La crisis acrecienta desigualdad y la desigualdad genera crisis

Es sabido que las crisis generalmente acrecientan la desigualdad pero no es igualmente reconocido que la desigualdad es uno de los factores responsables de la ocurrencia de las periódicas crisis. Crisis y desigualdad, desigualdad y crisis generan una peligrosa espiral desestabilizadora.
Es sabido que las crisis generalmente acrecientan la desigualdad pero no es igualmente reconocido que la desigualdad es uno de los factores responsables de la ocurrencia de las periódicas crisis. Crisis y desigualdad, desigualdad y crisis generan una peligrosa espiral desestabilizadora.

Las crisis suelen acrecentar la desigualdad …

Cuando se produce una crisis hay un traumático retraimiento que castiga a la mayoría de los activos financieros y a las inversiones de la economía real; caen el consumo, el salario real, la inversión, los ingresos fiscales. En ese torbellino, aquellos que disponen de capital e información para aprovechar violentas e inesperadas oportunidades lucran a contramano de los afectados, obteniendo beneficios inimaginables en épocas normales. Cuando muchos se perjudican y pocos se benefician crece la concentración de la riqueza y con ella la desigualdad.

Esa tendencia, frecuente resultado de una crisis, es muy difícil aunque no imposible de revertir. Para llegar a compensarla, las políticas públicas debieran hacer un doble gran esfuerzo: movilizar ingentes recursos y aplicarlos eficazmente.

Para poder financiar contundentes medidas anticíclicas de dinamización económica es necesario disponer de una gran masa de recursos. ¿Cómo obtenerla? Una opción es aumentar la presión tributaria pero ello atenta contra el consumo y la propia producción que se quiere dinamizar. Otra posibilidad es aumentar el endeudamiento público con la esperanza de volver a reducirlo al salir de la crisis. Otra fuente es utilizar las ganancias extraordinarias generadas en el contexto de la crisis, compartiendo los resultados de quienes tienen la posibilidad de aprovechar las súbitas oportunidades. Las medidas (tasas o retenciones) para disponer de una parte de las ganancias extraordinarias suelen tener un alto costo político ya que generan reacciones de los afectados que, en algunos casos, pueden llegar a ser desestabilizadoras.

Además de proveerse de considerables recursos, la autoridad económica debe canalizarlos con efectividad hacia sectores y actores dinámicos de modo que, con esa ayuda, puedan encarar las condiciones adversas ayudando a reactivar la economía. Ese dinamismo no es patrimonio exclusivo de quienes ya están establecidos sino también anida en millones de actores postergados o excluídos que están sedientos de acceder a oportunidades.

Así, el esfuerzo de tomar medidas compensatorias para frenar una mayor concentración y desigualdad es enorme pero también entraña serios riesgos e importantes desafíos. Cada vez que se interviene en materia de redistribución de flujos económicos toca encarar el riesgo de posibles desvíos y el desafío de ser eficaces.

Del lado de los desvíos puede darse toda una serie de filtraciones hacia otros destinos sociales o sectoriales, muchas veces no previstos o considerados. Por ejemplo, vía los precios de materias primas, de insumos o de servicios financieros, los flujos económicos destinados a respaldar ciertas actividades pueden terminar acumulándose en manos de terceros y no en los actores previstos. También pueden ocurrir desvíos por corrupción, clientelismo político, amiguismos con ciertos contratistas, entre muchos otros.

Del lado de los desafíos, uno de los mayores es el de conciliar la urgencia de financiar a actores y actividades que dinamicen la reactivación, con la necesidad de asegurar que no se reproducirán las condiciones que llevaron la economía hacia la crisis. Esto es, habrá que apostar a lo que existe y también a lo que no existe: movilizar las estructuras que están listas para ser utilizadas al tiempo de transformarlas para dar paso al inmenso reservorio emprendedor que anida en la base de la pirámide social. Es que no sólo se trata de reconstituir la potencia sistémica de pre-crisis, sino también de lograr un mejor rumbo de desarrollo sustentable. Esto exigirá importantes cambios estratégicos entre los que destacan dos por su significación e impacto: será necesario ajustar las reglas de funcionamiento económico (regulaciones, premios y castigos) y asegurar una mayor formación de capital en la base del aparato productivo.

Es frecuente al estallar una crisis que los recursos disponibles se tornen sobre-demandados en relación a las urgencias del momento y que se busquen formas expeditivas de aplicarlos. Esto genera un sesgo a favor de grandes empresas que tienen la capacidad de absorber y aplicar rapidamente los financiamientos. No es sencillo acelerar la recuperación y, al mismo tiempo, evitar que la salida de la crisis desemboque en una situación de mayor concentración y desigualdad.

… y la desigualdad crea condiciones que generan las crisis

La desigualdad lleva al sistema económico a alejarse de un crecimiento orgánico, afecta la cohesión social, dispara conflictos y crea condiciones que generan nuevas crisis..

En un crecimiento orgánico, el nivel y la estructura de la demanda efectiva acompañan y absorben lo que un vibrante aparato productivo es capaz de producir. En cambio, lo que predomina en muchos países es un crecimiento concentrador que genera un fuerte rezago en los ingresos de los sectores medios y bajos. En ese contexto la demanda efectiva se segmenta entre un estrato de consumo afluente y grandes mayorías de consumidores que no mejoran sus ingresos sino que, para mantener su nivel de vida, se endeudan con lo que, tarde o temprano, caen en sobre-endeudamiento. Nacen y se inflan peligrosas burbujas financieras, hasta que un día estallan y arrastran consigo al sistema financiero que las posibilitó (y lucró con ellas) y luego, por efecto dominó, al resto del sistema económico.

