Limpiando el desarrollo

La necesidad es madre de la invención. En los países de Asia donde el desarrollo es más vertiginoso y la contaminación ambiental más preocupante, se está desarrollando una nueva y pujante industria de “limpieza” del aire, la tierra y el agua, con participación del gobierno y de capitales locales y extranjeros. Entramos así en una nueva etapa de “desarrollo limpio” que América Latina debe conocer y adaptar a sus circunstancias, para no desaprovechar la actual coyuntura favorable de sus productos primarios. Evitemos que la nuestra sea una prosperidad de vagón de cola que no conoce bien la locomotora.El impresionante desarrollo de los dos países más poblados del mundo –China e India—nos enfrenta a una gran paradoja. Por un lado, ese desarrollo ha salvado de la miseria a más de 400 millones de pobres sólo en la República Popular China, y habrá muchos otros millones que pronto superarán la condición paupérrima del otrora llamado Tercer Mundo. Según el Banco Mundial[1]entre 1981 y 2001 el número de personas en condiciones de extrema pobreza se redujo en forma extraordinaria en Asia oriental. No fue así en África ni en América Latina, donde la desigualdad y la pobreza empeoraron, aunque por suerte no lograron neutralizar el progreso de los países de Asia. En efecto, es precisamente el desarrollo capitalista vertiginoso de los dos gigantes asiáticos lo que permite al mundo alcanzar una de las metas más deseadas por las Naciones Unidas: el principal objetivo del Milenio.

Por otro lado, es innegable que la movilización productiva de los pobres en los grandes países asiáticos deja una “marca de carbono” peligrosísima para el medio ambiente. Durante mi primer visita a China, en el año 2000, me dijeron que el país ya contaba, con orgullo, con 56 millones de personas en la clase media. Para el año 2030, se calcula que esa clase media china contará con 361 millones de personas –más que toda la población actual de los Estados Unidos. Entre los residentes urbanos, el promedio de ingreso disponible en China era de 46 dólares por persona en 1978. La cifra subió a 1.404 dólares en el 2006. En la población rural, las cifras son $18 y $436 respectivamente. El progreso es espectacular. Lo mismo está sucediendo en la India. ¿Pero qué pasa cuando esa nueva clase media se pone a manejar automóviles y enciende el acondicionador de aire en el verano? Sería muy triste conquistar el flagelo de la pobreza a costa de la contaminación atmosférica y el deterioro irreversible del medio ambiente.

Sería en efecto una victoria pírrica y un epitafio irónico para nuestra especie el hecho que, habiendo conquistado a todas las demás, se eclipse en el momento mismo de su triunfo evolutivo. En esta hipótesis, seríamos el equivalente –en tiempo geológico—de los dinosaurios, con una salvedad a favor de los dinosaurios: ellos desaparecieron como consecuencia de una variable cósmica externa (el imprevisto impacto de un gran meteorito), mientras que nosotros desapareceríamos como consecuencia de un suicidio cultural, es decir de nuestra propia estupidez.

Sin embargo, no nos deben asustar las paradojas. La detección de un proceso contradictorio es un estímulo para el pensamiento creativo. Todo proceso histórico es un movimiento contradictorio y la contradicción es el motor del desarrollo. Veamos si en el mismo proceso de desarrollo asiático encontramos el germen de una síntesis superadora.

El futuro de China –y tal vez del mundo entero—se está gestando en una pequeña isla al norte de la ciudad de Shangai. Chongming se llama esta isla ubicada en la desembocadura del legendario Yangtze, o Chang Jiang, el río más largo de Asia (el equivalente en América Latina sería la ciudad de Belem do Para, en Brasil, ubicada en la desembocadura del Amazonas, con graves problemas debidos a la falta de planificación, a la contaminación ambiental, y a la pobreza). Hace pocos años, la isla fue seleccionada por el gobierno chino para efectuar un experimento de planificación urbana/rural integral, con una ecología autónoma y auto sostenida, sin desechos industriales ni contaminación ambiental. La empresa SOM, que ganó la licitación, redactó el plan maestro de desarrollo agro-urbano sostenible de la isla que el lector puede ver en el sitio: [->http://www.som.com/content.cfm/an_island_in_the_sustainable_stream].

