ODI ET AMO Amor y odio en las democracias degradadas

En un mundo multipolar, los conflictos y la volatilidad en la cima se reflejan en la confusión y volatilidad de las lealtades del público. Tal anomia es magnificada por los medios de comunicación. En 1917, un poeta español puso mi argumento en un sucinto verso que yo repito ahora:

De cada diez cabezas,
Nueve embisten
Y una piensa

Antonio Machado

En una era de confusa des-globalización, poco sorprende que grandes franjas del pueblo reciban y manden mensajes contradictorios. Las mentes de los ciudadanos y sujetos están verdaderamente revueltas. Desconfían de las ideologías e instituciones y buscan refugio en las tribus de los que piensan parecido. Pero aquellos que piensan parecido están igualmente confundidos en sus pensamientos, si es que podemos llamarlos pensamientos. Brevemente, no hay seguridad ni siquiera en las cajas de resonancia. Sólo aquellos que gozan del privilegio de la distancia, conocimiento objetivo y preferencia por el desapego emocional sobreviven la arremetida.

Pero incluso entre los eruditos, cuántos podrán decir hoy que piensan y actúan con calma y dedicación acerca de un tema que se les presenta—sine ira ac studio[1], como recomienda el viejo lema en latín? Tweets se lanzan a través del ciberespacio como misiles. Han reemplazado el diálogo con haikus[2] de emociones desenfrenadas. Cuando el respeto da paso a la vituperación, los sentimientos de amor y odio se vuelven intensos. Ellos también están revueltos y sin refinar.

La situación no es nueva. Fue expresada por el verso de Machado hace 93 años. En la antigüedad clásica, la mejor expresión—también en versos cultos—de esta condición se encuentra en el conocido poema de Catulo Odi et amo (65 BCE) [3]:

Odi et amo. Quare id faciam, fortasse requiris. Nescio, sed fieri sentio et excrucior.

Odio y amo. Quizás te preguntes por qué hago esto. No lo sé, pero siento que así ocurre y me torturo

¿Qué tiene que ver esto con la geopolítica?, quizás te estés preguntando (para seguir con la cadencia del verso de Catulo). Y la respuesta es: mucho.

La Geopolítica es el análisis de los desplazamientos del poder entre las naciones y bloques de naciones, visto desde afuera y desde arriba: geografía política y social a 10.000 metros de altura, por decirlo así. Pero esta visión de arriba hacia abajo, es suplementada por una visión desde la base hacia la cima, específicamente: cómo las personas experimentan y reaccionan frente a estos desplazamientos.

Vistos desde arriba, los desplazamientos son enormes. Como el derretimiento de los casquetes polares por el calentamiento global, algunos son inmediatamente visibles, como las fisuras y desprendimientos de los glaciares e icebergs. Otros son lentos y visibles sólo en el largo plazo.

El mundo del poder se ha desplazado de bipolar a unipolar, a multipolar. Todo el mundo sabe esto. Hoy, somos testigos de—y sufrimos—la creciente rivalidad entre dos ascendientes grandes potencias—China y Rusia—y una superpotencia en retirada (Estados Unidos).

Las potencias medianas oscilan entre esta tríada con un conjunto de nuevas oportunidades y riesgos, algunos de ellos graves.  Por ejemplo: en la inflamable región de Medio Oriente, la masiva intervención militar de Estados Unidos a principios de siglo ha resultado contraproducente y mutó en una guerra permanente.

Las prolongadas guerras de desgaste en Afganistán e Irak permitieron el incremento del poderío de Irán, convirtiéndolo en un gran actor regional—justo lo opuesto a lo que se buscaba. El vasto resultado de un serio error estratégico (la ocupación fallida de ambos países) ha creado un impasse para Estados Unidos: fastidiado si se retira y fastidiado si no lo hace. Sus intentos de retirada han abierto oportunidades no sólo para Irán sino también para otras potencias medias como Turquía, está cambiando la ecuación para Israel y proporcionó un punto de apoyo en la región para otra gran potencia: Rusia.

Europa—una gran potencia potencial que no logra unificarse—también oscila en sus relaciones con los actores principales. Una anécdota reveladora es la siguiente: durante la reciente escalada de hostilidades entre Estados Unidos e Irán, el canciller Alemán no voló a Washington para tratar de mediar sino a Moscú.

Entre Este y Oeste, Norte y Sur, regímenes abiertos y cerrados, amigos y enemigos, los mensajes son contradictorios, las relaciones son transaccionales e inestables, y como resultado, las personas se desorientan. Se “expresan” antes de pensar. Trump declara públicamente que él y el tirano ermitaño Kim de Corea del Norte se han “enamorado”. ¿Cómo los ciudadanos pueden tener hojas de ruta claras en la búsqueda de metas y negociación de sus alianzas? El poder de los actores no estatales también agrega una nueva dimensión a esta mezcla. En sociología, llamamos a esta situación anomia.

Imagine que usted es un granjero en Arkansas que cultiva soja y su principal mercado es China. El presidente Trump se involucra en una guerra comercial con China, sacude a las importaciones Chinas con altas tarifas y China responde imponiendo tarifas punitivas sobre los productos agrícolas estadounidenses. Esto golpea en el propio centro del núcleo de apoyo de Trump a un año de cuando necesitará de su apoyo para ganar la reelección. ¿El resultado? Una tregua en la guerra comercial que incluye ciertas excepciones en las tarifas para algunos bienes. El granjero odia a China por llevarse los trabajos estadounidenses y—tal cual escucha—por “robar nuestros secretos.” Pero, luego, aprende en las noticias de TV que “Como parte del acuerdo, China se compromete a gastar al menos $200 billones de dólares en productos agrícolas estadounidenses. Los granjeros de EEUU han estado dentro de los mayores perjudicados domésticamente por la guerra comercial”. Ahora, él ama a China otra vez.

