Europa: ¿Será acaso éste su ocaso?

Toda crisis de solvencia nacional se traduce en una crisis de monedas. En el capitalismo tardío, las grandes crisis están relacionadas. Las economías centrales enfrentan todas una crisis de gran magnitud, pero con tiempos distintos. Para evitar una nueva Gran Depresión los gobiernos han socializado y monetizado la deuda. La crisis se ha vuelto soberana. Hoy el euro pierde valor frente al dólar, pero tarde o temprano éste caerá también. El euro es la proa del Titanic, y el dólar la popa. Por el momento está en suba, pero es parte del mismo barco que se va a pique. En los botes salvavidas los grandes países asiáticos quedan a flote y socorren como pueden a los sobrevivientes del antiguo sistema. Los EE.UU. pueden salir de la crisis apelando a su extraordinario y juvenil dinamismo. Europa, en cambio, se ha acostumbrado a estar jubilada.

“Cosas veredes Sancho, que harán fablar las pedras,” decía don Quijote. En el mundo del capitalismo tardío, llegó la hora de hacer cuentas. En Europa hemos visto que las cuentas no cierran. Tampoco cierran en este momento en los Estados Unidos. Pero estos últimos, a diferencia de Europa, tienen el mayor poderío militar de la historia, una sociedad flexible, una perspectiva demográfica mas halagüeña (aunque no tan buena como otrora), y una capacidad de innovación tecnológica por ahora sin igual. No sucede lo mismo con Europa. Es cierto que la Unión Europea comprende unos 500 millones de personas: son el mayor mercado rico del mundo. Posee un alto capital humano, una infraestructura excelente, y un nivel de vida superior en muchos aspectos al norteamericano (si contamos la cobertura salud, la seguridad social, el seguro de desempleo y mil beneficios más para la población en general). Pero ahí surge un problema: el gasto social no está sostenido por la creación equivalente o superior de riqueza.

Para cubrir el hueco de su avanzado pero cada vez menos sostenible nivel de vida, muchos países europeos se han endeudado. Por añadidura, se trata de una unión, la europea, de partes dispares y además, de soberanías independientes. Las unen tratados (que a veces no se cumplen), algunas políticas similares, y, por sobre todo, una moneda común. El euro es un experimento singular: una moneda única sin un gobierno central. Para ilustrar el caso con una analogía, imaginemos una cocina de 16 hornallas pero con un solo dial de control. La disparidad mayor es entre la Europa de las márgenes, en su mayoría mediterránea (aunque con componentes bálticos y atlánticos), todavía “en desarrollo,” y la Europa del Norte, más rica e industrial. En resumen, Europa es un engendro a medio camino entre un super-país y una coalición. En los últimos 20 años, la prosperidad (bastante artificial) del mundo capitalista tardío hizo olvidar esas diferencias y esa debilidad estructural. Pero a partir de la crisis mundial del 2008 en adelante ya no se pudo ignorar. Toda cadena se rompe por su eslabón mas débil. Hoy es Grecia. Pero no están lejos de esa situación otros eslabones vecinos. La sigla del conjunto de estos eslabones débiles tiene una connotación porcina: PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España).

En un marco (anterior) de naciones independientes, una crisis de la magnitud griega llevaría al default soberano (es decir a la restructuración ordenada o desordenada de la deuda), a una fuerte devaluación de la moneda nacional, y a una distribución asimétrica de la penuria en la población, con aumento de la pobreza y de la indigencia en vastos sectores, la caída de la actividad económica, la cesación del crédito y otras catástrofes por el estilo –incluyendo la emigración. Sucedió hace 9 años con la Argentina. Pero para llegar in extremis a esa “salida”, un país de la Unión Europea tiene también que salirse de ella. Para Grecia, el repudio del euro sería el equivalente del repudio de la convertibilidad en Argentina (escabullirse de un chaleco de fuerza). Pero en Europa se corre el riesgo de contagio a otros países miembros y por lo tanto lleva al temor de que la propia Unión se desintegre. En resumidas cuentas, Grecia, que es un país balcánico, puede provocar la “balcanización” del conjunto europeo. Se confirmaría así el diagnóstico lapidario de Winston Churchill sobre los países balcánicos: “Producen mas historia que la que son capaces de consumir.”

La Unión Europea decidió ayudar a los PIIGS con una inyección masiva de fondos y garantías. El rescate por valor de un trillón de dólares, y la compra de bonos tóxicos por parte de la Banca Central Europea es similar al rescate del sector financiero norteamericano hace dos años. La estrategia de “arrojar dinero” al problema es también en este caso, un rescate de los bancos europeos a costa del sacrificio de toda la población. Es socialmente injusto, pero los gobiernos lo consideran necesario para evitar una bancarrota generalizada y desordenada, que llevaría a una Depresión similar a la de los años 30. Las decisiones tomadas no hacen sino ganar tiempo y por lo tanto no gozan de la confianza de “los mercados.” Pero, aun si parcial y temporaria, es una solución solidaria. Llega un poco tarde, y por eso es dolorosa. La recuperación económica europea será lenta, ya que consiste en solidarizarse en austeridad. Como en los EE.UU., se trata de un experimento destinado a evitar una catástrofe peor. No sabemos donde terminará, pero sí podemos hacer las apreciaciones y predicciones siguientes.

en los pueblos que la componen. Los intereses nacionales todavía se contraponen al interés común. Con estos antecedentes, ¿podrá Europa cerrar filas en torno a un programa común de ajuste y austeridad? ¿Podrá el euro –un experimento monetario con sólo 12 años de edad—mantener su valor? Ninguna de estas preguntas tiene una respuesta clara, pero algo es seguro: el euro no puede ya mas aspirar a ser una moneda de reserva alternativa. Segundo, con el fin de la Guerra Fría y su vocación largamente pacifista, Europa ha dejado de ser el aliado indispensable y confiable de los Estados Unidos. Durante décadas, Europa prosperó bajo el paraguas militar norteamericano, sin asumir grandes gastos militares. Aparte de una ayuda financiera de emergencia (el respaldo de la Reserva Federal al plan de rescate de la economía europea), los Estados Unidos, que enfrentan por su parte también enormes dificultades, están menos dispuestos a sostener indefinidamente a antiguos aliados que ya no son tan necesarios y que son, por añadidura, enclenques.

Europa se enfrenta cada día más con este dilema geopolítico: si los Estados Unidos son la primer potencia militar y China la primer potencia industrial, ¿qué papel de potencia le toca a la Unión Europea? ¿Con qué se sostiene una “potencia de bienestar y dolce vita” –llena de museos, amables paisajes, hoteles simpáticos y comidas exquisitas? Si opta por este camino, perderá su fuerza y su propio destino, porque no puede ser exclusivamente una civilización retrospectiva, celosa del patrimonio pero sin grandes proyectos futuros: una utopía de jubilados. Sin embargo, la tendencia demográfica apunta a ese destino. Para compensarla, Europa hoy absorbe el excedente demográfico de regiones de verdadera explosión natalicia: el Norte de África, el Medio Oriente, y el África debajo del Sahara. El verdadero “choque de civilizaciones” tendrá lugar dentro del propio territorio europeo. En suma, frente al desafío de los BRICS y en particular el ascenso industrial de China, frente al poder militar norteamericano, frente a un nuevo crecimiento Sur-Sur en el mundo, ¿qué papel le toca a Europa? Europa tiene los recursos y los antecedentes para inventarse un nuevo futuro, pero ¿tiene la suficiente energía y voluntad de aventura? Jóvenes europeos: sois pocos, pero ¡a poner manos a la obra!

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