La ciudad proyectada se llama Dongtan. Tendrá 10.000 residentes en el 2010 y unos 500.000 en el 2040. Desde cualquier punto de vista, el experimento es el sueño ideal de los ambientalistas. Sólo un tercio de la isla (con una superficie aproximada de 10.000 hectáreas) será habitado. El resto está dedicado a la agricultura orgánica y al mantenimiento de un humedal. El suministro energético proviene exclusivamente de fuentes limpias y renovables: molinos de viento, placas de radiación solar, y combustibles biológicos. Dentro de la isla, los medios de transporte principales son la bicicleta y las dos piernas. La isla cuenta con una agradable red de senderos ciclistas y peatonales. Los pocos vehículos automotores permitidos deberán funcionar a base de baterías eléctricas y células de combustible. La población será autosuficiente en materia de alimentación, agua potable y energía. La emisión de gases nocivos en la atmósfera es prácticamente nula.

A primer agua, este pequeño ejemplo parece irrisorio en la inmensidad de la sociedad china. Representa, sin embargo, dos cosas muy importantes. La primera: se trata de un portento del porvenir, un anticipo del desarrollo futuro. Las autoridades de China forman un gobierno que aunque no es democrático en el sentido occidental de la palabra, nos lleva al menos esta ventaja: puede darse el lujo de ver mas allá de lo inmediato (es decir, de las próximas elecciones). Y lo que la dirigencia china ve en ese mediano y largo plazo es una posible crisis ambiental capaz de descarrilar el desarrollo más pujante. El propio y frío interés de estado la lleva a buscar soluciones de crecimiento sustentable.

En segundo lugar, la planificación de un urbanismo ecológicamente sano y auto sustentable dará lugar a toda una serie de prácticas y productos “eco-amistosos” de gran atractivo comercial. Las industrias limpias que está desarrollando China en forma experimental pronto serán bienes transables, capaces de ser exportados o imitados por otros países. Desde la administración de Den Xiaoping en adelante, China ha demostrado que la centralización del poder es por el momento perfectamente compatible con la liberación del mercado, primero global y luego interno. Su famosa fórmula: “un gato puede ser negro o blanco; si sabe cazar ratones, es un buen gato,” ha demostrado ampliamente su superioridad pragmática.

En los países capitalistas avanzados, con economías más ágiles pero también más susceptibles a los ciclos, la necesidad es madre de la innovación. Al borde de una profunda y prolongada recesión económica, en los Estados Unidos del 2008 y 2009 se anticipa una fuerte merma en ciertas actividades económicas, mientras que otras actividades mantendrán su ritmo de crecimiento. Entre estas últimas podemos citar las industrias energéticas, de la salud, y de la educación. En zonas particularmente vulnerables, como el estado de Michigan –cuna de una industria automotriz en plena decadencia—están surgiendo nuevas fuentes de trabajo en la construcción de turbinas eólicas y placas solares. Lo que en China es producto de la planificación, en los Estados Unidos es el resultado de una adaptación a la crisis cíclica –la famosa “destrucción creativa” de Schumpeter.[2]

Ahora bien, si el experimento de Chongming representa las posibilidades del futuro, el presente es mucho mas sombrío. En mi segunda visita a China me quedé una semana en Beijing y otra en Shangai. En esos quince días, pude ver el cielo azul (y las montañas cercanas a Beijing) uno solo. El viento había cambiado y pudo barrer la densa nube de contaminación que cubre normalmente a esas ciudades. Las estadísticas apoyan mi anécdota. De las 20 ciudades mas contaminadas del mundo, China tiene 16. Además, el 90% de las ciudades chinas extraen el agua potable de napas contaminadas. En el año 2006, las autoridades chinas estimaron que la contaminación ambiental costo a ese país unos 200 mil millones de dólares, casi el 10% del producto bruto interno. Peor aun, la contaminación no se detiene en las fronteras. El 40% de la contaminación de aire en Japón y Corea del Sud proviene de China, y la misma cifra fue estimada para la ciudad de Los Angeles, en la otra orilla del Océano Pacifico.

