Crisis global: pugna de intereses con emociones arremolinadas

La crisis global es una cruda lucha de intereses para determinar cómo se reorganiza la economía y la sociedad en la cual vivimos. Como los intereses no pueden exponerse abiertamente se los encubre, con lo cual la pugna se torna sórdida; en ese contexto las emociones se arremolinan. Tal vez la divisoria de aguas no sea la que proclaman las partes en pugna y la gama de estrategias disponibles no se reduzca a subir o bajar gasto público y endeudamiento. Comenzó en los Estados Unidos y ahora tiene epicentro en Europa: la llamada crisis global es una cruda lucha de intereses entre actores de fuste para determinar cómo se reorganiza la economía y la sociedad en la cual vivimos. Como los intereses no pueden exponerse abiertamente se los encubre, con lo cual la pugna se torna sórdida; como las emociones son fluidos combustibles, al acelerarse estallan explosivamente. Desentrañar esta maraña no es sencillo porque los intereses adquieren singularidades temporales y territoriales dando paso a una enorme diversidad de situaciones. Intereses y emociones son elementos fundamentales [[Al indicar que intereses y emociones son elementos fundamentales del proceso de reorganización global viene de suyo la existencia de una diversidad de otros elementos y factores que también inciden.]] de lo que hoy ocurre no sólo en las calles europeas y de todo el mundo sino, muy especialmente, tras las bambalinas en los centros mundiales, nacionales y locales de decisión.

Pareciera que la pugna central se plantease entre quienes consideran que es esencial recortar drásticamente el gasto público y reducir el descontrolado endeudamiento que se torna gravoso e insostenible y quienes, por el contrario, sostienen que esa estrategia es una locura en plena crisis ya que lo que se impone es sostener la demanda y preservar activos corporativos y sociales a través de una vigorosa expansión del gasto público más allá que en lo inmediato crezca el endeudamiento. Cada posición se abroquela en su propia razón mientras las grandes mayorías observan, alarmadas unas, azoradas otras, como se gesta aceleradamente un nuevo reparto global de la riqueza y el poder.

Tal vez la divisoria de aguas no sea la que proclaman las partes en pugna y la gama de estrategias disponibles no se reduzca a subir o bajar gasto público y endeudamiento.

La restauración de la disciplina fiscal y sus efectos

Quienes proponen salir de la crisis a través de reducir el déficit y el endeudamiento público apuntan a sanear las finanzas estatales señalando que su alarmante deterioro es ya insostenible. De no corregirse, la explosión y el impacto serían aun mucho mayores que los presentes sacrificios. La lógica subyacente es que abatiendo el déficit fiscal se logrará restaurar el funcionamiento de precrisis sobre bases más sólidas y sustentables, es decir, podremos recuperar el vigor de la forma de funcionar que conocemos.

Este enfoque restaurador añora el orden económico y social de precrisis que generó, sin duda, logros espectaculares en cuanto a crecimiento, desarrollo científico y tecnológico, altos niveles de consumo para las elites y sectores medios en los países afluentes y, en menor grado, en otros países. Los altos costos sociales, ambientales y económicos que acompañaron ese proceso son considerados inevitables, “friccionales”; no tendrían entidad suficiente para cuestionar el rumbo seguido porque, más tarde o más temprano, según la teoría adoptada, tenderían a desaparecer.

La idea básica que guía esta estrategia es entonces reordenar lo que se salió de madre (básicamente el déficit fiscal) y perseverar en aquel rumbo sistémico de vigoroso pero concentrado y desorbitado crecimiento económico. Se considera que con las finanzas y los estímulos en orden mejorará la asignación económica de los recursos, se lograran incrementos de la productividad micro, meso y macro económica aunque, qué pena pero es la ley del mercado, los menos eficientes colapsarán y desaparecerán.

