De Quimeras y Chiméricas

La relación China-Estados Unidos (Chimérica) se ha vuelto problemática, mientras que las nuevas relaciones entre China y América Latina (Chiméricas) se vuelve una realidad promisoria. Nace un mundo nuevo con perspectivas de desarrollo insospechadas en el pasado. El desarrollo del Brasil ejemplifica el nuevo mundo; el de México ejemplifica los antiguos problemas de la dependencia.En un capítulo de mi libro Los hilos del desorden (Opinión Sur, 2006) traté de presentar de manera anecdótica y folclórica los principales contornos de una nueva división internacional del trabajo que combinaba los intereses de los Estados Unidos y de China. Las exportaciones chinas y el consumo norteamericano impulsaban entonces a toda la economía mundial. Desde el año 2000 en adelante, esa simbiosis produjo tasas de crecimiento robustas en los Estados Unidos y tasa espectaculares para China. Parecía, de primera impresión, que en ese negocio ganaban todos. Sin embargo, cuando me puse a mirar en forma pormenorizada a esa relación, pude constatar que tenía rasgos extraños y desequilibrados.

Ya en 2005, para un observador que no se dejase obnubilar por la exuberancia irracional de los mercados, el arreglo se había hecho muy poco sostenible. El desequilibrio en los términos de intercambio era tal que anunciaba una crisis. El acuerdo sino-americano se reducía a la extensión de una larga línea de crédito por parte de la República Popular China a los Estados Unidos para que los norteamericanos pudiese consumir a un nivel superior al de sus medios, es decir, mucho más allá de sus ingresos reales. Se trataba de una indulgencia por la que los propios Estados Unidos habían castigado a los países latinoamericanos durante muchos años. Esta vez, parecía que los norteamericanos habían contraído, y con creces, el hábito dispendioso de sus vecinos del sur.

Por largo tiempo, el control del gasto excesivo era el meollo de las recetas de estabilización pregonadas e impuestas por el Fondo Monetario Internacional en los países en vías de desarrollo, bajo la influencia indiscutida de los Estados Unidos. Con frecuencia se traducían en políticas pro-cíclicas que dejaron a más de un país en la cuneta. Esta experiencia desagradable y asaz repetida mostró, a la larga, que “ser prudente” en circunstancias criticas no es nada prudente. Se confirmó la sentencia del poeta William Blake: “Prudencia es una vieja rica, solterona y fea a quien le hace la corte un señor llamado Incapaz.”

La situación es muy distinta hoy en día. Los países latinoamericanos han ordenado sus cuentas. Son las economías centrales las que hoy reciben las viejas recetas prudenciales y las que deberán tarde o temprano tomar la amarga medicina que otrora dispensaban a los países en vías de desarrollo. El 3 de noviembre de 2009 el Fondo Monetario Internacional advirtió a los bancos centrales de los países industrializados: “Si bien seria prematuro comenzar a abandonar el soporte financiero, los gobiernos no deben dudar en anunciar una estrategia de salida ya en este momento.” En esencia ese fue un llamado a la austeridad fiscal, aunque matizado por el riesgo de que un ajuste de cinturón prematura podría detener la recuperación. Este es un dilema nuevo para los países avanzados. Para los latinoamericanos, ser trata de un terreno peligroso pero bien conocido.

Durante los gloriosos años de la globalización reciente, los historiadores Niall Ferguson y Moritz Schularick inventaron el vocablo “Chimérica” para referirse a la combinación de las economías china y norteamericana, respectivamente. La expresión suscitó interés en la intelectualidad occidental y entre los periodistas también. Recientemente, los autores nos advierten que eligieron el vocablo porque “creímos que el binomio era una quimera –un híbrido monstruoso como la bestia de leyenda: en parte un león, en parte una cabra, en parte una víbora,” y agregaron una advertencia sombría: “Ahora estamos presenciando los estertores de agonía de aquel monstruo.” La causa de su muerte es simple: no existe una línea de crédito infinita, y los norteamericanos han llegado al final de la suya. De ahora en adelante deberán consumir menos y ahorrar más para poder salir del hueco de deudas en el que se han enterrado. Y efectivamente, la crisis económica mundial comenzó con un cierre del crédito. La consecuencia más grave e inmediata ha sido la deflación. De ahí el recurso a medidas desesperadas de rescate financiero y los distintos programas de estímulo improvisados para reflotar la economía y restablecer el intercambio. Sin embargo, ese proceso de “cura” llevara largo tiempo, y en el mejor de los escenarios proyectivos las tasas futuras de crecimiento en casi todo el mundo serán modestas. El proceso más significativo del periodo actual es el re-equilibrio en el crecimiento.