El crecimiento concentrador no se expresa sólo en esa brecha entre ingresos genuinos de sectores medios y bajos y la oferta del aparato productivo. Hay otros efectos como la concentración del ahorro y su canalización a productos financieros de alto aunque disimulado riesgo; la avaricia y pérdida de límites de ciertos operadores financieros; la complicidad deliberada o por negligencia de buena parte de los reguladores públicos nacionales e internacionales; la concentración de la inversión en ciertos nodos del sistema económico que profundiza el divorcio entre segmentos de alta tecnología y eficiencia respecto a un enorme y cada vez más rezagado universo de pequeños y micro productores.

La concentración económica tiene además su correlato a nivel político y comunicacional lo que favorece la homogeinización del pensamiento estratégico. También determina un cierto perfil de demanda que da señales al aparato productivo acerca del tipo de producción a ofrecer. Crece el consumo superfluo en los sectores afluentes, patrón de consumo que los medios de comunicación y la publicidad hacen que se extienda a los sectores medios cada vez más endeudados. En lugar de un consumo responsable prima un consumismo exacerbado que acrecienta la acelerada destrucción ambiental. El afán consumista ignora la debacle de la pobreza y la indigencia, resquebraja redes protectoras, favorece adicciones y la búsqueda alienada de la felicidad sustituta.

Transformar una dinámica que genera inestabilidad sistémica

Si la desigualdad es en gran parte responsable de generar una crisis como la actual, y si al estallar una crisis lo más frecuente es que se agrave la desigualdad pre-existente, ¿cómo transformar esa dinámica desigualdad-crisis-más desigualdad que entraña inestabilidad sistémica? No hay otra fórmula que actuar tanto durante la crisis como cuando ella se hubiese superado.

Si bien algo esbozamos en los párrafos anteriores, son muchas más las variables económicas, sociales, políticas, ambientales y psicológicas que están en juego e inciden sobre el curso de los acontecimientos. Conforman un sistema heterogéneo y complejo, en el que todos sus componentes están interligados y donde pesa fuerte el poder relativo que los distintos actores tienen para incidir sobre su marcha y definir la configuración de las relaciones que los vinculan. De esas múltiples relaciones, mediatizadas y condicionadas por la intervención del Estado (que es, a su vez, resultado de esa confluencia de fuerzas), emerge el tejido socioeconómico de cada sociedad y el rumbo de su economía.

El pasado inmodificable de una sociedad y el futuro anhelado inciden sobre el desarrollo de una crisis. El pasado aporta las estructuras existentes, con sus virtudes y defectos; el futuro, las utopías orientadoras. La urgencia de detener el desbarranque y la destrucción (agigantada por el pánico colectivo) lleva a utilizar el segmento más dinámico del aparato productivo existente, el cual concentra la ayuda que el sector público busca afanosamente verter en el sistema económico. Pero, a su vez, las fuerzas desatadas por la crisis fluyen como lava sin cristalizar abriendo espacios de transformación sobre los que el futuro anhelado puede incidir. Los intereses atrincherados en sus privilegios se debilitan y se produce un cierto deslizamiento del poder económico hacia el poder político, que es quien conduce la reactivación adoptando medidas de emergencia y asignando recursos. Por su parte, la ansiedad popular presiona sobre los gobiernos de turno para que actúen con contundencia, lo que les habilita a introducir cambios de rumbo y de funcionamiento.

Como siempre, lo viejo y lo nuevo, lo existente y lo deseado, lo conocido y lo por explorar, hacen parte de la trayectoria; bien ponderadas, ambas vertientes aportan lo suyo. Lo que ocurre es que la aceleración contempóranea impone a los timoneles nuevas circunstancias de operación: fuerza a tomar veloces decisiones en base a información que la acelerada marcha impide confirmar y a veces comprender. Lo súbito, lo instantáneo, acortan los tiempos de reflexión y precipitan pronunciamientos que aumentan la posibilidad de errar y de no percibir la complejidad de procesos novedosos. De ahí que hoy sea más necesario que nunca anticipar los hechos de modo de condicionar su evolución. Requerimos disponer de bien diseñados conjuntos de medidas orientados a cambiar el patrón de crecimiento concentrador y abatir la desigualdad; desde normativas macroeconómicas, pasando por iniciativas mesoeconómicas de las unidades que lideran cadenas productivas, hasta acciones de apoyo directo a la base de la pirámide socioeconómica (*). Esta batería de medidas deben implantarse para regular el buen funcionamiento del sistema económico y estar listas para también hacer parte constitutiva de intervenciones de emergencia frente a imprevisibles dislocaciones en la trayectoria. Los procesos socioeconómicos fluyen sin pausa; no dan los tiempos ni la magnitud de los problemas para improvisar soluciones.

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* E-books de la Colección Opinión Sur, La tormenta del siglo: la crisis económica y sus consecuencias, Ajustar el rumbo y mejorar el funcionamiento sistémico y Salir de la crisis hacia un desarrollo sustentable.

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