanos, se paralizó el comercio, y como si esto fuera poco, los fondos que podían retirar valían en dólares tres veces menos. En otras palabras, de la noche a la mañana, el país entero se volvió tres veces mas pobre.
El gobierno renunció en medio de grandes protestas. Sus sucesores declararon la cesación de pagos de la deuda y la derogación de la ley de convertibilidad. Además confiscaron y devaluaron los depósitos a plazos fijos. A este conjunto de nuevas medidas, sumadas a las anteriores, se lo llamó el “corralón.”
Se sucedieron varios gobiernos, hasta que el país se estabilizó con la administración Kirchner. Se negoció un retazo enorme de la deuda, y dadas las condiciones favorables a las exportaciones, y gracias a otras políticas publicas, la economía creció y el desempleo descendió. Once años después se pagaron muchas de las deudas antiguas, y hasta se emitió nueva deuda, atada al nuevo crecimiento, a pesar de que el país quedo bastante aislado del flujo del capitalismo financiero internacional.
La Argentina no fue salvada por la dádiva de los poderosos. Sufrió, se liberó, vivió con lo suyo, y creció en el plazo de una década. Mañana vendrán cambios y ajustes, y una nueva inserción en la economía mundial, pero la lección es clara.
Con Grecia los paralelos son muchos. Por ejemplo, su sujeción al euro, la moneda común europea, reproduce el “uno a uno” argentino. El canje propuesto por el FMI de ayuda por mayor austeridad conduce al mismo callejón por el que alguna vez entraron los argentinos. La obstinación alemana en disciplinar al pueblo griego reproduce, en términos tecnocráticos y pseudo-democráticos, la tentación autoritaria en la que alemanes, griegos y argentinos cayeron varias veces en sus respectivas historias. Y si hay corrida bancaria, es de anticipar primero un “corralito” y luego un “corralón” griegos.
En la encrucijada, Grecia tiene frente a si varios caminos. En la elección de camino, sin embargo, pocas veces puede un país darse el lujo de ser racional y sereno. Además, detrás de la primera encrucijada hay otras. Pero seguir así ya no puede, y de una manera o de otra, Grecia tendrá que abandonar el euro. Un país se ve obligado a salir del “uno a uno” si su gobierno no puede afrontar sus obligaciones, si sus bancos cierran las puertas, si su economía se deprime y si su situación política se torna turbulenta. Grecia se esta acercando a ese punto de inflexión. Su salida de la zona euro puede entonces volverse caótica, como sucedió en la Argentina cuando salió del uno a uno. Para llegar a una decisión mas racional se necesitarían calma y tiempo, y por ahora no los hay. En su lugar, deudores y acreedores han caído en reproches moralistas, que cada uno repite en tono cada vez mas alto, sin escuchar al otro. Eso sólo endurece las posiciones y así se llega a la ruptura.
Aun si todos evitaran ese accidente, ¿qué alternativas tendría Grecia dentro de la eurozona? Creo que pocas y no muy buenas. Las voy a enumerar, y queda a cargo del lector juzgarlas. La primera seria “mas de lo mismo” pero un poco mas generoso: un nuevo programa de rescate de los “socios” europeos, con la promesa de descontar la deuda de manera significativa al cabo de las reformas que ellos consideran necesarias. La otra opción seria poner fin a la política europea actual de “postergar y pretender”. Se haría una gran reducción de la deuda y no habría ninguna otra ayuda después. El gobierno griego mantendría el euro como moneda, pero con restricciones de uso y con un suplemento de emisión de bonos internos, que funcionarían como otra cuasi moneda. El euro se volvería de hecho una moneda paralela dentro del país. El otro camino, que considero probable, seria llegar a la conclusión colectiva por parte de griegos y europeos, de que no hay mas remedio para los griegos que zafarse del euro y seguir por su propio camino. En esta hipótesis, los propios europeos acompañarían a Grecia al portón de salida. Como regalo de despedida, los acreedores “perdonarían” una parte importante de la deuda. Seria una salida elegante y respetuosa, en vez de una salida abrupta e injuriosa. De una u otra manera, me parece que tarde o temprano salir es inevitable, y una vez hecho, irreversible.