¿Cuál será el perfil de tal re-equilibrio en las distintas partes del planeta? ¿Qué desalineamientos y nuevos alineamientos geopolíticos se sucederán? El futuro no es predecible porque depende de la acción y la elección. Se presenta, eso si, como un terreno de senderos que se bifurcan. Me ocupare aquí de dos bifurcaciones: del futuro de la mentada “Chimérica”, y en consecuencia, de las opciones que se presentan a los diversos países latinoamericanos. Más precisamente, me pregunto si existe la opción “Chiméricas”, es decir China y las Américas al sur del Rio Grande.

Para comenzar, ¿cuáles son las perspectivas de Chimérica? ¿Quiénes ganan y quienes pierden en este problemático matrimonio? Como señalan Ferguson y Schularick, “Con el 13 por ciento (combinados) de la superficie de la superficie física del mundo y con un cuarto de su población, Chimérica sin embargo se atribuyó un tercio de la producción global y dos quintos del crecimiento mundial entre 1998 y 2007.” Es impresionante. Pero si desagregamos esas cifras y analizamos el impacto diferencial entre los socios, llegamos rápidamente al meollo problemático de su asociación.

Los Estados Unidos pudieron mantener un alto nivel de vida y la apariencia de un crecimiento sano (tanto en productividad como en el PBI) gastando en exceso de su ingreso nacional, emitiendo deuda en su propia moneda, un sesgo que ayudó mucho a prolongar el simulacro de prosperidad. Una vez alcanzado el limite sostenible del endeudamiento privado (hoy transferido en parte importante al sector público) deberá reconvertir su economía y dedicarse mucho más a producir bienes tangibles, no ficticios, en el comercio mundial. Tiene el potencial para hacerlo en varias áreas estratégicas: el sector aeroespacial, innovaciones bio-médicas, energía alternativa, y servicios especializados, al mismo tiempo que es capaz de mantener la delantera en tecnologías de información y comunicación. Todos estos sectores tienen un fuerte componente militar, lo que le da una ventaja importante a los EE.UU. en la medida en que el país continúe a producir, aunque con bastante desperdicio y errores, un bien público global, a saber, la seguridad internacional (no tenemos espacio en esta nota para describir la transición entre el imperialismo clásico y la seguridad global).

Para los Estados Unidos, el desafío es considerable, ya que se trata de hacer marcha cuesta arriba en un contexto económico depresivo. Durante los alegres años del consumo exagerado, los EE.UU. dejaron de ocuparse de tres sectores fundamentales: las educación básica, la salud pública, y la infraestructura física. Tomaré la educación como ejemplo ilustrativo. En el siglo 19, la educación publica en Norteamérica fue todo un éxito y una inspiración para el resto del mundo. Los planes y las propuestas de Horace Mann inspiraron al estadista argentino Domingo Faustino Sarmiento, a desarrollar un programa de educación publica y gratuita, en los niveles primario y secundario, que fue el primero en América Latina y que le dio a la Argentina una ventaja de desarrollo por encima de sus hermanas repúblicas, ya que mantuvo la delantera en desarrollo social y económico aun en los periodos de decadencia posteriores. Avancemos ahora hacia el siglo 21. En el año 2006, en un ranking de capacidad y desempeño escolar de jóvenes de 15 anos en 30 países industrializados, los adolescentes norteamericanos ocupaban tan solo el puesto numero 21 en ciencias y el 25 en matemáticas. En otras palabras, los EE.UU. se han retrasado en forma notable. Las cifras para la Argentina son igualmente alarmantes.