El granjero en Arkansas hace mucho que siente que pertenece a un “estado de paso” donde la gente ha sufrido por la migración de trabajos (mayormente de empleo industrial) y por no poder actualizarse con las nuevas habilidades requeridas. Él presta su apoyo incondicional al Presidente que ha prometido no olvidarse de aquellos a quienes describe como víctimas de las políticas globalizantes de las elites educadas que sólo buscan su propio interés. Desde su punto de vista, una elite tecnocrática, arrogante y liberal es la culpable, el principal enemigo político. Para peor, esa misma elite adhiere a valores que apoyan la transformación de la sociedad de Estados Unidos en una sociedad multiétnica, multirracial, pro inmigrantes donde no hay lugar para él (blanco, preferentemente varón, de mediana edad, con bajo nivel educativo, sin formación en alta tecnología, religioso, desconfiado de los extraños y temeroso de ser arrasado por la fuerza del “progreso”). Su elección es hacer todo lo que pueda para prevenir ese destino, visto como una amenaza vital. ¡Apoyará fuertemente a Trump—y también a China, ¿por qué no?—porque ahí es donde le conviene estar!

Entonces, China es un enemigo y un amigo y el presidente de China es un modelo admirable de gobierno perpetuo, casi celestial—sin importar el comunismo; es un viejo disfraz. A nuestro propio presidente le encantaría eso: gobernar como un emperador. China es tanto amada como odiada; y los chinos le devuelven el gesto con los mismos sentimientos contradictorios.

El presidente ruso también parece ser un amigo; como dice nuestro propio presidente—aunque matonea a sus vecinos e interfiere en las elecciones occidentales. El granjero no quiere creer que Vladimir Putin usa a Donald Trump como su chico de los mandados. Sin embargo, ve que Trump hace por el dictador ruso todo lo que Vlad no puede hacer por sí mismo: dañar la unidad Europea, pisotear los derechos humanos, ningunear a la OTAN, creer que todo el Medio Oriente debería pertenecer a Israel y Arabia Saudita y que se vaya al infierno el orden mundial. El hombre fuerte ruso pregunta: ¿por qué interrumpir a un enemigo cuando hace errores? ¡Apoyémoslo! ¿Es esto bueno o malo? El granjero no lo sabe.

Para ese granjero, Trump es un amigo del pueblo. Se niega a aceptar que el presidente, como su contraparte en Hungría, en el Reino Unido o en muchos otros países que quieren “volver a ser grandes”, es un rico elitista, oportunista, posando como un hombre del pueblo.

¿Y qué pasa con Gran Bretaña—madre de la democracia parlamentaria—con una realeza que está permanentemente en la prensa amarilla de los anaqueles de los supermercados? Ve en tweets y en la TV una relación especial de Estados Unidos con una Inglaterra que ha abandonado Europa, recibe dinero negro de Rusia, les vende la mitad de Londres y los invita a tomar el té, a veces incluso con la Reina. ¿No es eso lo que hacen todos los países? ¿Es bueno o malo?

¿Y nuestro “querido líder”? ¿Debemos amarlo u odiarlo? Quizás deberíamos estar orgullosos, piensa él, y si hace nuevos amigos y abandona a los viejos, que así sea. En el centro de Estados Unidos, la anomia de nuestro granjero está impresa en la parte de atrás de su camión, para que todos la vean:

Fuente: Financial Times

Manejando detrás de tal camión, uno está tentado de lamentar el pobre estado en que está la política en el propio hogar de la democracia occidental. ¿Único? ¿Sin precedentes? No realmente. Uno podría, por el contrario, recordar el viejo sarcasmo de los periodistas y de algunos políticos.

H.L. Mencken (1880-1956) era un editor estadounidense francamente conservador, rápido con las ocurrencias, quien escribió la famosa frase:

Nadie nunca fue a la quiebra por subestimar la inteligencia del público estadounidense

Una historia popular se cuenta sobre Adlai Stevenson (1900-1965) cuando se candidateaba para presidente en 1952 (o en 1956) como un centrista liberal. Alguien escuchó uno de los impresionantes discursos de Stevenson y dijo: “Cada persona pensante en Estados Unidos votará por usted”. Stevenson respondió: “Me temo que eso no será suficiente—necesitaré una mayoría”.

¿Suena familiar? Sí, pero lo que está en juego es diferente y más importante hoy y las “democráticas” redes sociales globales sólo lo complican. La pregunta persiste: ¿Llegaremos alguna vez a tener mayorías pensantes en tantos países donde la democracia está en riesgo?


[1] N.T.: “Sin ira ni pasión”. Tácito, Anales, 1.1.4: lema del juzgador imparcial y equilibrado. Tácito era un historiador romano. Su frase es utilizada generalmente como recomendación de no dejarse llevar por la emoción cuando uno escribe o redacta sobre algún hecho.

[2] . N. T.: Haiku es un tipo de poema breve japonés de diecisiete sílabas.

[3] . N. T.: Gayo Valerio Catulo era un joven poeta latino que nació en Verona (Italia) entre los años 87-84 a.C. y murió en Roma entre 57-54 a.C.

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