Globalización no, globalizaciones

Se habla de la globalización que predomina en el mundo como la única posible, lo cual no es cierto. Esta globalización resulta funcional a grandes grupos de poder económico en busca de extender sus intereses más allá de las fronteras nacionales en que operaban. Existen otras opciones que vale considerar.

La globalización tal cual se viene desarrollando es, en más de un sentido, la proyección a escala mundial de procesos de concentración de la riqueza y del pensamiento que se produjeron en los llamados países centrales, básicamente Estados Unidos, Europa, Japón y algunos pocos más. Esos procesos de concentración llevaron a que el poder de decidir el rumbo a seguir fuera ejercido por un pequeño grupo de grandes decisores. Algo que recuerda cuando en el pasado ciertos grupos de poder se erigieron como nobleza y se ungieron como decisores de sus pueblos forzados a rendirles pleitesía y pagarles los tributos que el sostenimiento de esos regímenes requería. Hoy es un cierto poder económico, el capital financiero, quien se apoderó del timón de países y también del timón que orienta (o procura orientar) la marcha y la forma de funcionamiento global.

Naciones Unidas y sus agencias (FAO, UNESCO, UNICEF, OMS, entre otras), líderes religiosos de todo el mundo, movimientos sociales, organizaciones de desarrollo, centros universitarios y de investigación, gobiernos de países no centrales, asociaciones regionales de esos países, el propio Parlamento Europeo, los medios de comunicación no asociados con el pensamiento hegemónico, dan cuenta de la magnitud del tremendo proceso de concentración. Han elaborado información y comprehensivos análisis demostrando que existe un 1% de la población mundial (y dentro de ese 1% una fracción aun menor) que ha acumulado tal riqueza y poder que les permite imponer reglas de funcionamiento para preservar sus privilegios a costa de la postergación del resto. Se trata de un descomunal y agresivo asalto por parte de una codiciosa minoría a más de siete mil millones de personas y al preciado medio ambiente. Los mecanismos que han utilizado para lograr someter a la inmensa mayoría de la población mundial son múltiples y conocidos [1].

Una dolosa pretensión de quienes han concentrado la riqueza y el poder a escala mundial ha sido presentar a este tipo de globalización como el único posible. Un sinnúmero de medios, usinas ideológicas, “analistas”, instituciones académicas, partidos políticos, todos ellos vinculados con el poder económico, procuran hacernos creer que “la” globalización (es decir esta globalización que sirve a sus intereses) es un proceso inevitable, irreversible, la consecuencia casi “natural” de una serie de circunstancias, entre otras el impresionante desarrollo tecnológico y de las comunicaciones junto con el “imprescindible” accionar de grandes conglomerados económicos.

Se escamotea el hecho que el tipo de globalización en curso no es la única opción que deriva de las circunstancias contemporáneas y menos aún que debemos ajustarnos a ella para no quedar fuera de la historia. Muy por el contrario, la presente globalización (como cualquier otra) es el resultado de relaciones entre personas y grupos que detentan muy diferentes intereses. Aquellos con mayor poder son quienes impulsaron la configuración de la globalización prevaleciente para posibilitar expandir sus intereses más allá de las fronteras nacionales. Quede claro que es posible configurar otros tipos de globalización orientados a atender las necesidades de la población mundial y cuidar el medio ambiente sustento esencial de la vida del planeta.

Opciones estratégicas

Frente a la globalización en curso pueden adoptarse distintas actitudes, entre otras las siguientes:

(i) Una actitud es la de resistir la globalización atrincherándose detrás de endebles barricadas. Si bien el objetivo de protegerse de sus nocivos efectos es loable, la estrategia de forzar autarquías defensivas difícilmente podrá, por sí sola, detener el tsunami globalizador provocado por aquellas enormes fuerzas económicas que el proceso concentrador lanzó en todas direcciones.