Este fenómeno no es ni único ni nuevo. Ha sido estudiado por una disciplina que se llama economía institucional comparada. Se han ofrecido varias explicaciones al respecto. Por ejemplo, el economista Thorstein Veblen explicó como los países de desarrollo industrial tardío hacían grandes avances en materia de tecnología y superaban a los viejos países industriales que habían inventado esa tecnología en primer lugar. En ellos la necesidad de proteger los valores nominales capitalizados de la inversión era un obstáculo al desarrollo de nuevas iniciativas e innovaciones tecnológicas. Tal es el caso hoy de los Estados Unidos y de algunos países europeos. Veblen hacía hincapié en la influencia negativa de algunas estructuras de propiedad y en la concentración financiera de los países que perdían impulso.

Veblen sostenía que otros países crecían con gran velocidad por no tener el lastre del desarrollo previo. Llamó a este fenómeno: “la penalidad de los pioneros.” En su época (1915) el país “emergente” más fuerte era la Alemania Imperial. En nuestra época es sin duda la República Popular China. Son países que, en su momento, se vieron libres de restricciones por no tener que mantener una vieja trama de capital invertido. Dan un salto por sobre los países de desarrollo anterior.

Por su parte, el teórico de la acción colectiva Mancur Olson, en su libro Auge y Decadencia de las Naciones (1982) elaboró la tesis de Veblen, imprimiéndole un carácter más sociológico. Olson sostenía que a medida que pasa el tiempo, en varios países desarrollados se forman coaliciones distribucionistas, como por ejemplo la coalición de granjeros del algodón en el sector agrario, o de los productores de acero en el sector industrial, o de fuertes sindicatos en el sector del mercado de trabajo, que tienen un poderoso incentivo para formar grupos de presión y así influenciar diversas políticas a su favor. Esas políticas tienden a ser proteccionistas y a resistir la innovación tecnológica, y por lo tanto comprometen el desarrollo económico general de un país. Pero, como los beneficios sectoriales de esas políticas se concentran en unas pocas coaliciones mientras el peso negativo se diluye en toda la sociedad, los grupos de interés no encuentran gran resistencia pública en su actuar. Es una ley del comportamiento que Olson denomina “la lógica de la acción colectiva” (que es asimétrica). A medida que pasa el tiempo, se acumulan las coaliciones distribucionistas y el país que las cobija entra en un proceso de decadencia económica.

Podemos sacar un corolario práctico de esta tesis. La dificultad que hoy encuentra una reforma cabal y sostenida del modelo económico en los países de capitalismo occidental tardío se debe a lo siguiente: las buenas políticas se ven obstaculizadas por la mala política, y la mala política está enraizada en un sistema bloqueado de intereses contrapuestos.

China, al contrario, aprovechó su relación desequilibrada con los Estados Unidos para desarrollar una base industrial formidable. Es posiblemente el caso más impresionante de industrialización de la historia universal. La industrialización a su vez trajo a cientos de millones de campesinos a trabajar como obreros en las ciudades. Generó también una nueva clase media, baja sin duda y por el momento, pero de enorme peso numérico (estos estratos son equivalentes a la población total de los Estados Unidos). El “casamiento de conveniencia” con los Estados Unidos tal vez no dure mucho más, pero entretanto ha desarrollado en forma espectacular todas las dimensiones del “capital” en China: capital económico, capital social, capital cultural, y capital simbólico, más allá del sueño más audaz de los revolucionarios más avizores. Si bien Marx primero y Mao después enfatizaron el carácter revolucionario del capitalismo, jamás se les ocurrió pensar que el comunismo desarrollista seria una manera de “quemar etapas” para llegar a un capitalismo avanzado y dinámico. Sin embargo fue así, a partir del “giro copernicano” que imprimió Deng Xiao Ping a China.

