El desafiante ascenso de Rusia, luego de un prolongado período de hibernación que siguió a la Guerra Fría, no debería sorprender. Occidente, sin embargo, prematuramente cantó su supuesta ‘victoria’ por exceso de confianza y por hacer alarde de su superioridad provocativamente en un momento en que su propio sistema está mostrando grietas significativas. En los últimos meses muchas personas en Occidente han hablado de una ‘nueva guerra fría’ con Rusia, luego de la guerra no admitida de Putin en y contra Ucrania. Incluso un experimentado y razonable experto en economía y geopolítica como Martin Wolff ha redefinido a la Federación Rusa como un enemigo peligroso de Europa y EE.UU. (‘Rusia es nuestro más peligroso vecino’, Financial Times, Cita, Septiembre 17). Estos comentaristas sostienen que Occidente fue el vencedor en la Guerra Fría y que debería actuar con firmeza frente a la Rusia que ha emergido luego del colapso del sistema soviético.
Primero, no estoy seguro de que el desmantelamiento del sistema soviético haya sido una victoria rotunda, como seria un golpe decisivo en un típico campo de batalla. Cuando uno de dos boxeadores colapsa de un infarto en el ring, el otro ‘gana’, pero nadie dirá que ganó por knock out. Pero dejando tales discusiones por de lado, y suponiendo que el colapso de la URSS fue una derrota, hace falta cierta precaución interpretativa, en base a la historia. Es importante entender cómo los pueblos vencidos se ven a sí mismos, y rara vez es como vencidos.
¿Qué tienen en común la Guerra Civil Americana, la Guerra Franco-Prusiana, y la Primera Guerra Mundial? Un libro interesante del historiador alemán Wolfgang Schivelbusch, titulado La Cultura de la Derrota, argumenta que las lecciones de la derrota cambiaron a los vencidos, dado que luchaban con las causas de su fracaso. Schivelbusch diagrama las narrativas que las naciones vencidas construyen y encuentra notables similitudes entre las diversas culturas.
Todas las naciones de esta índole pasan por cuatro etapas de auto-entendimiento luego de la derrota: una primera etapa cuasi onírica y nebulosa, en la que no son capaces de captar la dimensión de los sucesos; una segunda etapa de conciencia en la cual se dicen que su sufrimiento no fue necesariamente merecido y que todas las cosas podrían haber salido de otra manera, si no hubiese sido por la perfidia de otros o tal vez la lisa y llana mala suerte. En una tercera etapa se vuelven más combativos e izan la bandera del orgullo cultural como una suerte de superioridad compensatoria por sobre los vencedores, y la última etapa da inicio a lo que los franceses, derrotados por los prusianos en Sedan, llamaron ‘revanchismo’.
Es un proceso del que nacen los mitos, plagado de ilusiones peligrosas en cada etapa, pero una buena parte de dichas narrativas tiene su dosis de verdad. Además, las acciones y percepciones de los vencedores son igual de importantes, e igualmente plagadas de ilusiones y fabricación de mitos. Vae victoribus!
El festejo por el colapso de la Unión Soviética fue acompañado de una buena cantidad de ‘humillación’ y denigración de Rusia en sí. Hubo una esperanza idealista, en algunos círculos, de que los inmensos recursos de ese país fueran mejor gestionados por extraños, a través del mecanismo, por supuesto, de un mercado abierto. Pero ¿son los oligarcas occidentales automáticamente superiores a los rusos?
Y hubo un torpe intento de avanzar, no de retroceder, en la contención militar. La OTAN se embarcó en un peculiar ejercicio de ‘misión insinuante’: acercándose a la frontera rusa, sumando nuevos miembros, pero disminuyendo su propio poder de fuego al mismo tiempo, esperando subirse siempre a los hombros de la superioridad militar americana. Eso fue una locura. Tales ilusiones contribuyeron al surgimiento de una fuerte contrapartida: un resentido, autoritario, militarmente capaz, y desafiante petro-Estado.
Haríamos bien en repetir dos famosas frases de Winston Churchill. La primera es: ‘En guerra: determinación, en derrota: resistencia, en victoria: magnanimidad, en paz: buena voluntad.’
Durante la Guerra Fría Occidente mostró determinación. En la victoria sin embargo no fue magnánimo, y en la paz que siguió no siempre mostró buena voluntad. No es de extrañar que haya provocado resistencia del otro lado.
La segunda cita de Churchill es: ‘El éxito no es definitivo, el fracaso no es fatal: es el coraje de continuar lo que cuenta.’ Europa, que hoy enfrenta inmensos desafíos a su propia unidad y determinación, debería hacerle caso a esa frase. Y es válida para un EE.UU. confundido también, que ya no será la potencia número 1 al término de este siglo.
Tal vez comentaristas como el Sr. Wolff estén en lo cierto: Rusia se ha convertido una vez más en un fuerte oponente. Mi pregunta es: ¿hacia dónde avanzar para salir de la alcantarilla de recriminaciones mutuas en la cual están sumidos Rusia y Occidente? Sólo un tercer ‘enemigo’ común puede resolver el dilema. Hay suficientes desafíos en el mundo actualmente –humanitarios, medioambientales y económicos, que califican como enemigos comunes. Si Rusia y Occidente unieran fuerzas en esas luchas, podríamos tener una dosis de esperanza.
Opinion Sur



