Ucrania: ¡Bienvenida a América Latina! Geopolítica europea y revolución.

Entre Vladimir Putin y Donald Trump, Ucrania puede volverse una república bananera.  Sólo Europa es capaz de una actitud estratégica seria y responsable.  Para ello tiene un ejemplo histórico que, salvando las diferencias, puede serle útil: Finlandia. Pero también es posible que la revolución en marcha por doquier se adelante a todos los modelos.

La reciente reunión de la OTAN en Londres mostró un Occidente deshilachado que no encuentra una nueva estrategia después de la finada Guerra Fría.

La pelea verbal entre un viejo matón ignorante norteamericano  –el presidente Trump—y un pichón de emperador francés –el presidente Macron—apenas sirvió para encubrir una sobria y triste coincidencia, a saber, que la Organización del Tratado del Atlántico Norte es una alianza militar obsoleta y poco creíble: producto de una perimida tensión bipolar entre el capitalismo liberal y el comunismo soviético.  El mundo actual  es otra cosa. Ni liberal ni socialista, es multi-polar e inestable. 

Europa no se decide si trata bien o mal a una Rusia que ha dejado de ser socialista pero que se ha hecho revanchista.  Esta indecisión no debería alterar una comprensión ineludible: aun para tratar de manera conciliadora a la potencia rusa Europa debe contar con un poder disuasivo propio muy superior al actual.  No puede ya contar con el manto nuclear de protección automática norteamericano.  La alternativa, a saber, pretender que esa protección va a continuar, sería una Europa desunida y débil, fácil presa de arreglos bilaterales a favor de Rusia.  Peor aun, tal debilidad y desagregación favorecería no sólo a Rusia sino también a la ambición china de inmiscuirse en la región más rica y poblada de Eurasia, de la que Europa es península.  Sobre este tema, los franceses son más lúcidos y menos tímidos (por razones históricas) que los alemanes.  La estrategia es clara y escueta en concepto –una Europa fuerte y conciliadora a la vez—pero difícil en la práctica: no hay consenso a causa de un creciente nacionalismo y populismo en el continente. 

Por su lado, los Estados Unidos han expresado una clara preferencia por un nuevo aislacionismo.  Es una tendencia mas amplia y más antigua que la demagogia del Señor Trump.  Ya bajo administraciones anteriores se hizo visible el cansancio frente a las intervenciones militares fracasadas y el deseo no sólo de replegarse de las arenas movedizas del Oriente Medio, sino también de desentenderse del Atlántico a favor del Pacífico como prioridad estratégica.[1] 

El corolario es claro: desde esa perspectiva la agresión rusa en su propia periferia es menos inquietante de lo que hubiera sido durante la antigua Guerra Fría.  Los zarpazos rusos en Georgia y Crimea podrían ser el equivalente de la doctrina Monroe en la zona “natural” de influencia rusa, no muy distintos de las antiguas y torpes intervenciones norteamericanas en América Central y en el Caribe.  Esta no es una fantasía mía.  Cuanto mas se retraen los Estados Unidos y se repliegan sobre sí mismos, más se han de concentrar en su “patio trasero” (América Latina) como zona de influencia prioritaria.  América Latina corre el riesgo de volverse la última frontera de un imperio en declino.  En ese caso, la “visión” norteamericana se volvería menos ecuménica, mas cerril y cerrada.  Es el resultado mental del repliegue estratégico, y trae a su vez por corolario una tolerancia mayor –por afinidad comprensiva—frente a otras hegemonías regionales en el planeta.  Tal es la actitud norteamericana frente a la transgresión rusa en Ucrania y a la invasión turca en Siria  –aparte de la simpatía que parece tener el Señor Trump tanto por un zar como por un sultán.

La mejor postura estratégica de Occidente está fuera del marco tanto del pensamiento heredado del imperialismo liberal, que vería a ese país como la última frontera (pero una frontera corrida a favor de Occidente) de libertad, democracia y seguridad  –así pretenden todavía hoy muchos funcionarios y paladines de la oposición en los Estados Unidos—como del pensamiento nacionalista de derecha, que considera a Ucrania como un ex-estado soviético, corrupto e irredimible, fuente de negociados turbios, y que tendrá que arreglárselas lo mejor que pueda con su vecino ruso, de oligarcas a oligarcas a través de la frontera. 

