Salvo honrosas excepciones, nos han impuesto una forma horrible de gobernar que castiga a la inmensa mayoría de la población y destruye la naturaleza de la que somos apenas una parte.
Los sistemas económicos están lanzados a una desaforada concentración de la riqueza, que lleva a concentrar el poder de decidir, el poderío militar, los medios que desinforman imponiendo unas pocas voces afines mientras otras muchas independientes procuran esforzadamente hacerse escuchar. Las consecuencias son nefastas: una gigantesca desigualdad social y geopolítica que crece sin cesar, retroceso de sectores medios y populares, persistencia de pobreza e indigencia, migraciones forzadas, asalto a los recursos naturales, apropiación de buena parte del valor que cada quien esforzadamente genera. ¿Hasta cuándo la codicia sin fin, el ninguneo de los otros, la primacía de los canallas, sus cómplices y los traidores? ¿Cómo subsistir con violencia económica, con violencia ambiental, con violencia cultural, con violencia represiva?
¿Por qué esta horrible forma de gobernar?
Entre otras respuestas posibles podemos destacar las siguientes.
- Muchos gobiernos lisa y llanamente defienden los intereses de grupos minoritarios de los que son tributarios, especialmente capitales dedicados a la especulación financiera.
- Hay gobiernos que se sienten atrapados por el contexto y consideran que un mal menor es someterse a la aprobación de quienes representan a los grupos hegemónicos, aun cuando los efectos sobre sus pueblos terminen luego siendo devastadores.
- Un buen número de quienes gobiernan han sido colonizados por las ideologías dominantes y creen que las políticas concentradoras sacarán a sus países de las crisis y los atolladeros en que se encuentran. Para ellos los costos sociales de ordenar las cuentas y sostener la reproducción del orden prevaleciente son inevitables (aunque no los sufren ellos). Aun dentro de su perspectiva ideológica una opción más justa sería cargar el costo del ajuste sobre ricos y poderosos, cuestión que descartan sabiendo que son quienes los respaldan.
- Hay otros gobernantes que son simplemente hipócritas, proclives a mentir y ocultar lo que no es defendible a cielo abierto, líderes que imponen sus intereses personales, de clase o sector por sobre el bienestar general; van “con los vientos” y se cobijan y sustentan en los poderes hegemónicos.
Cómo lo hacen
En otras líneas hemos explorado la génesis del poder económico que predomina en el mundo imponiendo un rumbo y una forma de funcionar que reproduce privilegios a costa del bienestar general y del medio ambiente. Para lograrlo se valen de complicidades en críticas áreas, como en los medios de comunicación y sectores afines de la política, la justicia y el sistema educativo. Con ellos forman opinión pública, manipulan expectativas e instalan valores y conductas funcionales a un orden que es presentado como eterno e intocable.
Cuando ven amenazados sus intereses, el poder económico moviliza recursos y utiliza trincheras legales para preservarse. La fuerza represiva que controlan es utilizada como factor disuasivo pero, de ser necesario, se la aplica abiertamente.
Debemos señalar que también existen gobernantes que actúan de cara al pueblo defendiendo intereses de las grandes mayorías con dignidad y coraje; una forma bien distinta de gobernar. Los gobiernos que impulsan transformaciones enfrentan permanentes operaciones desestabilizadoras que comprometen su continuidad o restringen severamente su accionar. Con frecuencia son sometidos a encerronas fiscales y cambiarias deficitarias y, sin fuerza o coraje para intentar otras salidas, son llevados a sobre endeudarse. Cuanto más comprometida la situación de un país, más duras resultan las condiciones financieras que le son impuestas y más intrusivas las condicionalidades de política socioeconómica que debe aceptar. En un contexto de perversa subordinación y recurrente inestabilidad, la extracción de valor alcanza niveles asfixiantes para el país asediado.
Búsqueda de opciones
No es sencillo revertir el rumbo y la forma de funcionar que se ha impuesto ya que en democracias imperfectas pesa más el poder económico que la voluntad popular. Esto se agrava si consideramos el tremendo grado de concentración de la riqueza y del poder que prevalece en el mundo. En 2010, 388 personas poseían tanta riqueza como otros 3.500 millones de seres humanos; hoy con la aceleración de la concentración son sólo 62 individuos.
¿Hace falta decir que no hay forma de acumular semejantes fortunas con el propio esfuerzo? Es su enorme poder de mercado lo que les permite apropiarse de buena parte del valor que otros generan. Utilizan para ello una diversidad de bien conocidos mecanismos, algunos ilegales, ilegítimos otros.