En resumidas cuentas, la ciudad verde de Dongtan dista mucho de ser la norma en China. La razón es sencilla: el ritmo de crecimiento es tan brutal que la contaminación atmosférica es muy difícil de frenar. En 20 años China ha quemado etapas de desarrollo que llevaron a los Estados Unidos 100 años en recorrer –nada menos que la revolución industrial y la revolución informática juntas. El lado positivo de este crecimiento ha sido, como señalé anteriormente, la conquista progresiva de la pobreza. Pero esta incorporación productiva de los pobres no es sostenible sin una acción urgente y masiva para mejorar el medio ambiente. Tal el dilema de las autoridades centrales. La rápida degradación del medio ambiente puede provocar una verdadera catástrofe económica. Mil trescientos millones de seres pueden, en pocos meses, verse privados de agua limpia para beber, para la industria, y para la agricultura. En la antigüedad, los distintos imperios chinos murieron cada vez que hubo una crisis en sus complicados sistemas de gestión de aguas. La historia podría repetirse. La salida de este dilema está en el desarrollo de nuevas tecnologías de limpieza del desarrollo. La nueva voz de orden del régimen chino ya no es “el gran salto adelante hacia el comunismo” sino “a limpiar el aire, la tierra y el agua.” La inversión pública en estos sectores es cuantiosa, y la oportunidad privada de aprovechar las nuevas tecnologías ya atrae a muchas empresas. Muy pronto China exportará no sólo zapatillas, sino sistemas ecológicos integrales. Otra buena noticia: el Natural Resources Defense Council –una organización norteamericana de defensa del medio ambiente—ya colabora con el gobierno chino en el desarrollo de sistemas de tratamiento de aguas y en equipos de saneamiento del aire.

La revolución ambiental está en marcha. El método chino es el mismo que hace varias décadas inició el sucesor de Mao, Deng Xiaoping. En aquella época, el liderazgo chino “abrió” ciertas zonas del país a los inversores extranjeros y creó centros industriales dinámicos. Luego el modelo se generalizó en todo el país. Hoy los sucesores de Deng hacen lo mismo con las nuevas tecnologías “verdes.” Los capitales de riesgo de occidente ya están invirtiendo en esos polos. Esos capitales crecieron el 147% entre el 2005 y el 2006. A la vanguardia de estas iniciativas está una nueva generación de turbinas de viento, con fuerte participación norteamericana.

Las oportunidades de colaboración entre empresas chinas y extranjeras se multiplican. Estas industrias verdes cubrirán primero el mercado chino, reemplazando progresivamente el uso del carbón en la producción de energía, para luego saltar al mercado mundial, ávido de soluciones similares. Daré otro ejemplo. En el último año, China vendió miles de calderas de agua solares, por un valor de 2.600 millones de dólares. El país ya es el primer productor mundial de paneles fotovoltaicos. No hay un solo sector económico que no reciba cuantiosas inversiones en “limpieza ambiental.” La próxima meta es la construcción y la refacción de edificios “verdes” –un sector de la construcción en que la China está rezagada con respecto al Japón y los Estados Unidos.

Como sucede en muchos otros países, en China el gobierno central está muy por delante de los gobiernos provinciales, que, deseosos de atraer inversiones en sus propias regiones, hacen a veces “la vista gorda” con las normas de protección ambiental. Pero en general la lección es clara y estridente: hemos entrado en una nueva fase del desarrollo económico: mas allá del desarrollo industrial y del postindustrial, hoy entramos de lleno en al etapa de desarrollo limpio. ¿Aprenderemos en América Latina a emular las iniciativas cuya vanguardia se encuentra en Asia? Mas allá de aprovechar la coyuntura de buenos precios para nuestras materias primas, ¿aprenderemos de una buena vez a estimular inversiones con la mira puesta en un futuro ambientalmente sostenible? Nuestro crecimiento y nuestra riqueza valdrán poco si seguimos haciendo de vagón de cola del nuevo desarrollo. Es hora de acercarse a la locomotora.

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