Memorias de la muerte

La experiencia de la pandemia y su secuelas de sufrimiento y muerte son también una lección para una sociedad que hasta hace poco prefería  la amnesia y la distracción a la memoria, porque la memoria es muchas veces dolorosa, y porque no se puede escamotear la muerte.  Nos ha obligado a recordar el sentido trágico de la vida, que es paradójicamente un camino para mejorarla.

Los EEUU, que se jactan de ser los primeros en todo, alcanzan ya otro record  que esta vez no pueden celebrar.  Son el país con mayor número de muertos a causa del virus Covid-19.  Cuando salga esta nota ya habrán superado los 100 mil.  Para la conciencia social del siglo 21, la cifra es casi intolerable.  Como en muchos otros campos de la sociedad pos-moderna (otros preferirán llamarla globalización,  capitalismo tardío o neo-liberal), se alternaron la complacencia, seguida por el pánico.  En ese contexto, complacencia significa dar por sentados la seguridad y el privilegio, sin preocuparse mucho del futuro y menos aun de la salud pública y preventiva.  Un  gran médico argentino, radicado en Nueva York, dedicó su carrera a la medicina comunitaria en el hospital de Mount Sinaí.  Fue el Dr. Samuel Bosch, jefe de ese departamento en el citado hospital.  Bosch era un crítico agudo de la medicina “de avanzada,” que produce tratamientos científicos exquisitos para tales dolencias como las crisis cardíacas, el cáncer y los traumas, pero ignora o menosprecia la medicina preventiva.  Es que la primera es privada y la segunda pública; en la primera priman la investigación y la tecnología (y el camino al Premio Nobel); en la segunda “solamente” la salud pública, sobre todo en las comunidades de modestos recursos.  En los EEUU, el sistema de seguro médico se orienta hacia los sectores que pueden pagar tratamientos carísimos, personalmente o con seguros fuertes y costosos.  Muchos en la población no entran en el sistema y por ende entran en un círculo vicioso de sub-tratamiento de patologías que al no ser curadas se vuelven crónicas.  Son justamente estos sectores los mas vulnerables en una pandemia, junto con los ancianos en asilos, y mas generalmente, toda población en encierro prolongado en las que el sociólogo Irving Goffman llamaba “instituciones totales”:  prisiones, cuarteles, internados, conventos, navíos de crucero, nosocomios y manicomios, etc.  En cuanto a los mas privilegiados y mejor protegidos, frente a una pandemia cunde el temor de que aun las mejores medidas preventivas y seguros a los que estaban acostumbrados no garantizan su propia inmunidad. 

Hace 30 años, en mis estudios sobre el miedo como fenómeno social[1],  pude observar que cuando el temor al sufrimiento y a la muerte (y a la degradación de la dignidad)  llega a un estadio en que cualquier medida de obediencia y sumisión aun a las normas mas estrictas no garantizan la seguridad, el miedo se transforma en terror.  El terror, ya sea como fenómeno “natural” (una plaga) o como arma política (el terrorismo) practicada contra el estado o por el estado, es precisa y técnicamente el estado de desprotección frente a la muerte en que ninguna acción por parte de las posibles víctimas lo puede exorcizar.

Por consecuencia, la pandemia actual del corona virus, ha producido una situación de terror cuasi universal.  Todos los estudios históricos sobre plagas anteriores, en particular la devastadora plaga de peste bubónica del medioevo, muestran que esta situación no es nueva.  La  novedad actual es otra.  Se trata de la universalidad simultánea de la reacción de muy distintas sociedades, en la decisión de poner en cuarentena o encerrar a la mayoría de las poblaciones del planeta, a cualquier precio.  Algunos economistas (son de los que se dice saben el precio de todas las cosas y el valor de ninguna) estiman el “precio” actual de una vida humana en 10 millones de dólares.  Este cálculo no se le ocurriría a las personas en siglos pasados.  Por ejemplo, en los barcos de carga de esos siglos, el valor de la mercadería se consideraba muy superior al de la tripulación.  La globalización y las redes de comunicación e información han cumplido un papel decisivo en considerar no sólo el precio sino el valor de la vida humana.  Esta es mi primera observación frente a nuestra percepción del terror pandémico (o para recordar una expresión de la antigüedad occidental, de miedo pánico[2]).  La contrapartida del pánico es sin duda positiva:  hoy valoramos mas que antes la vida humana.

100 años atrás, en la pandemia de “gripe española” de 1918-19, los gobiernos, los medios, y muchísimas personas se hicieron los distraídos.  Estaban mas preocupados por el fin de la Gran Guerra que por los estragos de una peste.  Sin embargo, la Gran Guerra había producido unos 10 millones de muertes, y la pandemia ocasionó 70 millones.  El mundo quiso ignorar la desproporción.  Hoy no sucedería, por diversas razones. Sigo enumerando mis observaciones, casi todas paradójicas.

Mi segunda observación es la siguiente.  La simultaneidad universal de la reacción se ha dado en un contexto donde no hay gobierno mundial, y en el que la coordinación entre los estados “sorprendidos” por la plaga ha sido muy poca o inexistente; se tomaron medidas mas por imitación que por planificación racional.  En muchos países la gente se aisló sin necesidad de una imposición policial.  La pregunta es, como todas las mías, doble: ¿lo hacemos por racionalidad y conciencia social, o lo hacemos porque somos un rebaño de ovejas asustadizas?

