El Primer Decenio del Siglo: Balance y Perspectivas

Al entrar en el segundo decenio del siglo corresponde hacer un balance del primero. En el orden geopolítico, los diez años que han pasado muestran dos experiencias principales: una experiencia de limites y otra de transición. Los Estados Unidos encontraron sus limites de poder económico y militar; el capitalismo encontró sus limites de expansión y los de su legitimidad; los poderes emergentes no logran todavía afirmar una agenda propia y diferente. La transición se expresa en el paso del eje geopolítico de Occidente a Oriente, y en un vacío de poder en el Sur. En materia de pensamiento, ha habido conciencia de riesgo pero poca imaginación. El decenio que comienza tiene frente a sí dos tareas: salir de la crisis y superar la mediocridad.A diez años de comenzado el milenio, nos encontramos en plena transición –de Occidente hacia Oriente, de un capitalismo anárquico hacia uno regulado, de un desarrollo despreocupado por el entorno hacia uno respetuoso del medio ambiente, de guerra entre estados hacia procedimientos de seguridad colectiva, de paquetes ideológicos cerrados hacia un pragmatismo abierto y experimental. En materia geopolítica, me atrevo a hacer el siguiente sumario de la experiencia, a modo de balance provisorio.

Han quedado atrás las grandes tragedias del siglo veinte, pero también muchas de sus ilusiones. El socialismo no logró superar al capitalismo, sino fracasó. El capitalismo, a su vez, no logra superar sus contradicciones. La democracia se ha generalizado, pero su calidad y efectiva representatividad están en cuestión. Atrás quedaron las grandes guerras, y sobre todo el peligro de una hecatombe termonuclear. El riesgo de un conflicto entre estados y con armas de destrucción masiva persiste, pero se ha vuelto regional y no total. Nuestro “progreso” es grande, pero desigual, y de alto riesgo para nosotros y para nuestros descendientes en un planeta demasiado poblado y demasiado agobiado.

Guerra y paz

La guerra en estos tiempos es asimétrica y transversal. La adquisición de armas nucleares por parte de estados que antes no las poseían los hace entrar en la lógica de la disuasión, que había garantizado una paz armada en épocas de la guerra fría. En este registro, el cambio es el pasaje de una disuasión bipolar a una disuasión multipolar. El peligro que subsiste es el de una guerra por error, y la probabilidad de error es proporcional al numero de actores, pero aun en el peor de los casos es un riesgo local y no generalizado. La proliferación de armas nucleares hoy presenta otro desafío, a saber, la adquisición y probable detonación de una de esas armas por parte de grupos terroristas, capaces de infiltrar, en un mundo súper-comunicado, cualquier lugar, inclusive los centros principales y mejor protegidos de la civilización.

Así el decenio comenzó con la sorpresa destructiva y espectacular del 11 de septiembre del 2001, a la que siguieron otros ataques similares, sin que por el momento se haya encontrado una respuesta adecuada, y muchos menos una solución. En la guerra asimétrica, los atacantes usan métodos de bajo costo y pueden tolerar fracaso tras fracaso, ya que basta un solo éxito para alimentar la ofensiva. Quienes juegan a la defensa, por el contrario, deben invertir enormes recursos, sin poder declarar victoria, ya que esta solo estaría asegurada en la prevención de la totalidad de los casos. No existe por el momento una teoría estratégica capaz de comprender adecuadamente este desafío. Las escuelas de guerra y otros institutos afines poseen bibliotecas llenas de libros, tesis, y monografías sobre el tema, pero escritos en su inmensa mayoría por los perdedores.

El decenio se cierra con una gran incertidumbre, que ejemplifica el discurso del presidente Obama en Oslo, en ocasión de recibir su discutido Premio Nobel de la Paz. Mas que un discurso de paz, fue un discurso sobre la seguridad internacional frente a ataques nihilistas asimétricos. A pesar de su gran calidad retórica, el discurso buscaba, pero no encontraba, la coherencia. Así como en otros tiempos la paz era pax romana, hoy se trata de redefinir, en forma compartida, la noción de pax americana. Es de esperar que no tengamos el mismo destino que los romanos, cuya sed de dominio y de riqueza el historiador Tácito denunciaba ya en aquella época por boca de un jefe bárbaro (es decir, un representante de “los de afuera”) con las famosas palabras: «donde hacen un desierto, lo llaman paz» («Ubi solitudinem faciunt pacem appellant»). Pensemos en Irak y en Afganistán.