Esta segunda postura “realista”, es decir, cínica, es la que pavonean Trump y su círculo de amigos, a quienes Ucrania sólo interesa como un peón de ajedrez en las internas norteamericanas.  Se trata aquí de presionar, asustar, y sobornar al gobierno de Ucrania para que “investigue” los negocios de la familia del ex vicepresidente Joe Biden, hoy pretendiente a presidente en las futuras elecciones de los EEUU.  En ambos casos, Ucrania sólo importa o bien para hacer política (esta vez no de estado sino electoral, y por ende inconstitucional) o para hacer dinero, en forma particular.[2] Así se han comportado con frecuencia políticos y ciudadanos norteamericanos en Latinoamérica.  Esta vez han tratado a Ucrania como un país latinoamericano más.

Sin embargo, la ubicación geopolítica de Ucrania es diferente.  Ucrania se parece más a Finlandia que a Guatemala (no en términos de sociedad[3] sino por su posición).  Durante la Guerra Fría, Finlandia se mantuvo independiente pero neutral.  Pudo defender su democracia y su libertad pero no se alineó ni con la Unión Soviética ni con el mecanismo de defensa occidental (OTAN).  Con Rusia mantuvo una relación sospechosa pero respetuosa.  Desde luego, Finlandia logró ese status porque supo defender su soberanía frente a la intervención rusa en 1939 a sangre y fuego.[4]  ¿Podemos sacar de este ejemplo un modelo?

Es posible ayudar a la capacidad de defensa ucraniana y al mismo tiempo garantizar su neutralidad: soberanía a cambio de no alineación (lo que implica abandonar todo intento de incorporarla a la Unión Europea y menos aun a una decrépita OTAN). A cambio de esto, se puede ofrecer a Rusia un levantamiento de sanciones y condiciones favorables de inversión y comercio.  Esto no implica tolerar la injerencia rusa en las democracias occidentales y sobre todo en materia de ataques cibernéticos.  En otras palabras, hay que actualizar, para Europa, el antiguo dicho del presidente norteamericano Theodore Roosevelt:  “Speak softly and carry a big stick” (Habla con suavidad pero muestra un garrote). 

Una actitud más amistosa con Rusia, pero desde una posición de fuerza, es exactamente lo opuesto de lo que hace Trump.  Recordemos  a propósito al poeta  José Hernández.  Bien reflexionaba el sargento Cruz en su diálogo con Martín Fierro, al referirse a ciertos políticos por él identificados como “los puebleros” (hoy los llamamos populistas): “… pero hacen como los teros / para esconder sus niditos: / en un lau pegan los gritos / y en otro tienen los güevos”. Los europeos son mas capaces de una postura estratégica racional.  Como le espetó el presidente  Macron al presidente Trump en Londres: “seamos serios.”

Tal cambio de tesitura daría además un rédito geopolítico en otro tablero.  Al acercarse un poco mas a Rusia, Europa la separa de China, cuyo designio es para Europa mas insidioso que la injerencia rusa, que no pasa de movidas en materia de espionaje y seguridad.  La injerencia china es económica y prima facie mucho mas atractiva.  Los chinos traen consigo poder financiero y capacidad tecnológica, y no tienen un frente político interno (por ahora) que les impida tomar iniciativas audaces en materia de política exterior.  A diferencia del ruso, el capitalismo de estado chino es exitoso.  Es capaz de seducir no con moneda moral sino con moneda contante, y con ventajas en ciencia aplicada y tecnología.  Por su parte, Europa puede seducir con su cultura, nivel de vida, y modelo de sociedad.