Mi tercera observación, derivada de las anteriores, es que la reacción ha sido drástica y hasta brutal, en gran parte por nuestra ignorancia sobre el origen, la naturaleza, el funcionamiento, y el modo de multiplicación del virus. Así como nuestros abuelos erraron por omisión, nosotros erramos por comisión.  Aquí vale señalar dos paradojas: (1) la perplejidad y hasta el desarme frente al virus de una civilización que se jacta de ser la mas avanzada en ciencia y tecnología, pero que recurre a las mas primarias medidas de seguridad,  y (2) el falso efecto nivelador de la infección, que hizo aparecer la crisis como afectando a todos sin distinción.  Por supuesto no es así.  Lejos de producir una igualdad de riesgo, la pandemia ha mostrado la probabilidad estratificada (por clase, color, edad, categoría de países, etc.) del contagio y de la gravedad de la enfermedad.  En cierto sentido, se repite la falsa impresión que cuando se hunde un barco, se ahogan todos los pasajeros por igual.  No es así: mueren muchos mas en tercera clase que en primera. Para ejemplo, baste un botón.  Estas son las cifras de los pasajeros que se salvaron en el hundimiento del paquebote Titanic (1912), de acuerdo con el informe encargado por su Majestad Británica después de la tragedia:

Pasajeros Total    Sobrevivieron
     
Primera clase  325     202 (62%)
Segunda clase  285     118 (41%)
Tercera clase  706     178 (25%)
Cifras Totales 1,316     498  (38%)

La pandemia ha puesto al descubierto las lacras sociales y las grietas de cada sociedad.  Es una visión muy fea, pero también tiene su lado positivo: hay mucho mayor transparencia, a pesar de los intentos desesperados de alguno gobiernos y políticos por seguir disfrazando la situación.  Nos quejamos demasiado del efecto “panóptico” de los medios en los que los gobernantes se informan sobre sus ciudadanos o súbditos, pero debemos advertir que en muchos sentidos esos mismos medios han invertido el Panóptico, y existe la posibilidad de controlar a los guardianes (Quis custodiet ipsos custodes?). Y de esta mas clara percepción surge un clamor universal por un cambio social a favor de sistemas, si no mas igualitarios, sí y por sobre todo mas justos.  Aclaro esta observación con un ejemplo: de todos los países escandinavos, Suecia es el mas desigual.  Pero los que están mas abajo de la escala social en Suecia gozan de un “piso” de protección con educación, salud, y vejez garantizadas.  Suecia no garantiza nivelación, pero sí garantiza protección con dignidad.  Es un ejemplo que vale ponderar no sólo para otros países ricos, sino también para otros que no lo son, como en América Latina, salvando la distancia en solvencia.  La pandemia no será el gran nivelador, pero es capaz de generar un deseo universal de mas justicia social.

La salida de la pandemia será tan dispar y confusa como fueron los intentos de contención.  Se reforzarán los estados, no “el Estado” abstracto sino los muy diversos estados de acuerdo con su trayectoria anterior (los que los sociólogos llamamos path dependency).  Los hay virtuosos y los hay perversos.  Al respecto aconsejo re-leer una vieja colección de ensayos que dejó en borrador Franz Neumann antes de morir: The Democratic and the Authoritarian State, para poner las cosas en perspectiva.  En muchos casos, una buena salida implica la reforma del estado, y esa tarea no está garantizada. 

El mundo es capaz de salir de esta pandemia con los mismos errores con los que salió de la devastación de guerra y pandemia en 1919.  Esperemos que no. Los años 20 del siglo pasado presenciaron el colapso de las democracias cosmopolitas y liberales a favor del nacionalismo fascista por un lado, y del comunismo soviético por el otro. 

Como señalé en muchos artículos anteriores, hoy estamos al borde de una nueva guerra fría, sin pasar antes por una guerra caliente (la tercera mundial).  Estados Unidos se retraen, China avanza al ocupar las posiciones vacantes, y Rusia se aprovecha para molestar a quienes no puede afrontar.  La Unión Europea, que debería cumplir un papel moderador y ser ejemplo de un  regionalismo sabio, ha dado lamentablemente sólo lecciones de pusilanimidad.  Otras regiones del mundo son aun menos capaces de tomar la iniciativa.  ¿Y América Latina?  Vuelve a ocupar, hoy mas destartalada que antes, su tradicional rol de espectador de la historia, en un palco escénico de una ópera ajena.

Desde un punto vista geopolítico general, el peligro mayor al salir de esta pandemia es el tremendo vacío de poder: el centro ausente de la gobernancia mundial.

La humanidad perdió la memoria colectiva  de pandemias como la de 1918-19.[3]  No creo que perderá la memoria de la pandemia actual.  La memoria de esta muerte servirá como aliciente para una mejora social.  Han caído muchas víctimas, pero también han caído muchos pretextos y muchas excusas para no intentar un mundo mejor.


[1] Juan E. Corradi et al., Fear at the Edge.  Berkeley: University of California Press, 1992.

[2] Según la mitología, el dios Pan usó de una estratagema tan ruidosa para vencer a los enemigos de Ossiris a quienes él protegía, que aquellos huyeron aterrados. Desde entonces, alegan los autores antiguos, se llama así al terror excesivo e infundado.

[3] ¡Cuantos monumentos a los caídos en las guerras! ¿Donde están los monumentos a los caídos en epidemias y desastres sociales?

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