Este y Oeste

Cuando al conocido Premier chino Zhou Enlai (el segundo jefe histórico después de Mao) le preguntaron que opinaba de la Revolución Francesa, contestó “Es demasiado temprano para saber lo que significa.” Y cuando un periodista occidental le preguntó al famoso Premier Hindú Jawaharlal Nehru que opinaba de la civilización norteamericana, contestó: “Creo que seria una excelente idea.”

La visión del mundo es sin duda muy distinta si uno se posiciona en Asia. A pesar del desarrollo vertiginoso de Asia Oriental y del Sud en el último decenio, sus habitantes, y en especial sus lideres tienen una idea diferente del tiempo y una perspectiva irónica sobre lo que podemos llamar la impaciencia occidental. Para la gente de Oriente, la oscilación del péndulo geopolítico no es motivo de sorpresas. Fueron centro del mundo, allá lejos y hace tiempo. Luego el eje se desplazó hacia Europa primero y hacia los Estados Unidos después. Ahora que tanto Europa como Estados Unidos dan un paso atrás, ellos han dado dos adelante. El mundo se re-equilibra: ying y yang.

Una característica especial del actual movimiento pendular es la facilidad y la velocidad con que los pueblos asiáticos emulan e incorporan ciencia y tecnología cuya cuna o incubadora fue el Occidente, sin por ello perder sus valores. A diferencia de otras zonas del mundo –entre las que cuento África y América Latina—no percibo en los países asiáticos una crisis de identidad. Un alto funcionario del gobierno de la República Popular China le señalo a un amigo mío diplomático que el liderazgo de su país estaba compuesto por un grupo de ingenieros sin temor a afrontar los desafíos del mundo globalizado en ciencia, técnica y economía, pero sabiendo al mismo tiempo que “solamente China es eterna.” Expresó con esas palabras la combinación inusual de modernidad y tradición, de tecnocracia y continuidad. En India la fórmula es distinta (una civilización antiquísima en un país democrático), pero la unión de los contrarios es igual. Quiero sembrar en mis lectores esta inquietud inquisitiva: en el mundo globalizado, los grandes emergentes no son países jóvenes. Esta paradoja deja sin duda a los antiguos países jóvenes –desde los Estados Unidos hasta los de America Latina—en una situación descolocada. Son demasiado jóvenes (culturalmente) para ser sabios y demasiado viejos (estructuralmente) para innovar.

Balance de la globalización

A esta altura de la historia, es un balance ambiguo. Después de una decenio de globalización, el mundo a mi parecer es un organismo cuyas extremidades crecen vertiginosamente pero que tiene un mal en el corazón. Desde un punto de vista económico parece que gran parte de la periferia continuará creciendo a un ritmo sostenido, aunque tal vez no tan meteórico como el del decenio que se acaba de cerrar. Si bien ese crecimiento no dependerá tanto como antes de la locomotora occidental podrá sostenerse con el desarrollo de sus propios mercados y con la incorporación de grandes masas al mundo del consumo y la producción.

En el antiguo centro en cambio, el capitalismo tardío mantendrá una gran capacidad ociosa, un alto desempleo, y un estado gerente e ingerente que lo hará andar por mucho tiempo con muletas. Curioso destino: iniciar la globalización y ser su victima principal. Desde los Estados Unidos, con cuarenta años de propia observación, veo que en contraposición a otros capitalismos mas sanos pero geopolíticamente marginales (como es el caso de los países escandinavos), el sistema económico, que antes había encontrado en la amenaza externa de un sistema rival una cierta disciplina (fue el valor de la guerra fría), cuando su enemigo desapareció, y le ofreció por añadidura un enorme campo (antes vedado) de expansión, sencillamente se desboco. Perdió su disciplina, se desplazó, se desindustrializó, se financializó, y al final naufragó.

Camino hacia ese triste fin, el capitalismo central hizo en el último decenio de sus ilusiones escuela. Así cundió el neoliberalismo –una postura práctica e ideológica que aprovechó y aceleró la desarticulación de países otrora bien o mal armados, pero armados al fin. Fue el caso de los países de Europa del Este y de otros de América Latina. Estos hoy tratan, con éxito desigual, de rearticularse y reacoplarse a un mundo pos-neoliberal. A fuerza de resistir el embate del neoliberalismo, muchos críticos en el mundo en vías de desarrollo y en el desarrollado también no se percataron que el vendaval en la periferia anunciaba un huracán en el centro.

