El editor de Opinión Sur Joven viajó a Gualeguaychú, la ciudad argentina que es el símbolo de la protesta ecológica contra la instalación de pasteras de celulosa. Los argentinos están furiosos por la presunta contaminación de un río; los uruguayos trinan por los cortes de ruta que se hacen para protestar contra las pasteras. ¿Conflicto ambiental o nacionalismo berreta? En la nota, se intenta mostrar una visión de alguien que está por fuera del conflicto dejando de lado los enfoques nacionalistas. Enterate por qué el problema no es tan grave como parece, ni tan simple para dejarlo pasar
El tema era decidir a dónde ir. Teníamos auto, carpa y libertad, así que podíamos elegir en el momento por azar. Las opciones eran dos: San Pedro o Gualeguaychú. Mejor San Pedro, que no hay mal olor, ni ríos contaminados ni manifestaciones en cada cuadra. Esa era al menos la imagen que teníamos de Gualeguaychú. ¿Y quién quiere eso para sus vacaciones?.
Gualeguaychú es un “pueblito” a dos horas y media de Buenos Aires, la capital argentina. Tiene una población de 76.220 habitantes, según el censo de 2001. El departamento entero tiene 7.086 km2. El pueblo/ciudad es atravesado por dos ríos: el Gualeguaychú y el Uruguay, que es compartido con el país homónimo. Este último río es el gran orgullo de los gualeguaychuenses.
Hace ya unos cuantos años el país vecino – decidió autorizar la instalación de unas fábricas pasteras (es decir, la que produce la pasta de celulosa que permite luego hacer el papel). El problema es que esta fábrica -que demostró ser altamente contaminante en otros lugares del mundo- eliminará sus desechos a través del hermoso Río Uruguay.
Desde que se enteraron de la instalación de las papeleras (al principio iban a ser dos pero una fue relocalizada) los habitantes de esta localidad comenzaron a movilizarse para defender su río.
Primero fueron con manifestaciones simples y luego -en el año 2004- empezaron a hacer cortes de ruta. La idea fue interrumpir el paso de vehículos en el puente que une la ciudad con la vecina uruguaya, Fray Bentos. El tema rápidamente llamó la atención de la prensa nacional argentina y de los propios uruguayos. Los ambientalistas de Gualeguaychú pedían la relocalización de las plantas para evitar que éstas contaminen el río. Algo consiguieron: una de las fábricas –ENCE, española- decidió mudarse; la otra, Botnia (de Finlandia), quedó en pie.
Pasaron tres años de esos cortes. Los gualeguaychenses lo siguieron viendo como un problema ambiental. Pero del otro lado del río no pensaban lo mismo: los uruguayos ven esto como un problema nacional. Hace un año viajé a ese país y, como suelo hacerlo, me puse a hablar con la gente: ellos en general no veían la cuestión ambiental, sino una invasión argentina a la soberanía de un país que por características geográficas parece sitiado por los gigantes del norte y el oeste. Una carta de lectores publicada en el diario “El observador” decía algo así: “Nosotros deberíamos hacerles cortes de ruta por la contaminación que ellos (los argentinos) nos infieren al inundarnos con programas de TV como Intrusos o Bailando por un Sueño”. Como si una cosa fuera asimilable a la otra.
Recientemente, en la Cumbre Iberoamericana de Presidentes, Tabaré Vázquez dijo que su país estaba igual que Cuba.“Coincido totalmente con las palabras del presidente de Argentina en cuanto a que el camino es el diálogo y no hay otro, pero coincido también con las palabras del vicepresidente de Cuba, en cuanto a que los bloqueos son absolutamente ilegales, y un golpe muy fuerte a la economía”, [1].
