Cuando lo mejor no es suficiente

Ni el mejor Presidente disponible, ni el mejor sistema político, ni las elites mas granadas del mundo han conseguido cambiar los parámetros del sistema económico global, Sin embargo, la crisis ha acelerado la llegada del futuro, bajo la forma de un mundo multipolar en lo económico y movilizado en lo social.El 2011 se inició con cambios importantes en el panorama geopolítico mundial. En el mes de enero fuimos testigos del segundo discurso anual del presidente Obama sobre el “estado de la Unión” –un repaso que hace cada presidente de la condición de la economía y de la sociedad norteamericanas frente a las dos cámaras legislativas. Enero es también el mes cuando se reúne la elite de poder mundial en la estación de esquí de Davos, Suiza. Y este enero en particular se vio marcado por dos acontecimientos sociales de envergadura y no programados: las revoluciones de Túnez y de Egipto. Ya no cabe duda que en el mundo árabe ha llegado “la hora de los pueblos,” con todo el bagaje de esperanza y temores que los argentinos conocieron bajo esa rubrica treinta años atrás. Son tres episodios de importancia capital, que considerare por turno. Pero antes quiero aclarar el título de esta nota. Tratándose de un artículo de opinión que, como suele decirse, “no compromete a la redacción,” mostraré mis cartas.

Por “mejor” entiendo, al nivel de las elites, a la dirigencia mas calificada, y al nivel de los sistemas de representación, el modelo político mas justo y estable. En el primer sentido, no me cabe duda que Barack Obama es lo mejor que tenemos como figura presidencial en los Estados Unidos: por su capacidad intelectual, su visión de futuro, su progresismo, su edad, y el simbolismo de su figura en el mundo nuevo. Tampoco me cabe duda que la reunión del foro económico mundial en Davos convoca a lo mas granado del mundo empresarial, académico y político del planeta. En el segundo sentido, no me cabe duda que la democracia es el sistema de representación con mayores posibilidades de justicia social y de participación popular. Estos dos sentidos del adjetivo “mejor” –el elitario y el participativo—a veces no se condicen, y otras veces se conjugan. Me gusta, por ejemplo, cuando a veces un miembro de la elite mas rancia (es decir de “los mejores”) como Winston Churchill defiende un sistema que es, aparentemente al contrario, egalitario y masivo. Para salvar el contraste, Churchill recurrió a su humor habitual y dijo: “La democracia es el peor sistema político, a excepción de todos los demás.” Pero aquí llego al meollo de mi argumento: ni la mejor dirigencia, ni el mejor sistema representativo, hoy son suficientes para enfrentar la crisis mundial.

El discurso de Obama fue significativo más por lo no dicho que por lo dicho. El presidente decidió saltar por sobre la incertidumbre de la coyuntura económica, dió por terminada la Gran Recesión y habló de recalibrar la políticas públicas, enfatizando los objetivos de largo plazo, a saber: energía limpia y cuidado del medio ambiente en un contexto de calentamiento global, gasto público concentrado en inversiones productivas, en educación, nuevas fuentes energéticas limpias y renovables, y obras de infraestructura, sobre todo el acceso al Internet de banda ancha y el desarrollo de una red ferroviaria de trenes ultraveloces, como los que hace tiempo circulan en Japón y en Europa, y ya están circulando en China. Con estas vistas de futuro habló de su esperanza de que los Estados Unidos ganaran a largo plazo la carrera hacia el futuro, que equiparo al “momento Spútnik” cuando el finado presidente Kennedy decidió alcanzar la ventaja en el espacio que en ese momento tenía la Unión Soviética. Las voces críticas señalaron inmediatamente que la analogía era incorrecta, ya que la reforma de una economía en retroceso no es una carrera espacial, ni los Estados son una “compañía” en competencia con otras firmas, y sobre todo que las grandes inversiones norteamericanas del pasado se hicieron en un momento de auge económico y no en un contexto de déficit y bancarrota. Mientras el presidente preparaba su discurso, los grandes estados de la Unión (por ejemplo California, Illinois, y New York) se declaraban en bancarrota técnica. A nivel provincial y regional, la voz de orden es la austeridad y el recorte presupuestario, no las grandes inversiones. A nivel federal, el gobierno salvó la economía de una catástrofe financiera emitiendo dinero, yendo al rescate de la gran banca y de las grandes compañías de automóviles, como así de las compañías de seguros y reaseguros financieros, lo que no sólo aumentó en forma espectacular el déficit sino que dejó muy menguados recursos para inversiones más productivas. En otras palabras, el enorme endeudamiento del sector privado fue superado por un mayor endeudamiento del sector público. El rescate de la economía se hizo a través de la socialización de las perdidas y la seudo-nacionalización (temporaria) de los grandes grupos económicos, sin ocuparse demasiado del público menudo, que sufrió y sigue sufriendo una alta tasa de desocupación y una retracción en el consumo, con la consecuente contracción de la demanda agregada. Con todo, las medidas de estímulo lograron frenar la espiral deflacionaria y la caída en una depresión tipo años treinta, pero a un precio social y productivo muy alto. Hoy la economía se recupera, pero deja a muchos afuera o en condiciones de pocas perspectivas de progreso para si mismos y para sus descendientes. Como en crisis anteriores, ésta fue aprovechada para eliminar puestos de trabajo, para concentrar más aun la riqueza en manos de unos pocos, y para mejorar las condiciones de los inversionistas en la bolsa de valores y en las famosas commodities. La política de creación de moneda, de interés cercano a cero, y de la adquisición de títulos “tóxicos” de grandes grupos a riesgo de una quiebra, produjo como resultado un nuevo crecimiento económico “hacia arriba”, en un contexto que deberíamos llamar de “estanflación global.” “Plata dulce” e interés bajísimo dentro de los Estados Unidos (y en circuito cerrado del que se excluye al gran público) implican por un lado estancamiento interno (los consumidores no pueden sostener por si solos el crecimiento) y, por otro lado, una corrida del dinero concentrado en pos de las commodities y los títulos de los mercados emergentes, con el consiguiente “recalentamiento” de esas economías y efectos perversos laterales, tales como el encarecimiento de alimentos y productos de primera necesidad de los países mas pobres. La política de salvataje económico en los Estados Unidos hoy significa que exportan inflación. El presidente no habló de la necesidad imperiosa de corregir estas distorsiones y prefirió en cambio explayarse sobre el largo plazo (competitividad, nuevas fuentes de trabajos, innovación tecnológica y modernización de la infraestructura física). Su retórica resultó poco convincente para un público que clama por soluciones mas drásticas de corto y mediano plazo. En el pintoresco Estado de Maine, en el Noreste de los Estados Unidos, cuando alguien pide ayuda en la ruta a un oriundo del lugar, le suelen contestar con sorna “Ud. no puede llegar allí desde aquí” (“You can’t get there from here”). Es una broma muy conocida pero que retrata bien el dilema al que se enfrenta Obama, sin por el momento llegar a la expresión mas drástica del famoso economista John Maynard Keynes “En el largo plazo estamos todos muertos.”

