Gestionar un país versus gestionar una empresa

Con frecuencia se ha creído que un empresario exitoso puede gestionar con efectividad un país. No se valora adecuadamente que los objetivos, intereses y circunstancias de una corporación y de un país son muy diferentes y, por tanto, requieren diferentes criterios y habilidades de gestión. ¿Cuáles son esas diferencias y cuáles los riesgos de no considerarlas? ¿En qué consiste el éxito corporativo y cuál es su basamento? ¿Qué criterios sirven para evaluar una buena gestión de país?

Veamos primero por qué hombres de empresa (y unas pocas mujeres empresarias) acceden a gestionar un país y, luego, analicemos las enormes diferencias que existen entre esos dos tipos de gestión.

De dónde surge la noción que un empresario puede gestionar un país

Mencionemos que el contexto que prima en el mundo es el de una tremenda concentración de la riqueza y el poder decisional. De ahí emergen poderosos grupos económicos que, operando globalmente, imponen rumbos y formas de funcionar que sirven a sus intereses. Cuentan con complicidades locales en críticos segmentos de los medios, la Justicia y la política, así como en usinas de pensamiento estratégico que les dan cobertura ideológica y en espacios educativos que inculcan valores y conocimientos que les son funcionales. Un arsenal institucional que permite formatear subjetividades y someter a segmentos poblacionales a través de colonizar mentes y voluntades. Es un proceso que opera en las sombras de la política y de los mercados y necesita ser revertido si se procurase liberar democracias que han sido capturadas.          

En ese contexto concentrador no sorprende que los dominadores apunten a imponer grupos e individuos que les son afines para gestionar los países. En muchos casos provienen del accionar  corporativo donde se los considera “exitosos”. Vale entonces explicitar qué significa ser exitoso en el mundo de las grandes empresas (no se valoran por igual liderazgos de medianas y menos aún de pequeñas empresas).

En esos ámbitos, exitoso es quien maximiza el lucro de una corporación; aquel que a través de  ganancias, adquisiciones y prebendas logra hacerla crecer ciclo tras ciclo. Más allá de honrosas excepciones, no cuenta si los “ganadores” hubiesen abusado de su poder de mercado para fijar precios a consumidores y proveedores, eliminar competidores, ganar licitaciones corrompiendo a funcionarios, o incidir con lobby para establecer relaciones privilegiadas con el gobierno de turno. Para qué expurgar la forma como emergen los liderazgos corporativos exitosos si esas prácticas conforman un común denominador en todos los mercados del mundo. La impunidad va de la mano con la poca transparencia de los espacios en los que operan, lo que permite encubrir aspectos non sanctos de cualquier historial corporativo.

Estas conductas son inducidas, alentadas o forzadas por dinámicas de alta competitividad. Está probado que quienes en el capitalismo no ejerciesen a pleno su poder de concentrar resultados, abrirse paso a codazos y eliminar o absorber competidores, pueden ser desplazados de su situación de primacía y, eventualmente, desaparecer. Es una dura e inmisericorde dinámica de “matar o morir”; o se asegura con una creciente concentración la reproducción del privilegio, o se es desbancado del rol dominador. A pesar del insondable final que esa dura dinámica genera a nivel sistémico, hay quienes sostienen que el capitalismo ha devenido un sistema eterno, el último de los sistemas que jalonan el desarrollo de la humanidad. Pretenciosamente ignoran que la historia de los sistemas es la historia del derrumbe de los sistemas.

Las carencias y sesgos de empresarios puestos a gestionar un país

Los funcionarios corporativos llamados a gestionar un país no suelen ser los propios dueños de las corporaciones sino directivos, administradores o familiares especialmente escogidos por el poder económico. .

¿Qué les falta y qué les sobra? Les falta la experiencia de trabajar con una compleja diversidad de objetivos en lugar del lucro como máximo principio ordenador; para ellos otras decisiones serán importantes en la medida que les permitan asegurarse un crecimiento concentrador. Les sobran intereses y sesgos corporativos que no se condicen con el bienestar general y el cuidado ambiental. Impulsan una perspectiva de minimizar cualquier regulación que trabe o ralentice su capacidad de crecer, como si no fuese necesario conciliar su codicia con anhelos y necesidades de otros actores que han ido adquiriendo derechos que no están dispuestos a resignar.

En una democracia plena no se concibe que la entera población se subordine al interés del capital concentrado; por el contrario, es la economía y el sistema productivo quienes deben servir al bienestar general y el cuidado ambiental. La libertad de todos, incluyendo por cierto la de emprendedores, es un derecho esencial aunque no ilimitado; está condicionado a asegurar la equidad y la sustentabilidad del conjunto social. De ahí que sea inaceptable la irrefrenable tendencia a priorizar sus propios intereses de los empresarios colocados a gestionar un país.  
                                                                                

Cuando el Estado es controlado por el poder económico pierde la perspectiva de orientar y regular las decisiones corporativas en función del bienestar general y el cuidado ambiental. Esto sucede en la mayoría de países donde esa multiplicidad de decisiones orientadas por intereses individuales inciden de manera determinante sobre cómo se estructura y funciona el sistema económico sin considerar los eventuales impactos sistémicos que provocan. Esto es, a través de decisiones adoptadas por el mero afán lucrativo se consagra una matriz productiva con serias disfuncionalidades y, al mismo tiempo, una forma de funcionar de las principales cadenas de valor que favorece desmedidamente a las empresas que las lideran.

