El desenfreno global: consecuencias y opciones

El desenfreno global genera explosiones altamente disruptivas y aleja el desarrollo de nuestros países de un crecimiento orgánico. Algunos recomiendan fortalecer las regulaciones y otros incidir sobre el rumbo y el funcionamiento sistémico. Más que domesticar el potro de una crisis debiéramos evitarla cuidando del medio ambiente y abatiendo las desigualdades que priman entre países y al interior de los mismos. De sólo reconstruir la dinámica prexistente, los más golpeados por la crisis serán también los más golpeados por la “reconstrucción”. El desenfreno global aleja el desarrollo de nuestros países de un crecimiento económico orgánico; es que el desenfreno en el que estamos sumidos genera explosiones altamente disruptivas, algunas evidentes como la gran crisis de los últimos años y otras ignoradas o represadas, como las dramáticas rupturas del tejido social y el consecuente aumento de la conflictividad social, cuyo poder destructivo aún no se ha expresado plenamente.

Hasta el estallido de la crisis global la ideología dominante confiaba en la capacidad de autoregulación de los mercados: frente a disrupciones funcionales, las multitudinarias decisiones que configuran a los mercados reaccionarían hasta superar las dificultades y reencauzar otra vez el flujo económico. Esta concepción del funcionamiento sistémico no era el producto de mentes trasnochadas ni de tan sólo un fundamentalismo liberal exacerbado ya que, en muchas ocasiones, los mercados fueron y son realmente capaces de superar dificultades y restablecer una cierta trayectoria y orden económico. Sin embargo, cuando eclosionó la crisis a fines del 2007 hubieron gruesos errores de apreciación. Por de pronto, no se anticipó el alcance sistémico que tomaría la disrupción debido a la integración de mercados antes relativamente independientes y al impacto sobre las expectativas de vivir una crisis en tiempo real por el fenomenal desarrollo tecnológico en materia de comunicaciones y de circulación de la información. Ante disrupciones menores los mercados efectivamente pueden reaccionar y autoregularse pero, si se salen de madre afectando la propia viabilidad sistémica, requieren de la intervención ya no de sus reguladores sino de sus sostenedores de última instancia: los gobiernos, la sociedad, nuestros dirigentes, nosotros.

Consecuencias

En presencia de un tipo de crecimiento cada vez más concentrado y concentrador, pocos entendieron y supieron anticipar que el rumbo seguido se tornaba insostenible: el deterioro ambiental y la creciente desigualdad de ingresos entre países y al interior de los mismos, minó las bases de un crecimiento orgánico, generando una brecha cada vez más amplia entre una demanda sostenida artificialmente con endeudamiento y asistencia en lugar de con la expansión de ingresos genuinos, y una dinámica oferta productiva poco respetuosa del medio ambiente impulsada por innovaciones tecnológicas nunca antes vistas en la historia de la humanidad.

En esta crisis global, el funcionamiento sistémico concentrador de activos y de ingresos, con su contracara de desigualdad y pobreza, derrapó y se enfrentó a una situación que no supo prevenir. Las usinas convencionales de pensamiento estratégico creyeron que este tipo de acelerado crecimiento concentrador podría perpetuarse indefinidamente y que las disrupciones sociales, económicas y ambientales que podrían producirse estarían acotadas a determinados sectores y territorios. La economía internacional quedó así desprotegida para enfrentar disrupciones de naturaleza sistémica.

Fueron pocos quienes alertaron sobre esa posibilidad. Los países centrales se tornaron complacientes con el orden internacional prevaleciente, del cual mucho se beneficiaban, y confiaron sin mayor fundamento que los mecanismos autocorrectores funcionarían cada vez que una alarma los pusiera en movimiento. Pero lo que ocurrió fue algo muy distinto: cuando se gatilló el tsunami financiero los sistemas de autoregulación quedaron desbordados y se demostraron inefectivos.

Opciones

Hoy hay quienes sostienen que tan sólo habría que fortalecer las regulaciones mientras que otros piensan que no existirían sistemas de autoregulación tan potentes como para enfrentar una crisis sistémica y que lo que se impone es hacer jugar la decisión política y los recursos públicos para asegurar un crecimiento orgánico de modo de tener que intervenir correctivamente sólo en casos extremos. El tema de fondo no pasa por cómo domesticar el potro de una crisis sino por evitar generarla; esto es, ajustar el rumbo y el funcionamiento sistémico prevaleciente de modo de corregir los groseros desbalances que nos alejan de un crecimiento orgánico capaz de precautelar el medio ambiente y abatir las desigualdades que priman entre países y al interior de los mismos.

Desde la perspectiva señalada, uno de los más urgentes desafíos contemporáneos es decidir qué tipo de desenlace de la crisis habremos de adoptar. Las soluciones de “emergencia” que plantean, con sospechoso apuro, reconstruir lo que existía en la pre-crisis son sólo una de las opciones posibles; ellas son portadoras de una compleja trama de intereses, algunos legítimos y otros ilegítimos, estructurados de modo que aquellos posibiliten camuflar a los que no sería posible defender abiertamente. De reconstruir la dinámica prexistente, los más golpeados por la crisis serán también los más golpeados por la “reconstrucción”.

Es que al interior de los países se sacrifican a quienes caen en el desempleo, a quienes se mantienen en la pobreza o indigencia, a las empresas vulnerables, a la solidaridad y la significación de los esfuerzos. Se acentúa la desigualdad, el descuido ambiental; se consagra el crecimiento concentrador.

De modo semejante, a nivel internacional se sacrifican a los países más vulnerables y rezagados, como son los países no emergentes del Hemisferio Sur y aún algunos en el Norte como Islandia, Grecia, Irlanda, España y otros. Sin embargo en el caso europeo, para proteger su propia seguridad e intereses, los países más afluentes saldrán en última instancia al rescate de los países en problemas aunque imponiendo sacrificios, una vez más, a los segmentos poblacionales de la base de la pirámide. Para el resto del mundo, no existirá el gran hermano

Si nos abocásemos a transformar la dinámica prexistente, buena parte de estos efectos podrían evitarse o revertirse. Otras opciones más promisorias pueden preservar el medio ambiente y transformar aquello que nos divide y enfrenta, cerrar la brecha de ingresos y de conocimiento, dar paso a una cultura de trabajo eficiente, solidario y significativo, eliminando privilegios y poniéndonos a todos en pie de igualdad para encarar las oportunidades que se abren al esfuerzo personal y colectivo. Esto, traducido en medidas y decisiones operacionalizables, es lo que está en juego cuando hoy optamos entre muy distintas salidas de la crisis.

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