La principal razón de la insuficiencia del discurso presidencial reside en que, desde las últimas elecciones legislativas de noviembre, el partido del presidente deberá compartir el Congreso con el partido republicano opositor, ganador de esas elecciones en muchos estados, y hoy el partido mayoritario en la cámara de diputados. Esto significa que el ejecutivo tiene que contemporizar con la oposición –situación muy difícil ya que el partido opositor es cada vez mas recalcitrante y dispuesto a sabotear la gobernabilidad en la esperanza de expulsar a Obama de la Casa Blanca en las elecciones del 2012. La intransigencia republicana se debe al hecho de que la base social del partido se ha corrido hacia posiciones extremas y de gran virulencia. Esto a su vez se explica porque la desocupación, la precariedad laboral, el endeudamiento y en general la movilidad social descendente de grandes sectores de clase media generan una psicología social del resentimiento cuya expresión política es el populismo reaccionario. Para citar un ejemplo histórico, el movimiento llamado Tea Party es el equivalente norteamericano del poujadisme frances del siglo pasado[[El poujadismo fue un movimiento político de extrema derecha, que surgió en Francia a mediados de la década de los años cincuenta del pasado siglo. Debe su nombre a Pierre Poujade, un librero francés que forma este movimiento muy activo y agresivo. Fue activo entre 1954 y 1958. El movimiento se organizó en torno a la Union de Défense des Commerçants et Artisans. El poujadismo era antisocialista, antiintlectual y antieuropeo. Se nutrió de una base social compuesta de pequeños comerciantes y de la pequeña burguesía acosada por la inflación de la última época de la IV República. Los poujadistas consiguieron representación parlamentaria. En las elecciones de 1956 obtuvieron 52 escaños en la Asamblea Nacional. La decadencia del poujadismo tuvo mucho que ver con el regreso de De Gaulle a la política activa francesa y la creación de la V República.]]. Contemporizar con estas fuerzas no es fácil, ya que el populismo reaccionario ha arrasado a los sectores republicanos moderados y dispuestos a un acercamiento pragmático con la administración de Obama. Para mantenerse en el poder, el presidente debe hacer concesiones importantes y archivar varios objetivos importantes de su programa de gobierno. Para seguir con el ejemplo frances, el lector puede comparar el giro del presidente hacia el centro derecha con una estrategia similar del presidente frances Francois Mitterrand cuando subió al poder en 1981 y quiso nacionalizar sectores importantes de la economía. El presidente Mitterrand hizo rápidamente un giro de 180 grados y se mantuvo en el poder con un programa mucho mas moderado. En el caso norteamericano la situación es peor porque la intransigencia de la oposición es capaz de llevar a una parálisis de gobierno en condiciones de recuperación económica precaria y de nuevas crisis de todo tipo que ya se perfilan en el horizonte mundial.