Sin duda el progreso chino ha acarreado un costo considerable y hoy da señales de stress estructural: el medio ambiente ha sido muy dañado, el gobierno es autoritario aunque menos totalitario que antes, el régimen se muestra nervioso e irritado frente a cualquier atisbo de oposición, no se respetan los derechos humanos, y la población envejece. Todo esto tenderá a la larga a frenar el impulso económico. Pero el impulso es hasta el momento impresionante. Separarse del modelo “Chimérica” será difícil y no muy rápido. Pero representa una tarea fascinante, ya que tarde o temprano China desarrollará su mercado interno, el nivel de vida mejorará para las grandes mayorías, y lo hará de manera más respetuosa del medio ambiente que lo que hizo en una etapa equivalente el mundo occidental –aunque sólo sea por necesidad.

En ese sentido, China tiene algo que aprender del Brasil. A pesar de una notable reducción de la pobreza, el coeficiente Gini de desigualdad de ingresos ha aumentado en China mientras que ha disminuido en Brasil. De acuerdo con las cifras del economista Francisco Ferreira del Banco Mundial, Brasil ha reducido las brecha de ingresos unos 6 puntos porcentuales desde 2001 –más que toda América Latina en esta década. Mientras el 10 por ciento del sector de más altos ingresos vio incrementar su ingreso acumulativo en un 7 por ciento del 2001 al 2006, la base de la pirámide social (el 10 por ciento de más bajos ingresos) tuvo un aumento acumulativo del 58 por ciento, de acuerdo con los cálculos de Marcelo Cortes Neri, director del Centro de Políticas Sociales de la Fundación Getulio Vargas en Rio de Janeiro (1).

Para China, una estrategia de corte brasileño sería buena para las masas y buena para la economía, a medida que el país se libere de su dependencia excesiva de las exportaciones, es decir del “desarrollo hacia afuera,” y centra su economía en la estrategia que hizo en otra época el milagro norteamericano. Porque debemos recordar, mientras hoy recorremos las ruinas industriales de ciudades norteamericanas como Detroit, que los Estados Unidos fueron en su época un lugar donde se producían objetos tangibles, donde se generaban puestos de trabajo sólidos y seguros, donde se pagaban buenos salarios, y donde la producción en masa para el mercado interno era escuela para el resto del mundo y la cuna de una pujante clase media.

En la próxima transición hacia una sociedad industrial más prospera y compleja, China encontrará otros socios de intercambio, y socios en la producción de bienes y servicios, y flujos de personas y de ideas con otras naciones. Algunas de éstas serán precisamente los países de América Latina, con los que los lazos se harán más estrechos y densos que los que ya existen. Se abre la perspectiva halagüeña de un mundo multipolar, en el que puede sobresalir la relación China-América Latina, que cabe bautizar con la sigla “Chiméricas.”

Algunos países latinoamericanos ya están en pleno proceso de estrechar esos lazos. Como sostiene el economista argentino Carlos Garramon en un reciente artículo publicado en Opinión Sur, los países latinoamericanos productores de commodities están en una posición estratégica muy favorable para encontrar en China un socio fuerte, a medida que ese país reemplace a los Estados Unidos como locomotora de la recuperación económica mundial. Solamente el Cono Sur produce un alto porcentaje mundial de granos, carnes y minerales, y tiene reservas energéticas que rivalizan con las del Medio Oriente. Y el Cono Sur tiene, por añadidura, un país de tamaño continental equiparable a China continental. China y Brasil son dos gigantes antes dormidos que han despertado en nuestra época. Brasil es ya uno de los países más atractivos del conjunto de los BRICs: ha alcanzado un cierto grado de diversidad económica, de estabilidad política, y de continuidad democrática, que puede conjugar con las ventajas de la economía de escala. Las nueva clase media brasileña impulsa no sólo el mercado interno sino que dinamiza también las economías de los países vecinos. Brasil es un gran polo económico regional. Al mismo tiempo Brasil tiene por lo general buenas relaciones con los Estados Unidos, por lo que es capaz de mediar en los conflictos más agudos que a veces surgen entre los EEUU y otros países latinoamericanos. Hay más: Brasil, junto a varios otros países de la región, esta en condiciones de capear la tormenta económica que se ha desencadenado en el planeta por tener sus cuentas en orden. Debemos recordar al respecto que para los países latinoamericanos, la crisis es una crisis de comercio más que una crisis financiera.