Pero, ¿y si el descalabro generado por la crisis no fuese el resultado de una mala gestión pública –y, por tanto, evitable- sino la consecuencia natural de una forma de funcionar que atenta contra las proporciones y condiciones requeridas para lograr y sostener un crecimiento orgánico de la economía global? Al mismo tiempo ¿será posible que un rumbo sistémico que tiende a la concentración y favorece a sólo a algunos sectores de algunos países podrá luego, eventualmente, desembocar en un desarrollo sustentable del planeta todo?

Para quienes cuestionan el enfoque restaurador, el tipo de crecimiento al que se pretende regresar no sólo no conduce hacia un desarrollo sustentable sino que fue responsable de la crisis. Ese crecimiento generó una dinámica económica que llevó a concentrar activos e ingresos y, si bien hubo ciertos esfuerzos fiscales y de orientación del gasto público que procuraron compensar esa tendencia, el proceso de concentración siguió su curso con devastadores efectos en casi todos los frentes [[Para un análisis más detallado [ver el artículo->https://opinionsur.org.ar/wp/europa-ajuste-transformador-no-restaurador/ Europa, ajuste transformador, no restaurador]]:

(i) En lo social, una creciente e irritante desigualdad minó la cohesión social, provocó violentas reacciones, afectó la gobernabilidad democrática y generó condiciones para un aumento de la inseguridad y de sistemas delictivos agravados. El proceso de concentración desaprovechó irresponsablemente el enorme potencial productivo y social que anida en las grandes mayorías poblacionales.

(ii) En lo ambiental, provocó un alarmante deterioro de recursos no renovables inducido por la combinación de una desaforada búsqueda de beneficios corporativos y un cada vez más extendido consumismo irresponsable. Esto ha afectado las bases sobre las que se asienta un desarrollo global sustentable a mediano y largo plazo.

(iii) En lo económico, la desigualdad segmentó la demanda efectiva que quedó rezagada respecto a una oferta productiva cada vez más dinámica sustentada en un fenomenal desarrollo científico y tecnológico. Para cerrar la brecha se acudió al financiamiento del consumo en lugar de apuntar a mejorar el nivel de los ingresos genuinos de las amplias mayorías, desviando recursos de la economía real hacia una agresiva especulación financiera, lo cual aceleró el proceso de concentración y terminó generando enormes burbujas financieras a la espera de un detonante para hacerlas explotar

La expansión del gasto público y sus efectos

Quienes proponen una suba del gasto público advierten que la crisis, al haber provocado una dramática retracción de la demanda, le ha quitado sustento a la oferta mundial que no logra colocar su producción generando quiebras y reducción del nivel de actividad lo que, a su vez, profundiza el desempleo y una mayor caída de ingresos: un círculo vicioso recesivo cuya inherente dinámica, si no se la revertiese, seguiría destruyendo activos corporativos e incrementaría el ya de por sí tremendo costo social, institucional y político que muchos países enfrentan.

El efecto buscado es fortalecer una endeble demanda financiándola en un comienzo con recursos públicos lo que sustentaría un mayor nivel de actividad económica y, con ello, mayores empleos e ingresos. El costo, por cierto, se expresaría en un mayor déficit fiscal y endeudamiento público cuya carga recaería en aquellos sectores sociales que aportasen los recursos necesarios para financiar el mayor gasto público. En un contexto de crisis es frecuente que la distribución de la carga tributaria no sea equitativa ya que afecta de manera desigual a aquellos más vulnerables frente al pago de impuestos, tasas y contribuciones. La apuesta de esta estrategia es que, a medida que la economía se recupere, se lograría mejorar la base tributaria y, con ello, la disponibilidad de ingresos públicos para destinar a cerrar el déficit acumulado y reducir el endeudamiento.