Al discurso presidencial se sumó recientemente su propuesta presupuestaria. En ella Obama reconoce que el horizonte norteamericano se ve oscurecido por los grandes nubarrones de un enorme déficit y de una deuda nacional de proporciones colosales. Con menos entusiasmo que sus rivales republicanos, pero con igual disimulo de la crisis estructural, el presidente propuso recortar programas y “hacer sacrificios” (en general relacionados con la asistencia a los pobres) solo en una trama presupuestaria que representa el 12 por ciento de las obligaciones. Los grandes generadores de déficit: el costosísimo y disfuncional sistema previsional (con reforma o no); el sistema jubilatorio, y los diversos programas de asistencia a pobres y ancianos en salud publica no se nombran ni en el presupuesto oficial ni en las propuestas alternativas de la oposición. Los dos principales partidos políticos norteamericanos comparten el disimulo y la simulación. La diferencia reside solamente en el hecho de que los recortes que propicia el partido republicano pondrían en peligro la tímida recuperación económica que lograron lanzar los demócratas desde el gobierno. Esto me lleva a una segunda observación.

La democracia norteamericana tiene serias taras. El sistema de representación en el Congreso y las campañas presidenciales son presionados por el poder y el dinero de unos pocos grupos de interés. El voto es popular, pero el proceso que lleva al voto es oligárquico. A este defecto se suma otra acotación, a saber, la fuerte polarización política que lleva a la exageración y al agravio entre rivales sobre temas objetivamente triviales, y que evita los temas de fondo. Aunque no hay una clara división ideológica, si hay en cambio un gran desprecio mutuo y una escasa disposición a negociar y a trabajar en conjunto y en pos de políticas de estado. Finalmente, el ciclo político norteamericano dura solo dos años (por ejemplo, el presidente es elegido por cuatro, pero ya en el tercero debe abocarse a su futura reelección). En otras palabras, el sistema político induce a la improvisación, a la miopía, y con frecuencia a la ceguera con respecto a problemas de fondo y de largo alcance. Dolarización y polarización definen hoy a la política norteamericana. Cuando el sistema económico funciona, la política puede darse el lujo de ofrecer un mediocre entretenimiento. Cuando no funciona, el sistema de representación se atasca y se frena, elude problemas candentes cuya solución (técnicamente no muy difícil) se soslaya, se evita, y se posterga. En resumen, en tiempos de crisis, lejos de solucionar problemas, la política los amplifica.

Sabemos por experiencia histórica que la democracia es imperfecta y perfectible, pero preferible a cualquier otro sistema. Pero aquí también, lo mejor no es suficiente. En las ultimas elecciones legislativas, el oficialismo perdió el control de la cámara baja y mantuvo apenas su mayoría en el Senado. Esta circunstancia obliga al presidente Obama a hacer concesiones, y garantiza una parálisis en la capacidad de legislar que reside en el Congreso. En plena crisis, el manejo de la cosa publica esta en un trágico impasse. ¿Cuanto durarán este impasse y veto mutuo? No lo sabemos. Pero sí podemos decir que cada dia que pasa se pierde una oportunidad. Y esta conclusión parcial me lleva a una tercera apreciación, de naturaleza geopolítica.

¿Cuánto ha cambiado el mundo desde que se desencadenó la crisis? Dicho de otra manera ¿cual es el balance de los últimos tres años y medio? Esta es la pregunta con la que sigo las discusiones en el Foro Económico Mundial de Davos, y en la última reunión del G-20 en Paris. Saco la siguiente y sencilla conclusión como respuesta: la crisis ha acelerado la llegada de un futuro que muchos imaginábamos todavía lejano. Tanto para ganadores como para perdedores, ha sido un shock.
La crisis no ha sido ni una nueva Gran Depresión (estilo años 30) ni el fin del capitalismo. Pero en cambio ha producido mayor regulación (sobre todo en el sector bancario), un pase del endeudamiento de grandes grupos privados al endeudamiento público, y una mayor intervención del estado en la economía –todo esto en los países ricos, y siempre dentro del esquema intelectual e institucional existente. Ampliando la vista sin embargo vemos como la crisis ha acelerado el proceso de re-equilibrio mundial, con un fuerte traspaso del poder de los establecidos a los emergentes, de occidente hacia oriente, y del norte hacia el sur. En este campo, la crisis ha actuado como una acelerador. Por primera vez en la historia contemporánea cambiaron papeles deudores y acreedores: se invirtió la deuda. Por primera vez la industria se trasladó masivamente de dos continentes a un tercero. Por primera vez en mucho tiempo se redujo el poder de los poderosos en todos los ámbitos, desde el militar hasta el tecnológico y el intelectual. Finalmente, hay no sólo una movilización económica de enormes masas hasta ahora postergadas, sino también una gran movilización política en pos de la participación, la trasparencia y la dignidad.

Hemos llegado al umbral de un mundo nuevo, multipolar. Este nuevo mundo tiene como desafío el combinar lo mejor de todos para que esta vez sí sea suficiente.

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