Como concluye Garramon, en un futuro cercano la recuperación asomará temprano en Latinoamérica, con tasas de crecimiento del orden del 3 al 4 por ciento. El 2010, año del bicentenario, se muestra más promisorio en América Latina que en otras regiones. Y es justamente con las otras regiones prósperas, en especial China, que se formaran nuevas alianzas productivas y comerciales. Al contrario de Chimérica, las Chiméricas no son quimeras.

omo prueba a contrario de esta tesis, citaré para concluir, el caso de México, que es el caso estructuralmente negativo entre los grandes países latinoamericanos en el escenario posterior a la crisis.

Desde que abrió su rígido sistema político y al mismo tiempo su economía a través de la Asociación de Libre Comercio de América del Norte (ALCA; NAFTA en ingles), México ató sus destinos muy estrechamente al de los Estados Unidos. La relación, ambigua en su desarrollo, se ha vuelo un freno para el potencial de crecimiento justo y equilibrado de México en el contexto de la crisis actual. En el pasado, las crisis financieras mexicanas terminaban en un rescate de su economía por parte del gran vecino del norte. En la crisis actual, originaria en los Estados Unidos, México no logra zafar de la caída por estar precisamente atado a la economía norteamericana. La situación es aun más difícil porque a causa de su relación bilateral con los EE.UU. México se dio el lujo de postergar reformas internas que hoy le hubiesen abierto vías alternativas de desarrollo. En otras palabras, la asociación demasiado estrecha con el Norte ha terminado aislando a México de otras regiones del mundo. La recuperación mexicana depende, mucho más que la de otros países latinoamericanos, de la recuperación norteamericana, y ésta se hace esperar. El tratado de libre comercio trajo a México inversiones industriales de frontera que aprovechaban la gran diferencia en costos laborales: maquilas, automotores, construcción y turismo fueron motores de un crecimiento que dependía del consumo norteamericano. Por otra parte, la gran desigualdad social y la proximidad geográfica hicieron de México un exportador masivo de mano de obra, y una economía dependiente de las remesas de sus emigrantes. Con la crisis, todos esos valores positivos se han invertido y hasta los emigrantes hoy dependen de la ayuda de sus familiares en México. Al contrario del Brasil y de otros países grandes de América Latina, México entró en recesión muy temprano y tardará más tiempo en salir de ella. Se encuentra en desventaja porque en el pasado desatendió otros lazos que no fueran norteamericanos.

Al final de cuentas, ALCA resultó una quimera, mientras que la opción Chiméricas se esta volviendo una realidad. ALCA no trajo cambios positivos en la estructura económica y social mexicana. Al contrario, permitió la supervivencia de monopolios y oligopolios, y de una arcaica organización laboral, justo cuando la reforma de esas estructuras le hubiese permitido salir airoso de la crisis y asomarse a otro mundo que nace y que ya alcanza a sus hermanas repúblicas. A la larga, México despertará también, pero será un proceso más lento y pesado que el que esta en marcha en América del Sur. Por el momento, es primavera en Brasilia e invierno en tierra azteca.

———————————————————————————–

Notas:
(1) Informe del New York Times, [- Ver informe –>http://www.nytimes.com/2008/07/31/world/americas/31brazil.html?pagewanted=print]

———————————————————————————–

Si le interesó este artículo lo invitamos a conocer nuestras secciones de [Desarrollo->https://opinionsur.org.ar/wp/category/desarrollo/, [geopolítica.->https://opinionsur.org.ar/wp/category/geopolitica/ y [trasformaciones->https://opinionsur.org.ar/wp/category/transformaciones/

———————————————————————————–

Opinión sur es financiado por nuestros lectores.

Como contribuir?

_ – [Done desde 10 pesos por mes->https://opinionsur.org.ar/wp/contacto/

_ – [Adquiera nuestros títulos de la Colección Opinión sur->https://opinionsur.org.ar/wp/category/coleccion-opinion-sur/

———————————————————————————–

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *