Qué crecimiento y qué austeridad, de eso se trata

Desde que estalló la crisis nos han impuesto falsas opciones. Primero fue salvar las grandes entidades financieras en problemas con recursos públicos, o dejar colapsar el mundo, como había sucedido allá por 1930. Después, al extenderse la crisis sobre Europa, la opción era cortar los déficits fiscales y el sobre endeudamiento soberano imponiendo ajustes salvajes que castigaban a las grandes mayorías, o el colapso barrería con la Unión Europea y el euro.Cuando ya resulta imposible sostener esa marcha, la opción se presenta ahora entre “la” austeridad y “el” crecimiento como si hubiese un solo tipo de crecimiento y de austeridad. ¿En cuál de las opciones se considera que hay que transformar la forma de funcionar que genera inestabilidad sistémica, desigualdades sociales, destrucción del medio ambiente, consumismo irresponsable, atentados contra la cohesión social y la gobernabilidad democrática, que es en definitiva lo que condujo a la crisis?

En la reciente reunión del G-20 la pugna de intereses y perspectivas se focalizó en esa nueva dicotomía. Pero, ¡alerta!; la invocación del G-20 a actuar con extrema urgencia porque el caos, una vez más, está a la vuelta de la esquina, permite pasar por alto dos críticas cuestiones que no fueron abordadas: qué tipo de austeridad en verdad es la que se nos ha impuesto y qué tipo de crecimiento es el que se está proponiendo.

Está claro que se necesita actuar con firmeza y también con premura pero lo que está en juego no es acelerar la restauración del orden de precrisis sino adoptar rápidas y sólidas medidas que inicien la transformación de la desaforada dinámica concentradora que nos condujo a la crisis.

La austeridad que se nos ha impuesto

Ante los efectos de las políticas de austeridad aplicadas, la mayoría del G-20 se vuelca ahora a proponer que se promueva el crecimiento. Hasta Alemania y Holanda se ven forzadas a flexibilizar sus austeras posiciones. Lo que el G-20 no ha explicitado es que la austeridad impuesta corresponde a un tipo particular de austeridad que perjudica a las mayorías y protege los intereses de codiciosas minorías. Porque es imposible ignorar lo pernicioso del desmadre financiero contemporáneo; sólo que hay formas de balancear las cuentas públicas y abatir el sobre endeudamiento sin castigar el nivel de vida de nuestros pueblos. Una opción justa sería mejorar significativamente los ingresos públicos a través de gravar el capital financiero (activos, renta y transacciones) y, al mismo tiempo, acrecentar la efectividad social y económica del gasto público.

El crecimiento que se propone

El G-20 debiera explicitar si está proponiendo un crecimiento orientado a restaurar o transformar la forma de crecer de pre-crisis. Es que si restauramos y no transformamos aquellos mecanismos que condujeron a la crisis volveremos a generar desbalances, inequidad e inestabilidad sistémica. El desarrollo es necesario pero no se logra con cualquier tipo de crecimiento.

La pelea de fondo es obviamente política y la principal divisoria de aguas es determinar quién conduce un país y su economía, si “los mercados” o los ciudadanos. De ahí se deriva qué intereses debieran prevalecer.

El núcleo duro de “los mercados” está conformado por los fondos de inversión que administran 18 billones de euros, fondos de pensiones que manejan cerca de 14 billones de euros, fondos soberanos que cuentan con 2,5 billones de euros y fondos de alto riesgo (hedge funds) que, si bien manejan activos por 1,5 billones de euros, utilizan apalancamiento de deuda y derivados que hace multiplicar varias veces su impacto. No sólo la magnitud de los recursos que administra este puñado de actores es fenomenal sino que la forma como se gestionan es terrorífica y termina generando inestabilidad sistémica. Al guiarse por el lucro sin considerar los efectos colaterales de sus decisiones de inversión, dejan al mundo a merced de burocracias entrenadas y alentadas a especular.

Obviamente quienes se benefician con la concentración no están dispuestos a resignar privilegios. Hoy inciden decisivamente sobre las decisiones estratégicas del G-20 y tienen el poder para subordinar a otros actores (funcionarios, reguladores, medios, calificadoras de riesgo, usinas de pensamiento estratégico).

No debiera sorprender entonces que aquello que queda fuera de la consideración del G-20 y de sus sugerencias de política terminen siendo aspectos críticos para fijar un nuevo rumbo y forma de funcionar. Hacemos bien en rechazar el tipo de austeridad que se nos impuso pero hacemos mal en salir de ese espacio sin haber logrado exigir a quienes nos condujeron a la crisis que se hagan cargo del desastre que provocaron con su desaforado lucro. Y ahora avanzamos para abrazar “el” crecimiento que esas mismas fuerzas sabrán moldear a su conveniencia.

Sería necesario que el G-20 en su próxima reunión a celebrarse en Rusia aclarase el tipo de crecimiento –ojala no concentrador- que ese grupo propone al mundo y a sus propios países explicitando quienes se beneficiarán y perjudicarán. Los representantes del nuevo mundo emergente tendrán una gran responsabilidad ya que el resto sigue aun pensando en el crecimiento de “antes”, como si la crisis hubiese sido resultado de tan sólo un mal manejo financiero y no la lógica consecuencia de una cierta forma de crecer.

Austeridad y crecimiento aparecen como opciones furiosamente antagónicas pero si la austeridad se cubriese con excedentes financieros acumulados en pocas manos y el crecimiento hiciese parte de una trayectoria de desarrollo sustentable entonces, vaya sorpresa, ambas políticas podrían, eventualmente, terminar siendo complementarias ¿O un desarrollo justo y sustentable no debiera también ser austero?

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Publicado en Triple Crisis [www.triplecrisis.com->www.triplecrisis.com]

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