(ii) Otra actitud es no oponerse a la globalización en curso sino intentar aminorar algunos de sus impactos. Esto lleva a establecer políticas y mecanismos redistributivos de ingresos en busca de compensar a ciertos segmentos poblacionales y de la actividad productiva. Con los recursos que logran captar, los estados nacionales procuran mejorar la infraestructura social y productiva del país lo cual, si bien tiene su mérito, resulta incompleto por un doble juego de razones. Por un lado, porque los esfuerzos redistributivos pueden cumplir adecuadamente su papel compensador sólo mientras los montos a redistribuir sean significativos en relación a las necesidades del conjunto social y, además, siempre que esos recursos sean asignados con efectividad.

Estas condiciones son muy difíciles de asegurar, entre otras razones por (a) la tremenda evasión y elusión impositiva de los poderosos que resta cuantiosos recursos a la corriente redistributiva, (b) la vigencia de estructuras tributarias regresivas que operan contra los enunciados redistributivos, (c) una asignación del gasto público no siempre efectiva y con frecuencia sesgada a favor del poder económico que tiene la capacidad de incidir sobre las políticas públicas y su implementación. Si no se desmonta la dinámica concentradora, el tipo de infraestructura social y productiva financiada con recursos públicos puede terminar diseñada para servir los intereses del privilegio.

(iii) Una opción transformadora es trabajar simultáneamente sobre los mecanismos prevalecientes de extracción y concentración de valor2 a nivel de cada país y, a nivel geopolítico, lograr acuerdos necesarios para establecer una nueva arquitectura económica y financiera global que incluya una fuerte tributación al capital financiero y regulaciones que impidan sus movimientos especulativos.

Se trata de adoptar otro tipo de globalización orientada a cuidar el medio ambiente y servir a las inmensas mayorías poblacionales respetando diversidades y la singularidad de circunstancias. Esta nueva globalización apuntaría a abatir el proceso de concentración redistribuyendo activos y no solo ingresos con el propósito de movilizar constructivamente el pleno potencial realizador de la entera sociedad global. Establecería un nuevo orden económico y político internacional asentado en la equidad entre países y naciones que incluya la transformación de la matriz productiva global de modo de reemplazar monopolios y oligopolios por otros tipos de cadenas de valor donde todos sus integrantes puedan incidir sobre la orientación estratégica y sus resultados, una distribución de las corrientes de ahorro e inversión alejada de productos sin valor para la humanidad y su medio ambiente, sistemas tributarios de naturaleza progresiva centrados en gravar la riqueza, los ingresos y las transacciones financieras de modo de reducir significativamente las indignantes diferencias socioeconómicas contemporáneas. Para lograr esto último habrá que abatir la evasión y la elusión tributaria ejerciendo un mucho más efectivo control a nivel de países y decidir a nivel global eliminar las nefastas guaridas fiscales compartiendo y transparentando información sobre los titulares de todo tipo de activos.

Una diferente globalización no es una aventura tecnocrática sino fundamentalmente una acción política que necesita también desarrollarse a nivel de comunidades locales y nacionales ya que allí reside el principal sustento del tipo de transformación propuesto. De esa forma, gobiernos urgidos por la voluntad popular de activar por un nuevo orden global tendrán el mandato de operar en ese sentido a nivel de todas las plataformas globales y regionales existentes.

La sobrevivencia del planeta y el bienestar general reclaman medidas estructurantes de un nuevo rumbo y de un mejor y más justo funcionamiento global. No debiera atemorizar la magnitud de los desafíos a enfrentar sino la inacción, la falta de visiones alternativas y de apropiadas respuestas a esos desafíos. Hay mucho avanzado en identificar aquello que compromete el devenir global. Son conocimientos que esclarecen, sustento necesario para movilizarnos organizadamente y construir acuerdos que sumen fuerzas. El nuevo rumbo habla de transformar y transformarnos.

Notas

[1] Un breve resumen de estos mecanismos puede consultarse en el artículo ¿Arde el mundo?.

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