Un dato que no es menor y que explica en parte este sentimiento de los orientales. El Producto Bruto Interno argentino proyectado para 2008, según datos del Fondo Monetario Internacional es de 621,1 mil millones de dólares (PPA), lo cual lo ubicaría -pese a su crisis- entre las 20 economías más grandes del mundo. En cambio Uruguay aparece en el puesto 91 de este mismo ranking. Claro que esto es un juego estadístico que no se condice con la realidad social del país en que un cuarto de la población vive bajo la línea de la pobreza. [2]
Así las cosas, lo que debería ser un problema ambiental, o un debate entre desarrollo vs. medio ambiente, terminó siendo un tema de piqueteros vs. nacionalismo charrúa.
Llegamos a Gualeguaychú y empezamos a recorrerlo. Nos sorprendimos por el tamaño del lugar. Aquí algunas de las sorpresas. Acampamos al lado de un río, que cruzaba la ciudad. Creíamos que nos alojaríamos al borde del río Uruguay, con Botnia enfrente y un asambleísta detrás. Pero la realidad no era tan así.
El que atraviesa la ciudad es el Río Gualeguaychú y es muy chiquito. Preguntamos por el Uruguay, pero nos dicen que eso está lejos, que sus costas están privatizadas, y que probablemente esté cerrado. No lo mencionaban como “el gran orgullo” sino como un lugar lejano.
El pueblo no es un pueblito como pensábamos yo y el resto de los “porteñitos capos” que viajaban conmigo. Era una ciudad hecha y derecha. El río Uruguay está en las afueras a 13 kilómetros del centro.
Recorriendo la ciudad nos dimos cuenta de que todo decía “No a las papeleras”. Remeras en las calles, carteles en todos los negocios e incluso las grandes cadenas o franquicias reformaron sus gráficas incluyendo esa leyenda. Por la noche caímos en una fiesta, y los músicos también recordaban la consigna. La conciencia de esa ciudad es maravillosa, no sólo por la causa que defienden, sino fundamentalmente por lo que implica ver a un pueblo movilizado en conjunto y por el bien común. Y con esto no estoy defendiendo los métodos, sino simplemente elogiando una filosofía de vida.
El segundo día de estadía nos llevó al río Uruguay, que ni siquiera sabíamos si estaría abierto; los lugareños no eran muy optimistas al respecto. Muchos nos decían que las costas que daban al Uruguay sólo se abrían en temporada alta, a partir de mediados de diciembre. Subimos al auto y empezamos a recorrer los 13 kilómetros, parte de ellos en caminos de tierra.
Llegamos a un lugar que parecía un parque nacional, pero que – por un pequeño detalle- no lo era: está privatizado. Bajamos al borde de la playa… nuestro máximo anhelo era ver a Botnia y tanto no nos importó que estábamos a las orillas de un río precioso. Sobre la izquierda se veía la chimenea, chiquita, tan chiquita que ni siquiera estábamos seguros respecto a si la papelera era ésa u otra construcción pequeña que había enfrente. No quisimos preguntar demasiado, porque sabíamos que no seríamos bien recibidos.
Algo huele (y se ve) agrio
El zoom de las cámaras de televisión es engañoso. Parece que está ahí nomás, que el paisaje se altera, que ya nada será lo que fue. Muchas veces los medios crean imágenes que luego no se condicen con la realidad. No se trata de mentir, sino de exagerar. Al llegar a la costa del Río Uruguay, que está a 13 kilómetros de la ciudad, se ve muy a lo lejos una pequeña construcción. No es la única: hay otros paisajes a lo lejos que alteran la vista natural. Los días que nosotros estuvimos allí, Botnia no emitió gases de ningún tipo.
Respecto a los olores -otra preocupación latente entre los ambientalistas- tampoco se percibió nada. De hecho la ciudad de Gualeguaychú está a casi 30 kilómetros de Botnia y sería muy difícil que los olores que pueda emitir la planta lleguen hasta la ciudad. Muy difícil, pero no imposible.
