¿Quién decide, el mercado o los ciudadanos?

En el sistema económico, ¿deciden los ciudadanos o los propietarios de los recursos? y en una democracia, ¿deciden los ciudadanos o el poder económico? El mercado condiciona la democracia, el Estado procura regular los mercados y las organizaciones sociales pelean por los derechos de los que menos tienen. ¿Quienes debieran fijar el rumbo sistémico y la forma de funcionamiento socioeconómico? Una pugna no resuelta.El mercado

En el mercado las decisiones las toman quienes disponen de recursos y quienes los administran; cuantos más recursos un actor disponga o controle en relación a la masa de recursos que existe en ese mercado, mayor será su capacidad de ajustar la situación del mercado y las decisiones de política económica a sus intereses y necesidades. Por el contrario, cuantos menos recursos un actor disponga o controle, menor será su capacidad de hacer que la situación y las decisiones se ajusten a sus intereses y necesidades; si careciese de recursos no podría cubrir por sí mismo sus necesidades ni defender en el mercado sus intereses. El mercado no es un espacio democrático donde la voluntad de cada persona pesa por igual; tu decisión pesa según dispongas de recursos y tu voto se expresa a través de cómo asignas tus recursos, qué decides hacer con ellos.

De este modo, cuanto más concentrada estuviese la riqueza del mundo, de un país o de una localidad, más tenderá la dinámica del mercado a favorecer intereses, necesidades o emociones de los sectores que controlan esa riqueza. La libertad de decidir y actuar en el mercado existe pero está ponderada por la magnitud de recursos que controlas.

Sin embargo, ciertos mecanismos intentan regular el funcionamiento de los mercados. Algunos de esos mecanismos hacen parte de las propias instituciones del mercado y se establecen para regular conflictos, gruesas imperfecciones y transgresiones funcionales. Sin embargo, su imparcialidad y efectividad están siempre en duda ya que (i) los actores más poderosos tienen mayor capacidad de influir sobre ellos, y (ii) esos mecanismos no son capaces de evitar “externalidades” negativas, como son el deterioro ambiental, la concentración de la riqueza, el consumismo irresponsable, la inestabilidad sistémica, entre muchos otros efectos no deseados de la forma de funcionar.

Existen otros mecanismos para regular los mercados que pasan por la acción del Estado y por la acción organizada de quienes menos tienen.

El Estado

El Estado dispone de recursos y poder de coerción. Los recursos los obtiene a través de los impuestos, tasas y contribuciones que establece, del endeudamiento que contrae y de los ingresos provenientes de empresas públicas. La forma como adquiere sus ingresos incide sobre el mercado y sobre los ciudadanos, tanto a través de la distribución de la carga impositiva entre los diferentes actores como del nivel y perfil de endeudamiento que contrae en relación con la solvencia fiscal de corto y mediano plazo. También incide sobre el mercado y los ciudadanos cómo utiliza los recursos y el poder coercitivo de qué dispone: pesa fuerte el nivel y estructura del gasto público así como todo el resto de políticas públicas que fijan las reglas de juego del funcionamiento socioeconómico, incluyendo las políticas monetaria, crediticia, de inversiones, de comercio exterior e interior, de educación, salud, seguridad, saneamiento, comunicaciones, transporte y vivienda, entre varias otras.

Sin embargo, el Estado está controlado por fuerzas sociales y económicas que definen su orientación y, tal como se señaló, en un contexto de alta concentración de los ingresos la influencia del poder económico es muy significativa.

Organizaciones de quienes menos tienen

Por su parte, las organizaciones sociales, gremiales, de pequeños productores y de consumidores procuran agrupar intereses relativamente dispersos para robustecer la capacidad de decisión de sectores medios y bajos. En ese esfuerzo son asistidos o enfrentados por una gran diversidad de organizaciones políticas y de la sociedad civil.

Su capacidad de incidir sobre las políticas públicas y el funcionamiento económico va de la mano con la magnitud que adquieren, del grado de movilización y organización que logran generar y de las alianzas que sepan establecer con otras fuerzas. Si bien independientes, no pueden evadirse del contexto valorativo e ideológico predominante que les influye y condiciona.