¿Cuáles serian los aspectos neutros sino positivos de una salida? Primero, el riesgo de “contagio” económico a otros miembros de la Unión ya no es muy alto. Segundo, para afrontar reformas de fondo Grecia tiene que ganar tiempo, y la salida le daría no sólo sobresaltos sino también un respiro. Y tercero, como la economía griega dentro del euro ha sido poco competitiva, al recuperar el dracma y forzar un recorte de la deuda (incluso en la perspectiva mas dura, si deja de pagar no van a enviarle cañoneras), Grecia ganaría tiempo para poner su casa en orden mientras su economía se reactiva. Del otro lado en el libro de balances, los riesgos de una salida son los siguientes, no sólo para los griegos (la fase inmediata que sigue a un default seria muy dura para una población que ya ha sufrido mucho) sino para el resto de Europa. Primero, el euro dejaría de ser moneda única e irrenunciable y se volvería un conjunto de varios “uno a uno.” Seria el peor de los mundos posibles: algo así como una Europa de Domingo Cavallo. Los países de la Unión se habrían atado unos a otros con esposas (no policiales sino monetarias) habiendo tirado las llaves afuera. Y segundo, una salida griega tendría consecuencias geopolíticas que ni europeos ni norteamericanos encontrarían muy agradables.
Al caer fuera de la Unión, Grecia buscaría otras alianzas y se recostaría sobre bloques y potencias poco amistosas para con la OTAN. Para Washington y Bruselas seria un desastre estratégico. Y para Berlín también. Con esto llegamos al meollo geopolítico de la cuestión.
Grecia pertenece a la periferia sudoriental del continente europeo. Cuando un país periférico está por desprenderse del bloque al que está ligado –mas aun si este bloque se está resquebrajando, como es el caso de Europa—tiene ante si varias opciones estratégicas. La primera es exigir un premio de lealtad: a cambio de quedarse en el bloque occidental recibiría ayuda y facilidades –precisamente las mismas que se le otorgaron a Alemania después de la segunda guerra mundial y que hoy Alemania le niega a Grecia. La segunda opción es recibir un premio (en ayuda y facilidades) de sus acreedores a cambio de un rol de intermediación, como lo hace Turquía entre Asia y Occidente. La tercera opción seria convertirse, siempre a cambio de prebendas, en un paragolpes neutro frente a la Rusia agresiva de Vladimir Putin. Durante la Guerra Fría, fue el papel que cumplió Finlandia (otro país que hoy desprecia a Grecia sin recordar su propio pasado). La cuarta opción es un juego pendular entre Oriente y Occidente, coquetear con Estados Unidos, Rusia y China para ganar ventajas. Seria una versión “light” de la Tercera Posición preconizada en otra época por Juan Domingo Perón. La quinta y úúltima opción es la mas utópica, a saber: convencer al resto del continente que Grecia, cuna de Occidente, es tan o mas europea que los otros europeos, que acepta sus valores actuales, y que es un socio tan leal y confiable como los mejores de ellos. Sobre esta última opción diré que me resulta difícil imaginar a un griego convertido al carácter adusto de un finlandés o un alemán.
¿Cuál de estas opciones elegirán los griegos, y en especial el partido político que hoy los lidera? Me limitaré a decir que aun en su situación extrema, los griegos no están condenados a sufrir la imposición de los demás y seguir una sola receta. Cuando visitaba muchas veces a Grecia, pude apreciar el entusiasmo de sus ciudadanos por una palabra que viene del fondo de la historia: ἐλευθερία (libertad).
Hoy a Grecia la quieren encerrar en el sótano europeo. Pero se trata de un país naviero y universal. Tuve la oportunidad de conocer ese país no como turista sino como aprendiz marinero, tripulante y capitán. En cualquier rincón remoto del archipiélago griego encontré gente sencilla que conocía los puertos de mi, para ellos lejano, país. La razón es simple: por muchos años Grecia manejó las flotas petroleras mas grandes del mundo, tuvo grandes armadores, capitanes y marineros que recorrieron las latitudes mas disímiles.
Y todo esto antes de la Unión Europea. Nada impide que mañana Grecia retome su tradición y su vocación marítima y global. Esta vez debería haber una reconciliación interna, a saber, la voluntad de sus armadores de invertir en el país y no solamente afuera. Un acercamiento con Turquía la haría parte de un bloque geopolítico de intermediación. Sus puertos en el Egeo (que ya empiezan a administrar los chinos) cargarían petróleo ruso en barcos griegos para transportarlo a cualquier lugar del mundo. Y si necesitaran escolta, se la proveerán no los barcos de la OTAN sino aquellos de las nuevas armadas de potencias emergentes. ¿Le contará alguien esta historia a la señora Merkel? Hace 2.500 años, cuando Atenas se vio amenazada por una poderosa invasión, sus dirigentes pidieron consejo al oráculo de Delfos. La respuesta fue oscura y sibilina, pero ellos la tradujeron en un lenguaje sencillo: “Vayan al mar.” Los habitantes de Atenas abandonaron la ciudad, se subieron a los barcos, y en una gran batalla naval ganaron la guerra y mantuvieron su dignidad de hombres libres. Ah, me olvidaba: lo hicieron por todos nosotros también.
Opinion Sur



