La crisis griega conduce directamente a cuestionar los roles de Alemania en Europa y el de Europa en un mundo cambiante.
En este ensayo trataré de ofrecer algunas ideas que puedan ayudar a contestar cuatro preguntas importantes. Éstas son las siguientes, en orden ascendiente de importancia geopolítica: primero, la cuestión griega; segundo, la cuestión alemana; tercero, la cuestión europea; y, finalmente, la cuestión global.
Sobre la cuestión griega, luego de arduas y usualmente hostiles negociaciones, el izquierdista Primer Ministro griego Alexis Tsipras capituló ante la línea dura de los acreedores europeos, a instancias de Alemania. Es difícil para mí desentrañar su lógica, aunque muchos comentadores han tratado de excusar su comportamiento por hallarse bajo presión. Desde su propia perspectiva política, el acto fue nada menos que un espectacular cambio de rumbo. Luego de una estridente campaña en pos del rechazo griego a la austeridad, él terminó aceptando medidas austeras a cambio de un rescate que previniera—temporalmente—al país de caer en bancarrota, puro y simple. Una sincera cesación de pagos (o una amenaza de la misma) hubiese abierto el camino de una Grexit (salida de Grecia) de la Eurozona y quizás también de la Unión Europea, aunque no necesariamente. En retrospectiva, parecería que el error táctico del político griego fue precisamente para agrupar dos salidas diferentes: la salida de una única moneda—el euro—el cual, como el antiguo régimen de convertibilidad argentino del “uno a uno,” actuó como un chaleco de fuerza que impidió la recuperación. La segunda fue una más seria salida completa de la Unión Europea (UE). Ambas están relacionadas pero no indisolublemente. Hay varios países en la UE que han mantenido sus propias monedas—por ejemplo, las coronas nórdicas o la libra esterlina—y, por lo tanto, poseen mayor flexibilidad en sus políticas económicas. Ahora resulta obvio que pese a que el señor Tsipras hablaba fuerte no tenía un gran garrote. Los alemanes lo retaron a mostrar sus cartas, y el se fuer al mazo.
Luego de asegurarse un rotundo “No” a la austeridad en el referéndum, él cambió de posición y realizó exactamente lo que su predecesor de centro-derecha había hecho en previos intentos fallidos para evitar el colapso de la economía como sucede actualmente. El presente “pacto” sólo pospone otra crisis, como hicieron los anteriores, y de allí en más hasta el fin de los días. Asimismo, da la impresión que la Unión Europea no tiene que ver con unidad ni con solidaridad sino con negación y postergación . En mis consultas e investigaciones no he encontrado ningún buen argumento para apoyar que la vuelta al dracma—pese a lo difícil que podría resultar—no hubiese promovido cierta recuperación luego de la depresión, o que al menos en el corto plazo, le diera a Grecia un período de espera productivo en el cual negociar una significativa reducción de la deuda subyacente y comenzar las indispensables reformas estructurales. Esa movida hubiese demostrado buen liderazgo, determinación nacional y paradójicamente hubiese dotado a Grecia de mayor confianza por parte del resto del mundo.
El “pacto” griego es insostenible y solamente profundizará la depresión que tienen aquellos sectores más vulnerables de la sociedad griega que están sufriendo extremas privaciones, sufrimientos, penurias y miserias, tanto así que las medidas auspiciadas por los alemanes ya constituyen una violación deliberada de los derechos humanos. Algunos otros europeos—temerosos del costo humano—ya han preparado medidas “humanitarias” de alivio auxilio. Aquí tenemos otra analogía: Los alemanes puede ser que hayan logrado inducir a Europa a tratar a Grecia como los estadounidenses tratan a Puerto Rico (que también se encuentra en bancarrota actualmente): como un “estado libre asociado” que no es ni libre ni asociado ni un estado.