Sin embargo el tema de la presunta contaminación visual es tal vez el más interesante para analizar. La distancia entre Botnia y la orilla del río del lado argentino es importante. Desde allí sólo se ve una construcción lejana. Muy fácilmente, por la distancia que existe, ésta podría ser tapada por una “cortina” de árboles, lo cual eliminaría el conflicto “visual”. Se propuso varias veces, pero en definitiva no se hace. Es más: una actitud de ese tipo podría ser vista como un acto de buena voluntad por parte de Uruguay. Pero por algo no se hace. Entonces, de un lado se expone un argumento casi sin sentido; del otro no se toma ninguna acción para resolverlo. La polémica se profundiza. ¿Es o no es contaminación visual instalar una fábrica frente a un paisaje natural? ¿Y si los dos tuvieran razón? ¿Tan difícil es encontrar una solución intermedia? Tal vez el conflicto no es de contenido sino de relación.
A principio de noviembre, en medio de la cumbre Iberoamericana de Presidentes, Uruguay habilitó el funcionamiento de Botnia con el consecuente malestar argentino.
Los primeros días hubo olor a coliflor e incluso operarios de la fábrica terminaron intoxicados. Pero más allá de incidentes parciales, lo cierto es que hasta ahora no se ha demostrado la contaminación de la planta. ¿Esto implica que nunca habrá contaminación? Claramente no. Estos son procesos que llevan años, y en el momento en que nos demos cuenta si contaminan o no ya será demasiado tarde e irreversible.
El Estatuto del Río Uruguay, firmado entre ambos países en 1973, dice que si uno quiere hacer un emprendimiento de estas características, que pueda perjudicar al agua en común, debe hacerlo con la autorización del otro, lo cual no se hizo en forma correcta
Pero hoy Botnia es una realidad. Está, existe y los uruguayos no están dispuestos a ceder en ese punto, porque sienten -a mi criterio erróneamente- que es abdicar en parte de su soberanía.
La solución a este conflicto está en el diálogo y en no seguir llevando a extremos la polémica. El caso de la contaminación visual es más que elocuente: ambos lados plantean posiciones extremas pero ninguna resolución a un tema que es muy fácil de resolver. Sólo se exacerban los ánimos con discusiones nacionalistas sin sentido; basta revisar el tema en los foros de Internet o en You Tube. Más abajo te mostramos algunos links al respeto.
El único camino es el diálogo entre los pueblos y un compromiso que permita cuidar el medio ambiente -en este caso el Río Uruguay- sin chicanas, ni golpes bajos.
+Info
Un foro: Discuciones sobre el tema que no llevan a nada y sólo exacervan nacionalismos. ¡Patético! Click acá
Otra discusión patética: Dos tipos -uruguayos y argentinos- se hablan a través de You Tube. Acá te linkeamos uno, pero lo interesante es ver los videos relacionados y seguir la discusión entera.
Sitio de la Asamblea de Gualeguaychu
Una peli: Erin Brockovich: Una ciudadana común, sin preparación, se pone a la cabeza de la demanda de un pueblo por la contaminación de sus aguas y le tuercen el brazo a una empresa gigante. Una historia real que vale la pena.
[1] Fuente: Diario Perfil 9/11/07
[2] Esto es en base al producto interno bruto (PIB) a valores de paridad de poder adquisitivo (PPA). Datos suministrados por el Fondo Monetario Internacional. Esta buena ubicación en el ranking tiene que ver fundamentalmente con su extensión y cantidad de población. No obstante, vale aclarar que si bien Argentina puede ser considerada como uno de los primeros 20 países si se mira su PBI (PPA), otros datos lo muestran a la par de Uruguay o peor. Ambos tienen una pobreza que gira en torno al 26% de la población; Uruguay está mucho mejor que Argentina en lo que hace a Coeficiente Gini (índice que mide la desigualdad); también existe paridad en lo que hace al índice de Desarrollo Humano elaborado por Naciones Unidas. Más info sencilla acá