Se han cruzado límites económicos, ambientales y de equidad social de los que será muy difícil regresar; y, sin embargo, es un crítico desafío que en estos turbulentos tiempos toca enfrentar.
Un factor que sirve para fijar un mejor rumbo y suscitar apoyo popular es elaborar una nueva utopía referencial. Esta construcción no es una especulación teórica ni simple expresión de deseos sino que marca un norte posible, constituye una guía estratégica para orientar la propia marcha y poder evaluar las políticas públicas que van planteando los diversos movimientos políticos. Es un instrumento que ayuda al esclarecimiento social, un trabajo permanente que procura ir más allá de lo aparente y debe ajustarse con el cambio de circunstancias. Su propósito es comprender por qué los hechos y procesos suceden como suceden y, en cada caso, desentrañando las consecuencias de la forma como se gobierna.
Las fuerzas transformadoras suelen caer entrampadas en divisiones y sectarismos con frecuencia inducidos por quienes ven amenazados sus privilegios, lo cual debilita y desorienta la acción transformadora. Es crucial saber erguirse por sobre eventuales desencuentros y hacer converger esfuerzos alineando la diversidad de intereses que siempre presenta el campo popular.
Vale también señalar que ningún espacio de poder (ni siquiera los hegemónicos) son homogéneos sino que en su interior se desarrolla una diversidad de intereses y motivaciones. De ahí que sería un costoso error tratar a todos sus integrantes como si fuesen iguales; vale más bien discernir intereses y explorar formas de realinear algunos en favor del campo popular. .
Procuran hacernos perder el rumbo
¡Qué tragedia cuando un pueblo es engañado por manipuladores para dar paso a gobiernos que atentan contra sus intereses! Tienen el poder económico a su lado (y varios son parte de ese poder); cuentan con las complicidades ya señaladas de medios hegemónicos que denostan a sus oponentes y les ofrecen un blindaje mediático para disimular errores e intenciones; de sectores anquilosados de la justicia que traban todo intento transformador; de equipos de abogados, asesores de imagen, publicistas, cosmetólogos para completar la impostura; de seguidores ávidos de empleos y prebendas, de figuración y de traficar influencias.
Lo más doloroso es el proceso que montan los grupos concentrados para lograr colonizar mentes y emociones de personas de buena voluntad que son llevadas a accionar en contra de sus propios intereses. No son cómplices sino trabajadores, sectores medios, pequeños emprendedores, personas cándidas bombardeadas con mentiras y engaños contrabandeados como verdades. Es que movimientos políticos y gobiernos que atentan contra intereses populares no pueden defender su accionar a campo abierto; necesitan enmascarar intenciones y esconder las consecuencias de las políticas que logran imponer.
Es otra vuelta de oprobiosa concentración de la riqueza, de aumentar la desigualdad, de perpetuar una pobreza que dicen, ¿quién no lo diría?, querer eliminar. Es también la persecución de liderazgos locales que intentan resistir el desamparo, la ignominia, la pérdida de derechos esforzadamente conquistados; que mantienen la dignidad de alzar su voz, de expresar el dolor y la angustia que les agobia, de marcar el rechazo y que otro es el rumbo deseado para el país y sus familias.
Es una forma horrible de gobernar y los costos caen con esas políticas sobre los más indefensos. O es que alguien ha visto a los grupos de poder abandonar sus lujos, ceder sus irritantes privilegios, dejar sus ostentosos estilos de existir.
Está claro que no cabe bajar los brazos, que es crítico saber y recordarnos que hay otras opciones y formas de gobernar, que los retrocesos son temporales, que ayudan a revisar propios errores (que no suelen ser pocos), que llaman a ampliar las coaliciones y a mejorar todo lo mucho que puede ser mejorado.
Imposible ignorar que la unión hace la fuerza y que sería suicida adormecerse porque los procesos ni nos esperan ni se detienen. Y una necesaria reflexión para cerrar estas líneas: harán todo lo posible para hacernos desviar la mirada y nuestras energías de las grandes canalladas; provocarán conflictos subsidiarios que usarán para tapar terribles medidas económicas que nos someterán con rudeza.
Es una forma horrible de gobernar aquella que promueve la codicia en lugar de la solidaridad, la que necesita de nuestra alienación para acelerar sin sentido, la que concibe una sociedad con una cúpula decidiendo y el resto obligado a seguirla, la que desmerece lo significativo y endiosa la banalidad. Es una horrible forma de gobernar aquella que miente, engaña, construye falsedades y procura hacernos perder el rumbo.