Los riesgos de sostener con gasto público la recuperación de la demanda y el rescate de náufragos corporativos son múltiples. Por un lado, puede que se produzca una lenta recuperación de la producción y una mucho más lenta del empleo, tal como es hoy el caso en los Estados Unidos, lo que implica que el penoso costo social se extendería hacia el mediano plazo. Por otro lado, es posible que el aparato productivo emerja de la crisis aun más concentrado porque muy probablemente sean los pequeños productores los que sufran los peores golpes y una mayor destrucción de activos. Para colmo, los responsables de haber causado la crisis seguirían vigentes y habrían logrado transferir su cuota parte de sacrificio hacia el resto de la sociedad.

Es decir, si bien es imprescindible reforzar el nivel de demanda, evitar la destrucción de activos corporativos y volver a poner en pie el proceso de formación de capital, esto para nada implica que haya que recomponer la estructura de la demanda tal cual era en la precrisis, ni que sea aconsejable restaurar [[Obsérvese como ambas perspectivas, una explícitamente y otra de forma encubierta, contienen elementos restauradores.]] el mismo proceso de formación de capital cuya dinámica condujo a la crisis y, mucho menos, que ese rescate deba ser financiado por los más vulnerables.

No sólo subir o bajar el gasto público, mejorar su composición

No arroja suficiente luz y mucho menos resultados limitarse a argumentar bondades y perjuicios de subir o bajar gasto público y endeudamiento. Otras, diferentes estrategias debieran plantear un ajuste de aquello que se ha desbordado, sí, pero transformando en el curso del esfuerzo los factores que sostuvieron la dinámica de precrisis y condujeron hacia el abismo. Para decirlo con toda claridad: es necesario ajustar el gasto público pero no en el sentido de reducir su magnitud cortando partidas que son estratégicas para lograr un desarrollo sustentable. De lo que se trata, en cambio, es de reestructurarlo de modo de reemplazar, en todo lo que fuese posible, gasto inefectivo por gasto promotor de un desarrollo sustentable. De un modo semejante habría que resolver el enorme sobre-endeudamiento pero sin afectar el financiamiento productivo ni descuidar la formación de capital especialmente en la base de la pirámide social. Una estrategia de este tipo, con las especificidades propias de cada situación, tendería a reducir la incidencia de la deuda en relación al PBI de una manera sustentable y no traumática y, al mismo tiempo, abatiría la costosísima desigualdad.

En otras palabras, el ajuste transformador debe apuntar a aumentar la productividad socioeconómica del gasto público y del endeudamiento. Para lograrlo en un contexto de crisis no se puede sólo trabajar a nivel de variables agregadas sino al interior de ellas, reestructurando, mejorando, pero no abatiendo el nivel absoluto del gasto público. El desafío es reorientar esas variables para fortalecer el aparato productivo, en especial los segmentos que realicen inversiones alineadas con un desarrollo sustentable; abatir el consumismo irresponsable; ayudar a los rezagados y a los más vulnerables; y, a medida que se consigue crecer transformando, lograr que las variables converjan, paulatina pero firmemente, hacia proporciones saludables.

El eje del ajuste transformador pasa entonces por dinamizar el aparato productivo todo con un énfasis especial en su base y por democratizar la demanda efectiva de modo que la economía pueda crecer como un todo orgánico; es decir, mejorar ingresos genuinos de las mayorías y aumentar la productividad de las pequeñas unidades productivas ajustando su articulación con las unidades medianas y grandes. Esto implica mejorar mucho más que en la precrisis la distribución del ingreso a favor de los trabajadores y enfatizar la formación de capital (financiero y no financiero) de la amplísima base del aparato productivo.

¿Cómo se logra esto? Con la combinación de esfuerzos complementarios por parte de actores que operan en diferentes niveles. La especificidad de cada situación reclamará soluciones siempre singulares pero algunas orientaciones generales podrían servir como común denominadores. Entre otras, las siguientes:

• A nivel macroeconómico será imprescindible, entre otras medidas, (i) reorientar el gasto público para proveer mejor infraestructura productiva y social a los sectores mayoritarios de modo de lograr su más plena movilización; (ii) abatir la regresividad fiscal que prima en casi todos los sistemas tributarios; (iii) asegurar estabilidad monetaria y una política crediticia que canalice una mayor parte del ahorro nacional hacia pequeños y medianos emprendedores; (iv) promover negociaciones salariales que acompañen sin rezago alguno los incrementos de productividad; y (v) orientar el desarrollo científico y tecnológico para que también atienda las necesidades y potencialidades de la pequeña y micro producción.