Pero Grecia—una pequeña nación de los Balcanes con una población equivalente a la de Chile—es solamente carne de cañón en una guerra mayor. Hemos arribado a la segunda cuestión—la alemana. Nuevamente, esta guerra se desarrolla dentro de Europa, y el “triunfo” alemán en Grecia es el disparo inicial. Esta vez la guerra es peleada con los bancos en vez de con los cañones, y las acciones financieras alemanas son el equivalente moderno del antiguo poderío militar. Otra vez, Alemania está jugando con fuego, y sus antecedentes históricos geopolíticos no argumentan favorablemente ni para Europa ni para la propia Alemania. Valiosos críticos alemanes como el filósofo y sociólogo Jurgen Habermas ha dicho que al ser “duro” con Grecia, la administración de Merkel puede que haya lanzado por la borda la buena voluntad mundial que Alemania pacientemente recuperó luego de la última gran guerra1. Es preciso considerar la mayor cuestión: desde su fundación como estado, las contribuciones de Alemania a la paz, prosperidad y estabilidad de la región y del mundo fueron sólo recientes y reticentes, desde Konrad Adenauer y Willy Brandt hasta Helmut Kohl.
Como dije, esta “guerra” es peleada en el frente financiero, y la batalla de Grexit (salida de Grecia) es sólo una skirmish (escaramuza). No olvidemos que Madame Lagarde es francesa, y fue la ministra de finanzas de su país antes de asumir el liderazgo del FMI. El gobierno francés—incluso en su presente versión más endeble—es consciente de que el “pacto” griego es una medida disciplinaria alemana—otros la llamarán acumulación de poder—orientada a los socios más débiles de la Eurozona, y no sólo a Irlanda, España, Portugal e Italia sino también a la propia Francia. Bruselas es una hoja de parra para la hegemonía alemana. Parecería que una Europa alemana está por nacer.
¿Pero es realmente así? Consideren el ensayo póstumo de otro valioso sociólogo alemán, Ulrich Beck2. El pinta un sombrío cuadro si se continúa con el presente curso de Alemania. La mera imposición económica no es verdadera hegemonía, especialmente si las recetas económicas auspiciadas por los alemanes son pro cíclicas y conducen a un callejón sin salida, como los economistas Paul Krugman y Joseph Stiglitz nos han alertado en repetidas ocasiones.
Hemos arribado a la tercera cuestión: la europea. En su obsesion por una moralista, disciplinaria y económicamente errada receta, los políticos alemanes erraron en el cálculo del efecto rebote. El ejemplo de la humillación griega va a producir una fuerte respuesta nacionalista en varios aspectos, algunos dignificados (por ejemplo, la defensa de la autonomía y soberanía cultural, como es Escocia y Cataluña), algunos completamente desagradables (como son los fascistas declarados, en Francia o Hungría y en la propia Grecia), y algunos en el medio, como el UKIP británico (Partido de la Independencia del Reino Unido). Estas respuestas fragmentarán a Europa aún más, que irónicamente es lo opuesto al proyecto Bruselas-Berlin. Una falla eventual del gobierno griego de izquierda abriría la puerta al ascenso de la extrema derecha, que es racista, xenófoba y autoritaria. ¿Qué podemos esperar cuando Berlín impone, Bruselas se equivoca y Atenas capitula?
Las debilidades de Europa llegan en el peor momento posible para la construcción de un nuevo orden mundial, al perder la oportunidad de controlar los enormes desafíos presentados por el ocaso relativo de los Estados Unidos, el punto de pivote actual de la geopolítica hacia una todavía problemática aunque quizás resurgente Asia y la implosión del Medio Oriente. Ésta es la cuarta gran cuestión. Para empezar a afrontarla, recomiendo la contribución de otro gran sociólogo alemán, Wolfgang Streeck3.
Sic transit gloria mundi4, en su incesante búsqueda de la locura.
1 . Ver http://www.theguardian.com/business/2015/jul/16/merkel-gambling-away-germanys-reputation-over-greece-says-habermas?CMP=share_btn_link
2 . Ulrich Beck, German Europe, London: 2013. También consultar https://www.stratfor.com/weekly/new-drivers-europes-geopolitics
3 . Wolfgang Streeck: How Will Capitalism End?. New Left Review 87, May-June 2014
4 . N.T.: “Así pasa la gloria del mundo”, frase que se utiliza generalmente para hablar de lo efímero de los triunfos.