En el mundo mil millones de personas viven hoy en asentamientos precarios (35% de la población urbana en América Latina y 72% en Africa subsahariana). La mayoría de esos asentamientos precarios se ubican en nuestros países del Hemisferio Sur. Hay quienes plantean erradicarlos, otros ignorarlos o encapsularlos como problema. Opinión Sur es parte de una corriente de pensamiento que propone transformar los asentamientos precarios preservando la identidad de esas comunidades y ayudando a generar formación de capital en la base de la pirámide social. ¿Es posible hacerlo? ¿Cómo aprovechar la indomable resiliencia de sus pobladores?
En el mundo mil millones de personas viven hoy en asentamientos precarios (35% de la población urbana en América Latina y 72% en Africa subsahariana)[1]. Las Naciones Unidas estiman que en el 2020 esa cifra ascenderá a las mil cuatrocientos millones de personas. La mayoría de esos asentamientos precarios se ubican en nuestros países del Hemisferio Sur.
Pueden tomar diferentes nombres (villas miseria, cantegriles, pueblos jóvenes, favelas, shanty towns, entre muchos otros) pero, en esencia, presentan como común denominador una muy baja calidad de vida debido a su precariedad física y jurídica, caótica organización del uso del suelo, pobre dotación de servicios públicos y de equipamiento comunitario, y la presencia de grupos marginales vinculados con actividades delictivas. En ese contexto tan adverso viven personas de bien, talentosas, trabajadoras y, por sobre todo, con altos niveles de resiliencia.
Frente a esa compleja realidad emerge una gran diversidad de posibilidades de intervención. Desde las más radicales que proponen lisa y llanamente erradicar los asentamienos precarios (algo que, por el número y la envergadura de los asentamientos, sería imposible de materializar de no existir mejores opciones para sus pobladores), hasta el otro extremo de no hacer nada pretendiendo encapsular un problema que ya es estructural en casi todas los países del Sur. Entre esas perspectivas extremas hay diversos esfuerzos que buscan transformar los asentamientos precarios, mejorarlos de modo que puedan desarrollarse hacia núcleos urbanos dinámicos, más balanceados y mejor estructurados. En esa corriente (en la que también se inscribe Opinión Sur), se busca no ignorar ni tampoco erradicar a los asentamientos (salvo casos muy especiales) sino de ayudar a transformarlos apoyando liderazgos locales honestos y determinados a mejorar su habitat.
Como cada asentamiento precario tiene su historia y, por tanto presenta características singulares, es necesario conocer esas especificidades para comprender su dinámica y los puntos de apoyo que permitan promover una positiva transformación.
En principio vale reconocer que las acciones de transformación de asentamientos precarios deben tomarse caso por caso pero que, como esfuerzo aislado, esas acciones serán más difíciles de realizar que si hiciesen parte de una estrategia comprehensiva para abatir la pobreza y la desigualdad con participación pública, privada y de la sociedad civil. Esa estrategia comprehensiva permitiría coordinar apoyos de nivel nacional y local ofreciendo respaldo técnico y financiero a programas puntuales para cada asentamiento precario.
En lo que hace a posibles acciones específicas orientadas a un determinado asentamiento precario, una de las prinicipales es ver cómo reorganizar el uso del suelo en esa comunidad. En un sentido es aprender de los desarrolladores inmobiliarios que toman una fracción de tierra, plantean un ordenamiento del uso del suelo y, en función de ello, lotean la fracción proveyéndola de ciertos servicios y equipamientos básicos. En el caso de un asentamiento precario ya existente (y no una fracción vacía que puede ser planeada casi a voluntad) existirán varios pies forzados difíciles de armonizar con un planeamiento racional del asentamiento. Sólo que existe un poderosísimo factor para ayudar a alinear voluntades: un buen ordenamiento del uso del suelo, acompañado entonces sí con una racional provisión de servicios y equipamientos, valorizará en mucho la propiedad de cada lote y de las edificaciones que en ellos se construyan. Esto es, si los pobladores del asentamiento precario llegasen a organizarse para revalorizar su propio espacio, lo que estarían logrando es capitalizar considerablemente su patrimonio. Dicho en otras palabras, estarían generando riqueza que pueden retener para sí mismos. Se trataría de un verdadero proceso de formación de capital en la propia base de la pirámide social. Con ello y apoyados en un buen catastro del asentamiento se podría dar seguridad jurídica a los pobladores como propietarios de su lote y casa sentando, al mismo tiempo, buenas bases para gestionar tendidos racionales de servicios de agua, drenaje, vías, comunicaciones, etc, así como para reservar espacios para áreas verdes y de uso comunitario. ¿Cómo lograr este “milagro”?
En verdad este esfuerzo no tiene nada de milagroso. Se trata simplemente de encauzar la energía colectiva de quienes son los pobladores alineando intereses de modo de mejorar el conjunto urbanístico pero asegurando que los resultados que se obtengan vayan directamente a capitalizar el patrimonio de las familias del lugar. Se estaría generando un notable plusvalor inmobiliario y ese plusvalor fluiría directamente hacia los pobladores.