• A nivel mesoeconómico (el espacio de las cadenas de valor y de las redes productivas) habrá que dar paso a una doble intervención pública y privada: la primera estableciendo normas que promuevan relaciones de mutuo beneficio entre actores económicos de diferente poder de negociación; la intervención privada practicando responsabilidad mesoeconómica de modo de considerar el impacto de sus decisiones corporativas en otros actores sociales apuntando a optimizar efectos multiplicadores.

• A nivel microeconómico es necesario reforzar o conformar, según el caso, efectivos sistemas de apoyo que promuevan la formación de capital a todo nivel del aparato productivo pero, muy particularmente, en las pequeñas y medianas unidades: esto es, (i) formación de capital económico a través de un buen financiamiento de equipos, de instalaciones y de innovación tecnológica y de gestión y (ii) formación de capital no financiero a través de cerrar la brecha de conocimientos y de acceso a moderna ingeniería de negocios, facilitando el acceso a socios estratégicos, contactos, mercados e información. En este campo pueden y debieran converger los esfuerzos del sector público, del sector privado, de las organizaciones sociales y de las entidades de la sociedad civil, cada quien en el ámbito de sus ventajas competitivas, bien coordinados y sustentados en acuerdos políticos de nivel nacional y local.

Siendo la escala una dura restricción para el desarrollo de las pequeñas unidades (les impide acceder a umbrales superiores de oportunidades), habrá que abocarse a incrementarla. Para ello existen diversas modernas ingenierías de negocios que tienen la capacidad de articular pequeña producción hoy dispersa en efectivas organizaciones económicas de porte medio. El tema es como aprovecharlas ya que, por el momento, los mercados no incursionan en estas nuevas direcciones.

El ajuste transformador debiera imaginar y establecer una nueva generación de instrumentos de promoción de emprendimientos que logren escala a través de asociar pequeños productores con bien seleccionados socios estratégicos; nuevos actores que consagren en la práctica emprendedora la integración de resultados económicos, sociales y ambientales (en inglés, el triple bottom line). Uno de esos nuevos instrumentos es la [desarrolladora de emprendimientos inclusivos que venimos promoviendo desde ya algún tiempo->https://opinionsur.org.ar/wp/desarrolladoras-de-emprendimientos-inclusivos/.

Una reflexión final

Al reflexionar sobre los temas abordados surge una conclusión que ya varios países del hemisferio sur han hecho suya: no debiéramos dejarnos entrampar en discusiones que parecieran cubrir todo el rango de posibles opciones estratégicas cuando que en realidad son aportes valiosos pero siempre incompletos y perfectibles. Nuestras propias agendas, nuestras perspectivas, nuestras búsquedas valen por igual y, sin soberbia ni arrogancia porque también lo nuestro es perfectible, tenemos el derecho y la obligación para con nuestros pueblos de trabajarlas y desarrollarlas con seriedad y responsabilidad. Es así que frente a esta crisis global decimos que no se trata sólo de pelear por expandir o recortar gasto público, defender una posición teórica u otra, sino de tomar de cada una su aporte (promover reactivación; disciplinar cuentas públicas) y ponerlo al servicio de un desarrollo sustentable que haga posible un crecimiento orgánico, ya no de un segmento de nuestras sociedades y de un puñado de países, sino del conjunto poblacional del planeta todo. Una utopía referencial válida, necesaria, anhelada, que sirve para fijar un nuevo rumbo sistémico contra el cual poder contrastar las múltiples decisiones que es necesario adoptar día tras día.

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