El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente. Pero esa corrupción deja a la población indefensa frente al dominio extranjero.
Los críticos de la administración Trump –haciendo por el momento caso omiso del estupor que provoca entre las personas de buena voluntad– hacen hincapié en la incompetencia y la grosería con que el presidente y sus vasallos emprenden el camino hacia una dictadura. Para muchos es más que el retrato de un severo régimen autoritario: es su caricatura, pero con una salvedad. Esta vez la caricatura está hecha de carne y hueso. En el siglo 19, los alemanes se burlaban del régimen político austriaco con esta frase: Autoritarismus gemildert durch Schlamperei (autoritarismo moderado por la chapucería). Sin embargo, cuando la chapucería se apodera del país mas poderoso del planeta, las consecuencias son nefastas y probablemente irreversibles.
No insistiré aquí en las causas que han provocado la caída de la democracia en dictadura en los EE. UU., entre otras: las veleidades de la voluntad popular, fuente de toda soberanía desde J. J. Rousseau; el sistema anticuado de elecciones indirectas, la creciente acumulación de facultades en manos del poder ejecutivo; la fragmentación de la protesta y su falta de organización; la inhibición de importantes instituciones que otrora actuaban de freno; el ocaso del civismo en la cultura popular; las redes sociales que favorecen el escándalo volátil sobre todo otro tipo de comunicación, etc.
El resultado está a la vista en el segundo año de la administración Trump. Con procedimientos inicialmente democráticos, el movimiento encabezado por el presidente ha logrado el control de los tres poderes del estado: ejecutivo, legislativo y judicial. El control todavía no es total, ya que las mayorías del partido presidencial en las cámaras legislativas tienen márgenes estrechos, y el sistema judicial continua su resistencia en algunos escaños inferiores, pero no en la Corte Suprema. Aun así, se observa en este segundo año una deliberada, persistente y sistemática erosión de las instituciones que hasta hace poco sostenían la libertad y la autonomía de la democracia.
Debemos recordar que la distinción y el mérito de la democracia consisten en su capacidad de autocorrección como sistema de poder, y que la alternancia en el poder de dos o mas partidos permite limitar la arbitrariedad en la toma de decisiones. Trump y sus secuaces, por el contrario, concentran poder y albedrio, y tienen en vilo tanto a amigos como enemigos, a quienes cambian de posición con toda arbitrariedad.
En un sentido teórico general, podemos definir el terror como la amenaza e imposición de severos castigos sin indicar al destinatario lo que debe o no debe hacer. En otras palabras, la sumisión (incluso la más abyecta) al gobernante no es garantía de seguridad. En el campo geopolítico podemos observar todos los días cómo distintos países aliados y hasta algunos rivales tratan de aplacar y halagar al jefe de los Estados Unidos. Con tal concentración de poder, la dinámica de la acción gubernamental tiende a la exageración y el extremismo.
Sin embargo, toda esta imposición “desnuda” (es decir sin legitimidad moral o legal), y la consiguiente sumisión de algunos poderes o instituciones, oculta una realidad contraria, en perfecta oposición dialéctica: el ejercicio arbitrario de poder urbi et orbi en este período debilita a los Estados Unidos frente a un futuro dominio extranjero.
`En el mundo multipolar actual, China se destaca por su posición de primera línea entre los rivales pares de los Estados Unidos. Me llama la atención la serenidad, o “paciencia estratégica” de este poder rival frente a los “desmanes” del presidente Trump que conducen a otros países a contorsiones vergonzosas de compromiso o sumisión. Leyendo algunas frases célebres de Napoleón Bonaparte hay una que ha llamado mi atención, y dice:
“Cuando tu enemigo esté ejecutando un movimiento en falso, nunca lo interrumpas”.
Esta frase, atribuida a Napoleón, ciertamente se aplica a su filosofía en la estrategia de guerra. Napoleón reconocía la necesidad de entender las motivaciones, hábitos y carácter del enemigo, y como la mayoría de las referencias utilizadas en la guerra el aviso es total y válidamente asimilable al mundo de hoy en muchas facetas. Desde una perspectiva china, la frase napoleónica (a veces atribuida también a Sun Tzu) calza como un guante a medida.
La erosión y ataque sistemático a los pilares de la democracia norteamericana por parte de Trump dejará a la población (bastante degradada en su capital cultural y social) inerme frente a, primero una infiltración, y luego a una toma de posesión extranjera. Sin ningún ataque cinético, sin tirar un solo tiro, la invasión se hará por primado tecnológico y por infiltración pacífica en las instituciones y la sociedad en general. Con las universidades norteamericanas diezmadas, con los recortes severos a la investigación científica, con la sustracción de fondos a la educación básica e igualitaria, con una salud pública degradada, con el cierre de la inmigración, con tarifas leoninas y una ridícula sustitución de importaciones –los grandes “logros” de Trump– un supuesto “invasor” extranjero estará plenamente eximido de las fatigas de una ocupación.
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