La valentí­a de un no responsable

El poder de quienes gestionan una empresa, una organización o un gobierno atrae los “sí” de los adulones y aleja los “no” responsables. Es más sencillo o menos riesgoso sumarse a la comparsa de quienes adulan que señalar un desacuerdo, marcar un error, advertir sobre posibles consecuencias negativas de una decisión que se desea tomar. De otro lado, quienes se oponen sistemáticamente a una gestión multiplican a tal grado los “no” que corren un altísimo riesgo de vaciarlos de significación y credibilidad. Quienes gestionan desarrollan una habilidad para lograr que las cosas sucedan y, en ese esfuerzo –que no es menor- aquello que pudiera trabar o demorar “el hacer” resulta molestoso, disfuncional para el corto plazo. Hay buenas razones para ese sentimiento porque no son pocas las dificultades que rodean cualquier gestión, más aún si con ella se propone transformar la situación presente ya que tocará enfentar intereses resistentes al cambio. En todos los casos es necesario superar obstáculos funcionales y técnicos; trabajar con quienes piensan diferente; luchar contra la desinformación, la ignorancia, la negligencia o la indiferencia de algunos; resolver la descoordinación que pudiera existir entre los actores involucrados; enfrentar intereses espúreos, internismo entre fracciones, clientelismo corporativo o político, corrupción, esterilización de energías, intenciones ocultas, agresivas personalidades. En fin, no es poco lo que enfrenta quien gestiona para lograr que lo que propone llegue finalmente a materializarse. No debe sorprender entonces que esos hacedores no alienten prolongar discusiones que podrían demorar o inmovilizar su accionar; ellos son quienes en última instancia toman las principales decisiones y asumen los riesgos y las consecuencias de haberlas tomado. En ese contexto, ¿cómo expresar un desacuerdo, una propuesta no convencional; cómo incidir para mejorar y no demorar ni paralizar?

De quienes se oponen cerradamente a la gestión en curso brotan reiterados no; algunos fundados pero generalmente muchos más infundados y, en ese sentido, maliciosos. Para un opositor es más difícil –pero mucho más valiente- ofrecer un sí a la gestión en curso cuando estuviese convencido del mérito de la iniciativa en cuestión. Pocos son los opositores capaces de dar un sí responsable; podría jugarle en contra. Además, las presiones que reciben los que se oponen cerradamente a una gestión no son para valorar los resultados de la gestión sino para desacreditarlos. Honestidad y dignidad son activos no frecuentes cuando se ponen en juego cerrados intereses.

Igualmente difícil es ofrecer un no desde el propio equipo de gestión. Tanto esfuerzo demanda poner una iniciativa en marcha o consolidarla, que quienes gestionan tienen sobradas resistencias para que, más allá de un breve intercambio de opiniones, un nuevo frente de discusión emerja en el seno de su propio equipo, desde la propia orilla. Ese no puede molestar, ser inoportuno, quizás hasta sospechoso; tiene costos e implicaciones para quienes lo formulan, aunque luego termine evitando errores o desaciertos.

Un no responsable y un sí responsable pueden ayudar a construir un mejor futuro y una más sustentable trayectoria. Pero hay que tener coraje y habilidad para expresarlos. Coraje para hablar la verdad propia aún cuando el coro de voces pretenda acallarlo (custodios y guardianes de rumbos y formas convencionales no faltan y pueden tornarse feroces). Pero el coraje debe acompañarse con la habilidad para no ser disruptivo ni generar, salvo casos extremos, el colapso de la gestión. Habrá que usar formas y escoger oportunidades que faciliten ser escuchados. En ocasiones, moderadas observaciones son suficientes; en otras, cuando las vías de expresión están bloquedas, la confidencialidad implosiona y se hacen públicas las desavenencias.

No son muchos quienes hoy saben aunar honestidad, coraje y habilidad para levantar un no o un sí responsables. Cuando lo hacen contribuyen con discreción y sin vociferar a fortalecer un mejor entorno de decisiones, conteniendo y hasta protegiendo a los hacedores, muchas veces demasiado embebidos en su compromiso de construir. Esa contribución, aunque poco visible, es crucial para fortalecer ámbitos democráticos de participación en todo tipo de organizaciones e instituciones. Como siempre ocurre, aquí también la responsabilidad no emerge fácil: va de la mano de la valentía y la integridad.

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