Las Américas, Norte y Sur

En América Latina el balance del decenio es muy matizado. En términos muy generales, ha habido mas crecimiento que desarrollo, se mantuvo un alto grado de desigualdad, se produjo una mayor desarticulación nacional y regional, y no se ha superado la dependencia, sino que ella ha cambiado de socios y de signos. Las perspectivas de América Latina son, para usar el lenguaje de Borges, las de un jardín de senderos que se bifurcan. ¿Cuál será el destino de Cuba, articulada como museo viviente de sociedades que ya no son? ¿Cómo explicar la resiliencia económica de Argentina, que al mismo tiempo que crece económicamente, se asemeja cada vez en lo social al resto de América Latina? ¿Cómo valorar la irrupción del Brasil en la escena mundial (mas que regional) y dentro del Brasil la irrupción masiva de una nueva clase media? ¿Hacia donde se dirige este gigante que ha despertado pero que permanece por el momento, en posición de “jefe sin seguidores”, para adoptar la expresión del politólogo Andrés Malamud? ¿Cómo abarcar en una sola mirada a países chicos tan dispares como Uruguay, pacifico en lo político y maduro en lo social, con Costa Rica tropical, egalitaria, ecológica y democrática –niña mimada de las Ongs—con Honduras, cuyo comportamiento de republica bananera raya en lo caricatural? ¿Cómo diagnosticar el camino hacia delante de Venezuela, cuyo socialismo no se parece en nada al cubano pero donde las regalias de petróleo permiten una democracia plebiscitaria, redistributiva y personalista donde antes habia una democracia clientelista y partidista? ¿Cómo no sospechar que Chile se ubica en el Pacifico asiático mas que en América Latina? ¿Cómo calcular el impacto a mediano y largo plazo de la movilización indigena, es decir, de una democracia étnica que al mismo tiempo incorpora y polariza a las sociedades andinas? ¿Cómo valorar nuestras democracias que han sabido sobrevivir a numerosas crisis, pero en un continente donde ya apunta de nuevo la tentación del golpe y la destitución? Son muy distintos los senderos y muchas las encrucijadas, y solo un burócrata del “Latin American desk” de una empresa multinacional o del Departamento de Estado puede hablar de un continente uniforme y unitario.
Sin embargo, en medio de tanta diversidad hay una constante geopolítica: el vacío que ha dejado la retirada de los Estados Unidos de su otrora fuerte protagonismo económico y político en el continente latinoamericano. Es como si una voz del Norte dijera: “We are otherwise engaged, and you are on your own, my friends.”

Las ideas

Hubo mucha prosa y poca poesía; mucho ruido y pocas nueces. El decenio que termina fue uno de grandes problemas, pero no de grandes ideas. Frente a la globalización desbocada, se habló mucho de sustentabilidad, de medio ambiente, y de responsabilidad social. Frente a los grandes problemas –desigualdad en aumento, pobreza, burbujas y estallidos económicos, terrorismo y violencia, genocidio y guerra civil, epidemias, crisis energéticas, calentamiento atmosférico—se ensayaron respuestas parciales y puntuales. A nuestra modesta manera, en Opinión Sur hemos publicado propuestas e iniciativas destinadas a incorporar al esfuerzo y la producción a sectores sociales que han quedado afuera, y hasta delineamos instrumentos que ayudan a la inserción de esos sectores en la creación y el goce de la riqueza. Seguiremos haciéndolo, pero en lo personal constato que nos falta un pensamiento audaz, a la altura de los desafíos que se nos presentan.

Si nos comparamos con el decenio de 1930, tan o mas difícil que el que acaba de pasar, veo que nos falta la audacia del pensamiento económico de un John Maynard Keynes en el centro, o de un Raúl Prebisch en la periferia. Manejamos mucho mas información que ellos pero nos falta su gran imaginación. Nuestra racionalidad es precisa y matemática, pero no damos todavía el gran salto de la razón integradora y carecemos por el momento de un gran proyecto movilizador. Tenemos administradores de crisis y gerentes de riesgos, pero nos faltan soñadores. Ni los fanatismos, ni las peleas mezquinas, ni el manejo técnico nos sacaran del marasmo económico y social. Me entristece encontrar en mi entorno una enorme inteligencia desparramada y al servicio de la mediocridad. La inteligencia se ha puesto a servir la ganancia individual; la audacia se expresa en violencia o en especulación. Pero inteligencia y audacia merecen mejor destino que aquel que le hemos dado. Entre los que quedaron afuera hay resentimiento y desesperacion. Entre los que actuamos dentro del sistema, predomina un activismo frenético que es también narcótico. Necesitamos encontrar una visión encantada y solidaria. Sigamos buscándola en el decenio que comienza, porque las grandes ideas enamoran.

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