El fluir del afecto

Es legítimo aspirar a encontrar el fluir del afecto en una pareja o amistad duradera. Pero esto no es sencillo por varios y diversos motivos. Uno de ellos es la dificultad de conocer y, más aun, comprender cabalmente al otro. En un comienzo cada quien presenta sus flancos favorables y oculta o ignora sus sombras, temores, sus verdaderos anhelos respecto al otro que pueden muchas veces no coincidir; otras veces no existen las condiciones personales o de contexto para poder converger en el tiempo. El conocimiento más profundo del otro emerge cuando las circunstancias van sincerando diferencias.

Sucede que muchas personas tienen o tenemos una concepción de la amistad, del afecto, de la vida, ya cristalizada. Han perdido, o nunca tuvieron, la ductilidad y la flexibilidad necesarias para avanzar aceptando la singularidad de cada quien que es el sustento para liberar sentimientos, emociones y necesidades. Sostener rígidamente una concepción de lo que “debiera ser” una relación y el otro en lugar de lo que es o podría ser, actúa como un muy estrecho molde emocional en el que deben encajar las complejidades que la otra persona –como cualquier ser humano- acarrea consigo. Esta es una aspiración irreal ya que cada quien porta una personalidad siempre única, propia de su persona, desplegada en múltiples y diversas dimensiones. Pretender que esa riqueza de vida pueda amoldarse a nuestros propios anhelos, temores, penas, decepciones, necesidades, resulta un penoso reduccionismo. Por un lado esteriliza la diversidad que enriquece; por otro, anestesia la creatividad y limita la búsqueda de nuevas formas de encontrarse; actúa como filtro de rechazo o descarte de quienes no aceptan someterse al designio de otra persona.

Procuramos encontrar otros caminantes con similares rumbos lo cual es una búsqueda válida; sólo que el rumbo es direccionalidad y no los múltiples pasos que hacen a la marcha. Una marcha de seres libres e independientes asusta a quienes sólo creen en imponer reglas para anular desvíos. El afecto abre sendas y esas sendas pueden ser compartidas en muchos pero no necesariamente en todos sus aspectos y complejidades; esto puede desconcertar a algunos. Enlazar con dureza el andar tiende a detener la marcha y olvidar el rumbo.

Esta claro que cada quien tiene el derecho existencial de procurar su derrotero como lo crea conveniente y no existen miradas superiores a otras cuando del destino singular de una persona se trata. Lo que merece reflexión es el grado de satisfacción logrado con la forma adoptada de transitar el curso de la vida y el sentido de su existir que de ahí se desprende.

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