España: Espejo de Europa

La crisis española se ha vuelto un espejo fiel de una crisis mayor: la crisis europea. Ambas se ven acosadas por el espectro de la desintegración.“Castilla miserable, ayer dominadora,
desprecia cuanto ignora.”
Antonio Machado

«Todas las familias felices se parecen entre si; las infelices son desgraciadas en su propia manera.» Así comienza la gran novela de León Tolstoi Ana Karenina. En Europa la crisis de Grecia es distinta de la crisis de Portugal, y esta se diferencia a su vez de la crisis irlandesa, o de la crisis italiana. Pero la crisis en España es un espejo de la crisis europea. Explicaré porqué.

España, como toda Europa, se compone de regiones dispares: algunas tienen una economía robusta; otras una economía débil. La moneda única, el euro, disimuló durante mas de una década las profundas diferencias entre el centro y la periferia, entre la seriedad fiscal y el “viva la Pepa.” La moneda única fue, para los mas débiles, “plata dulce.” Corrió en ellas el dinero, los préstamos a muy bajo interés, lo que les permitió financiar la especulación (sobre todo inmobiliaria) y los proyectos descabellados. Quien viaja por España puede constatar que regiones otrora pobres se han cubierto de casas nuevas, y que en lugares recónditos se yerguen proyectos tan faraónicos como inútiles, impulsados por políticos locales y bancas regionales –las hoy desafortunadas Cajas. Verá el turista nuevos aeropuertos donde hasta hoy no ha aterrizado ningún avión, monumentales estructuras cuya función se ignora, carreteras que van de la nada a ningún lugar, y bonitos puentes que conectan riberas ya conectadas. Hoy muchas de esas regiones están en bancarrota y piden limosna al gobierno central, que a su vez pide dinero prestado a inversores a tasas muy altas, o en su defecto, a la Banca Central Europea. Las bonitas casas están vacías, sus hipotecas impagas, y se multiplican los barrios y pueblos fantasmas. Mirando hacia atrás se dará cuenta el visitante que la prosperidad española de los últimos años ha sido una lamentable quijotada.

En Madrid el gobierno central esta atrapado en una morsa: por un lado lo aprietan “los mercados” de nuestro mundo global (es decir, los inversores extranjeros); por otro lado se ve presionado por las regiones (que han logrado autonomía) –tanto las ricas como las pobres. Estas ultimas necesitan desesperadamente ayuda. Las otras se ven tentadas por el separatismo, descolgándose del gobierno central y desentendiéndose de sus hermanas necesitadas. El país vasco tiene una situación fiscal mas sana, en gran medida porque percibe sus propios impuestos y no contribuye al fisco central. Los catalanes, que financian a ese fisco sin recibir en retorno beneficios proporcionales, quieren desprenderse del estado central como hicieron los vascos, porque de continuar como están, de hecho subvencionan a las regiones débiles de la periferia. Por su parte, el gobierno de Madrid quiere imponer su voluntad centralizante a las regiones, redistribuyendo beneficios de las regiones prosperas a las mas pobres, a condición de una mayor “austeridad,” como gesto de apaciguamiento a los prestamistas extranjeros. Esta política –la de Mariano Rajoy—genera el recelo de todos dentro de España, sin terminar de convencer a “los mercados.” Mas aun, su política sólo logra exacerbar la depresión en las regiones, aumenta el peso fiscal, empobrece al pueblo, y fomenta la desocupación, que se ha transformado en especial para los jóvenes en un drama tremendo (entre los 16 y los 24 anos, la tasa de desempleo ha superado el 50%). La moneda única –el euro—no hace mas que agudizar las tensiones. Al no poder devaluar su propia moneda (la antigua peseta) no le queda a España otro remedio que la llamada “devaluación interna” que no es otra cosa que una drástica disminución de los ingresos populares, tanto directos (salarios) como indirectos (beneficios sociales).

La situación aquí presentada es claramente insostenible desde tres puntos de vista: económico, social, y político. En lo económico, el peso de la deuda aumenta (a medida que la recaudación disminuye) y la actividad económica se encuentra en caída libre. En lo social, la desocupación es tan pavorosa que la población reacciona con acciones de protesta cada vez mas severas, con ocupación de predios y latifundios en el sur del país (como sucedió en Cataluña antes de la Guerra Civil), con la inversión perversa de la relación intergeneracional (sobre esto daré un ejemplo), y con la válvula de escape sempiterna, es decir la emigración. En suma, España se ha vuelto un país que se rompe a pedazos, cuya población ha perdido el futuro, donde muchos jóvenes se van, y los que se quedan vuelven a la casa de padres y abuelos, donde viven de las pensiones (cada vez mas magras) de los ancianos. Para prueba basta un botón: los geriátricos españoles hoy están vacíos, porque las familias traen a los viejos a sus casas para vivir todos –abigarrados y empobrecidos—de la jubilación de los ancianos.

En estas condiciones, ¿para qué continuar con un solo país? Si vascos y catalanes están tentados en “salirse” de España en un “sálvense quien pueda”, ¿no tienen la misma tentación que hoy cunde en Alemania de “salirse” de Europa? Y las otras regiones mas débiles ¿qué ganan con seguir acopladas a un estado central que las oprime sin darles las condiciones de una recuperación? Un país y un continente otrora orgullosos hoy marchan hacia la propia defunción.

En su ensayo La España invertebrada, José Ortega y Gasset trazó el particularismo español a una larga decadencia que comenzó en 1580. Ortega se preguntaba porqué existen separatismos, regionalismos y nacionalismos que procuran una secesión étnica y territorial en la España de los años 20 del siglo pasado. La precondición para llegar a una respuesta consiste en reconocer la falta de un agente totalizador que le permitiera plantear un programa nacional. Este “proyecto incitador de voluntades” fue, precisamente, el proyecto imperial español: “La unión se hace para lanzar la energía española a los cuatro vientos, para inundar el planeta, para crear un Imperio aún más amplio. La condición de posibilidad de la unión nacional peninsular es la proyección política imperial más allá de la península misma: el dogma nacional es sinónimo de una política internacional. Siglos mas tarde, sin imperio y después de cuarenta años de dictadura, el proyecto europeo le dió a España nueva energia. La Union Europea ayudó mucho en la transición a la democracia pero sobre todo frenó la tendencia secular de España a la fragmentación. La crisis europea actual, que hace de Europa una zona invertebrada, volverá a exacerbar la fragmentación regional en la península ibérica.

“Mientras España tuvo empresas a que dar cima y se cernía un sentido de vida en común sobre la convivencia peninsular” decía Ortega, la unidad nacional pudo mantenerse. Sin embargo, a partir de 1580 se inició un largo proceso de decadencia y desintegración que Ortega consideraba como el avance del particularismo, es decir un incremento de la autonomía de las partes y una merma en su capacidad de imaginarse a sí mismas como órganos integrantes de una estructura superior. El particularismo se expresa regionalmente en los nacionalismos vasco y catalán, pero también entre los estratos que componen la sociedad: clases y gremios. Sea en términos políticos o sociales, el particularismo ha determinado que España sea, “más bien que una nación, una serie de compartimientos estancos”.

En la crisis actual del capitalismo tardío, ya no es Europa que salva a España sino España que anuncia la recaída de Europa en el desprendimiento particularista.

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