Para esto se requiere que converjan varios factores:
En primer lugar un liderazgo local honesto y determinado, capaz de comprender las ventajas de una transformación del asentamiento y de facilitar los ajustes de tenencia y uso de suelo que resulten necesarios para poder materializar la transformación. Es que será necesario trasladar familias de un lugar del asentamiento a otro, a veces en forma permanente y otras veces tan sólo transitoriamiente, mientras se realizan obras de mejoramiento del asentamiento. Nadie aceptará traslado alguno si no está garantizado que el resultado del mismo se traducirá en un incremento cierto de su patrimonio familiar y de la seguridad jurídica de su tenencia como poblador del asentamiento. Como esto se presta para manipulaciones diversas, tanto especulativas como de quienes practican clientelismo político y de quienes lideran organizaciones delictivas que usan estos asentamientos como base o refugio, es imprescindible que un liderazgo creíble del propio asentamiento conduzca y monitoree todo el proceso de transformación de la villa informal en barrio consolidado. Para ello sería muy útil contar con probadas organizaciones de la sociedad civil (laicas o religiosas) que asistan y respalden a ese liderazgo local honesto y efectivo.
En segundo lugar es necesario desarrollar un buen planeamiento del uso del suelo del asentamiento, que realmente lo valorice y logre gatillar oportunidades para que pequeñas inversiones en locales comerciales y equipamientos puedan volcarse sobre el emprendimiento. Este es un esfuerzo técnico pero intimamente ligado a la necesidad de alinear múltiples intereses; es decir, que será necesario plantear un ordenamiento territorial que no sea traumático para el conjunto, que no favorezca a unos en detrimento de otros, ni que desnaturalice las raíces o tradiciones culturales de la propia comunidad de pobladores. Hay mucho que transformar pero sin destruir identidades ni desvalorizar esfuerzos valiosos de quienes fueron pioneros del asentamiento. Es un dificil balance entre operar cambios y proyectar hacia el futuro lo existente y valioso; es necesario transformar algunos elementos estructuradores del asentamiento pero sin hacer tabla rasa con su identidad y su dinámica pre-existente. Se trata de transformar pero no de arrrasar.
En tercer lugar ese planeamiento debe ir acompañado por compromisos ciertos del gobierno local o regional de que acompañarán la transformación con la provisión de buenos equipamientos comunitarios y de servicios de infraestructura básica, imprescindibles ambos para valorizar el asentamiento. Aquí el papel del sector público es determinante.
En definitiva, la valorización de la propia parcela se materializará si el lote individual hace parte de una trama urbana que se jerarquiza con el tiempo. Y esto depende de una serie de factores económicos y urbanísticos, algunos ya mencionados pero que igual vale listarlos ahora como medidas concretas de transformación del asentamiento:
(i) Una cada vez mejor articulación vial del barrio con el resto de la ciudad de modo de dejar atrás connotaciones de gueto y facilitar su integración con otros barrios y polos centrales.
(ii) El mejoramiento de la funcionalidad del barrio basada en la reorganización racional del uso del suelo, el mejoramiento de servicios públicos, un buen equipamiento comunitario y, muy especialmente, un salto cualitativo en materia de seguridad.
(iii) Una mejora de construcciones existentes (viviendas y locales comerciales) realizada con esfuerzo propio y acceso a financiamiento, contando con el aporte de diseños de excelencia que permitan reforzar el carácter y personalidad del barrio.
(iv) El establecimiento en el barrio de una batería de instrumentos locales de apoyo a emprendimientos productivos, como son una desarrolladora de negocios, una red de inversores ángeles que quisieran prestar su cooperación al nuevo barrio y un pequeño fondo local de apoyo a las inversiones productivas y a la innovación social.
Todo esto es posible pero difícil de materializar. Su viabilidad depende de los factores arriba enumerados pero quizás el más determinante para poder catalizar todo el proceso sea la emergencia de un liderazgo local capaz de asumir conducción y protagonismo. Son bien diversos los recursos materiales que se necesitarán para transformar “la villa en barrio” y muchas las situaciones de contexto que condicionarán la propia marcha, pero ese cambio de actitudes en todos los actores, el hecho que emerja una firme determinación para actuar y para enfrentar las dificultades que será inevitable encarar, en mi opinión, es una de las variables claves. La transformación puede y debe ser alentada desde todos los frentes y niveles pero para que prenda, para que se sostenga, para que irradie e inspire a quienes hacen parte de ella, debe también germinar en la voluntad individual de cada poblador del asentamiento y posicionarse en el ideario y hasta en el inconciente colectivo de la comunidad. Es la indomable resiliencia de aquellos mejores pobladores la que ofrece condiciones y esperanzas para que, bien aplicadas, acciones catalíticas externas puedan ayudar a viabilizar genuinos procesos de desarrollo en la base misma de la pirámide social.
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[1] Agradezco a la arquitecta Karin Ianina Matzkin quien con su trabajo sobre generación de espacio urbano en México, San Pablo y Buenos Aires (Processo de producao do espaco nas cidades latinoamericanas contemporàneas: convergencia ou diversidade?; Arquitesis #2) me inspiró a redactar este corto artículo.
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