Cuando prima “cada quien sólo por su propio interés” se generan estrangulamientos de todo tipo que descarrilan cualquier esfuerzo de desarrollo nacional sustentable. Uno de los más graves estrangulamientos es el de sector externo que se expresa como faltas recurrentes de divisas al crecer con exportaciones que no son capaces de sostener la combinación de creciente demanda de importaciones más los intereses y amortizaciones por sobre endeudamientos. Cada decisión corporativa pudo haber sido legítima desde su acotada perspectiva pero muy disruptiva desde los desarreglos sistémicos que provoca. Lo dramático es que cuando estallan las crisis los más afectados son siempre los sectores medios y populares.   

Al controlar el Estado, el poder económico impone políticas fiscales regresivas (pagan más los que menos tienen) que, sumado a un laxo control de evasores y fuga de capitales practicadas por grandes empresas, hacen recaer sobre los sectores medios y trabajadores el mayor peso del financiamiento público. De este modo, el desfinanciamiento del Estado provocado por grandes evasores y una mala gestión política genera frecuentes déficits fiscales que, en lugar de ser enfrentados corrigiendo esos factores, se los intenta resolver con duros ajustes que asfixian la economía, ahondan desigualdades y afectan severamente el bienestar general.

Para empresarios puestos a gestionar un país la población es un insumo más cuyo costo salarial y previsional es necesario reducir. Los actores que consideran relevantes son los inversores, las entidades financieras, las calificadoras de riesgo, las cadenas internacionales de valor a las que procuran integrarse, el marketing, los asesores de imagen, los publicistas y el séquito de otros profesionales que hacen parte de sus equipos de trabajo. Las mayorías poblacionales cuentan solo marginalmente, excepto si amenazan la reproducción del orden establecido.

La gestión de un país

Se señaló que gestionar un país implica promover el bienestar general y el cuidado ambiental. Sin embargo, existe una diversidad de interpretaciones acerca de lo que es bienestar general y una variedad de opciones estratégicas para trabajar soluciones; soluciones que favorezcan a todos sin dejar excluidos o rezagados. De igual modo, el cuidado ambiental encuentra a algunos que conciben la naturaleza como un recurso a explotar con pocas restricciones; para otros el medio ambiente es el sustento existencial de la humanidad y, como tal, debe ser preservado para estas y futuras generaciones.

La gestión de un país aborda enormes complejidades como, por ejemplo, resolver las tremendas desigualdades existentes y, al mismo tiempo, asegurar el funcionamiento de un eficaz sistema productivo. Para lograrlo habrá que desmontar los motores que sustentan la concentración, mejorar sustancialmente las condiciones de vida que agobian a la población, eliminar la pobreza y la indigencia, asegurar los derechos de la mujer y la protección de niños, ancianos y minorías discriminadas, cerrar brechas territoriales, democratizar medios, mejorar el sistema judicial, transparentar el financiamiento de la política, asegurar educación y salud de excelencia para todos, desarrollar ciencia y tecnología nacional, y los desafíos siguen y siguen y, además, se renuevan y transforman con el tiempo. No son pocas las opciones acerca de cómo abordarlos, resolverlos y con qué secuencias hacerlo.

En ese torbellino de circunstancias y tensiones los grupos concentrados siguen acumulando riquezas y poder decisional mientras postulan que las mayorías poblacionales deben sacrificarse para recoger en un incierto futuro eventuales recompensas. Es poco creíble esa perspectiva ya que la experiencia muestra que las desigualdades gatillan consecuencias sistémicas y sólo se reducen con políticas activas de redistribución de activos e ingresos.

En fin, que coexisten en un país diversidad de visiones, anhelos, necesidades, intereses, valores, fortalezas, debilidades, mezquindades y altruismos. Todo eso necesita ser conciliado de modo que el país pueda funcionar y se revierta o reduzca la fragmentación de la sociedad. Habrá que trabajar con efectividad y buen balance para lograrlo de modo de llegar a contar con sólidas bases para obtener imprescindibles acuerdos sociales y productivos. Una ingente y compleja tarea que la política encara permanentemente con la ayuda de cuadros entrenados para esa función; poco creíble que esa complejidad pudiera ser abordada por empresarios con distintas habilidades e inevitables sesgos.

¿Cómo podrían conciliar ese enorme universo de anhelos, emociones, necesidades, intereses, conductas aplicando la verticalidad de las decisiones corporativas? En una corporación existen dueños, directivos, gerentes, cuadros medios, trabajadores, que hacen parte de una cadena de mando esencialmente vertical, por más que pudiese haber espacios de debate y de elevación de propuestas. Los dueños mandan apoyándose en directivos y gerentes. En un país no hay, no debiera haber dueños, por más que ciertos grupos actúen como si lo fuesen.        

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