Llegados a este punto en el raciocinio, no nos cuesta percatarnos que la variable decisiva para una postura sólida europea depende de su unidad, voluntad política, y liderazgo.  En el pasado no muy lejano  tuvo ese liderazgo. Casi no hace falta repetirlo: desde los autores del Manifiesto de Ventotene[5] hasta Churchill, De Gaulle, Adenauer, Monnet, Schuman,  De Gasperi, Mitterrand, Kohl y tantos mas. Pero debemos también recordar que en un pasado un poco más lejano, Europa produjo personajes al mismo tiempo siniestros y ridículos, como el Kaiser Wilhelm II –modelo precursor de Donald Trump.

Ni los unos ni los otros, ni brillante ni ridículo: el liderazgo europeo de hoy es racional y competente, pero le faltan fuerza y convicción, o si las tiene, las esconde como el tero esconde los huevos.  La bandera de la Unión Europea que enarbolan no es capaz de suscitar entusiasmo.  No es, como lo fue en su momento, una utopía movilizadora sino, como diría Borges, una utopía de hombres cansados.  El cansancio de los capaces abre paso al entusiasmo de los peores:  los “puebleros” del sargento Cruz en el Martin Fierro.  Estos también tienen nombre y non son pocos:  Viktor Urban, Matteo Salvini,  Marine LePen, Nigel Farage y Boris Johnson entre otros.

Frente a todos, los “buenos” de hoy y los malos, tecnócratas y puebleros, se yergue la ira popular en todos lados.  Mucha gente está harta de la alternancia entre tecnocracia y demagogia.  Las protestas y revueltas que hoy cunden por doquier necesitan organización y liderazgo.  Necesitan propuestas que cabalguen en las protestas.  Como en la obra de Luigi Pirandello, son personajes en busca de un autor –o autores (nuevos partidos y equipos).  Por ahora no los encuentran, pero la historia muestra que no se harán esperar demasiado.

  Al finalizar esta nota, recordemos dos citas que vale la pena repetir.  En Ucrania, Rusia, Francia, el Líbano, Iraq, Irán, Argelia, Hong Kong, Colombia, Chile y etcétera, los jóvenes rebeldes hacen el trabajo preparatorio de aquel viejo topo, el topo de la revolución.

“¡Así se habla, viejo topo! ¿Podrás trabajar rápido bajo tierra? ¡Un pionero digno!” 

__William Shakespeare, La Tragedia de Hamlet, Príncipe de Dinamarca.


“Y cuando la revolución haya llevado a cabo esta segunda parte de su labor preliminar, Europa se levantará, y gritará jubilosa: ¡bien has hozado, viejo topo!”


__Karl Marx, El 18 brumario de Luis Bonaparte.

Son expresiones optimistas, pero pertenecen al 1603 y al 1852 respectivamente.  En el 2020 es la supervivencia de la especie la que está en juego.  Hoy hasta los niños hacen huelga en las escuelas contra la irresponsabilidad planetaria de sus mayores.


[1] Esta reubicación descansa en un presupuesto geopolítico equivocado: pensar que hoy el Atlántico y el Pacífico no están conectados.  Lo están para los chinos.  Desde Cristóbal Colon sabemos que se puede llegar a Oriente navegando hacia Occidente.

[2] Es evidente que el hijo del vicepresidente Biden fue a Ucrania no por amor a la libertad y la transparencia, o para tocar la balalaika, sino para aprovechar su patronímico y llenarse los bolsillos, legalmente por supuesto, como cualquier inversor extranjero en un país subdesarrollado.

[3] Finlandia es uno de los países menos corruptos del mundo.  Ucrania es uno de los más corruptos.

[4] En la “Guerra de Invierno” en diciembre-enero de 1939, cuando la Unión Soviética se apoderó de la península de Carelia y pretendió ocupar toda Finlandia, el reducido pero patriótico ejercito finlandés sostuvo 25.000 bajas pero infligió 240.000 a los rusos.  Estos últimos se convencieron que no valía la pena la anexión.

[5] El Manifiesto de Ventotene, redactado en junio de 1941 y cuyo título completo es  Por una Europa libre y unida. Proyecto de manifiesto, es un texto precursor de la idea de federalismo europeo. Sus autores son Altiero Spinelli, Ernesto Rossi y Eugenio Colorni.

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