El funcionamiento democrático: trampas y condicionamientos

La democracia política existe como régimen de gobierno en una diversidad de países adquiriendo singularidades propias en cada caso. Los derechos políticos y las reglas de funcionamiento son reconocidos en constituciones y leyes pero en cada realidad la práctica democrática contiene trampas y condicionamientos. Algunas trampas derivan del hecho que los principios rectores, las reglas de juego y las principales instituciones hayan sido concebidos por las fuerzas sociales que predominaban al momento de ser establecidos. Es así que, en general, tienden a preservar situaciones que quedan desactualizadas con el paso del tiempo y desfasadas respecto a la evolución de las sociedades. De ahí que las fuerzas sociales que procuran transformar el status quo tengan que operar en un contexto desfavorable de reglamentaciones e instituciones. El régimen democrático prevé mecanismos para ir transformándose pero no contempla adecuadamente severos condicionamientos que suelen enervar el proceso de cambio.

Así, por ejemplo, ante una crisis como la que el mundo hoy enfrenta y mientras sectores mayoritarios aspiran a ajustar el rumbo sistémico y la forma de funcionar a través de establecer nuevas políticas y regular con mayor firmeza el funcionamiento económico, el poder económico procura minimizar o controlar esos cambios de modo de evitar que afecten sus privilegios. En el contexto democrático esta pugna es desigual por el hecho ya mencionado que el propio Estado está sujeto en gran medida al poder económico que, con sus recursos y contactos, puede controlar importantes medios de comunicación y cooptar críticos segmentos del liderazgo social y político.

También es cierto que dentro del campo de quienes desean transformar la realidad no es sencillo concertar acciones entre un gran número de personas, portadoras todas ellas de una diversidad de necesidades, intereses y emociones.

Quiénes deciden el rumbo y forma de funcionar

En la actualidad el crecimiento es concentrador, es decir, no sólo que la riqueza está concentrada en grupos minoritarios sino que la dinámica económica que prevalece tiende a aumentar esa concentración. De ahí que quienes en gran medida hoy deciden el rumbo sistémico y la forma de funcionar son fracciones relativamente pequeñas de nuestras sociedades, aquellas que controlan el capital financiero y condicionan la marcha del Estado, los medios de comunicación y el sistema político. Si bien cada una de esas esferas tiene entidad propia, en realidad terminan reflejando como conjunto las correlaciones de fuerzas que priman en el mundo globalizado y en cada sociedad en particular.

En este escenario los grupos afectados, que son mayoritarios, pueden oponer resistencia sin alterar las reglas de funcionamiento existentes procurando lograr algunas mejoras o, alternativamente, pueden movilizarse políticamente para intentar transformar la presente dinámica socioeconómica. La acelerada concentración económica exacerba la codicia y la gestión irresponsable de recursos e instituciones, lo cual genera desigualdad, pobreza, grave deterioro ambiental, esterilización de potencial social y productivo, consumismo irresponsable, segmentación y rezago de la demanda efectiva, crecimiento de sistemas delictivos, aguda conflictividad social, deterioro de la política y de la representatividad social, todo lo cual conduce a inestabilidad sistémica.

Un rumbo sustentable

Para ajustar el rumbo y la forma de funcionar contemporánea será necesario abatir la concentración regulando la utilización de activos y la distribución del flujo de ingresos, así como fortaleciendo la política ambiental, la promoción de consumo responsable, la formación de capital (económico, de conocimiento, de gestión y de articulación con los demás actores) en la base de la pirámide socioeconómica. Habrá también que encarar la acción contra el crimen organizado, pasar de un estado de aguda conflictividad social a otro de justa colaboración, transparentar y elevar la calidad del funcionamiento político, democratizar la representatividad social, fortalecer la formación de cuadros de sectores rezagados o excluidos, establecer alertas tempranas para encarar circunstancias adversas y desvíos de trayectoria.

En esas nuevas circunstancias el control de los recursos económicos podría estar distribuido con mayor equidad y las decisiones políticas mejor alineadas con las necesidades del planeta y de su población. Las democracias se tornarían más plenas y serían los ciudadanos quienes decidieran el rumbo y forma de funcionar de sus sistemas económicos. Si los mercados operasen en función de los intereses y necesidades de la población, no condicionarían sino fortalecerían la democracia.

He aquí una utopía referencial que, como tal, perfila una situación deseada -aunque distante- pero que sirve para orientar la dirección de nuestros presentes esfuerzos. Si pudiésemos avanzar en esa dirección estaríamos más cerca de inclinar en beneficio de todo el planeta aquella pugna no resuelta entre mercado y democracia.

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