Cuesta abajo en la rodada

Efectivamente, hemos entrado en la segunda Gran Depresión del mundo capitalista. Esta nota pretende dar una idea de las cifras y de la velocidad de la caída en la actividad económica, pero sobre todo, una idea de la destrucción de riqueza en el mundo. Queda por ver si la acción concertada de los distintos gobiernos lograra frenar la caída y quedan por ver y analizar las consecuencias geopolíticas del descomunal desbarranco.Vivo a diez cuadras de Wall Street. Me corresponde presenciar un derrumbe económico que por su magnitud no tiene precedentes, aunque si hay algunas lecciones de las que aprender en la memoria histórica de la crisis bancaria norteamericana de 1907, la gran crisis financiero/económica de 1929-32, y mas recientemente, del colapso de la segunda economía mundial –el Japón– en la década del 90.

Pero esta crisis es la mayor de todas. A diferencia de la crisis japonesa, está es una crisis sincronizada global. A diferencia de la Gran Depresión de 1929-32, la magnitud de la presente crisis es muy superior. Estamos frente al colapso del proceso de globalización mas reciente, y nos percatamos que la economía globalizada estaba centrada efectivamente no solo en los Estados Unidos, sino mas precisamente en el barrio de Wall Street, y que ese centro era igual al centro de una rosca de Pascua, o, en la jerga neoyorquina, igual al de un bagel, es decir, a un agujero.

Es una crisis que por su propio volumen, y por la dinámica especifica del sistema capitalista, se enfrenta a las personas como una catástrofe sobrenatural, mas allá de todo control humano. Frente a este fenómeno, los distintos gobiernos del planeta se aprestan a dar batalla con las herramientas fiscales y monetarias que tienen a su disposición. Pero si ésta es una batalla, no se trata de dos ejércitos normales enfrentados, sino de una lucha desigual, como las de la ciencia ficción –algo así como “La Guerra de los Mundos” en su versión novelada (H.G. Wells, 1898) o radiofónica (Orson Welles, 1939). Se enfrentan, por un lado, la contracción económica mas aguda desde 1980, la onda deflacionaria mas fuerte desde la Gran Depresión, la caída inmobiliaria mas grande de la historia, y el mayor record de quiebras financieras de todo el repertorio económico. Frente a estos monstruos se apertrechan nuestros dirigentes con la combinación mas audaz de emisión monetaria, de rescates gubernamentales, y de planes de estimulo que se haya jamás ensayado.

La mayoría de los políticos y de los economistas esperan que las fuerzas de defensa logren frenar o desarmar al monstruo que tienen enfrente. Esperan que los gobiernos y sus dirigentes rescaten prácticamente a todas las grandes instituciones que están naufragando en este momento; que impriman dinero en forma casi indiscriminada para financiar cuanta mala decisión hayan hecho los grandes bancos, las grandes compañías de seguros, y las grandes industrias manufactureras; que salgan a manotazos de la actual parálisis financiera y crediticia sin considerar sus causas; que mantengan un altísimo nivel de deuda publica (interna y externa) por tiempo indeterminado; y que superen la delación con la inflación.

En la urgencia del trámite, no se detienen a considerar que una vez desatada, la inflación es muy difícil de frenar; que puede muy bien destruir el valor de la moneda; y que a la larga puede condenar el capitalismo a una desagradable agonía.

Otros –los menos—piensan que esta estrategia (que es la que comenzó a utilizar la administración Bush en sus postrimerías y que seguirá con mas ahínco la nueva administración Obama) es optimista a corto o mediano plazo, pero fatal en el largo. En otras palabras, el éxito de esta estrategia, si éxito ha de tener, será de corto aliento. Consideran que, con todo su armamentario, las fuerzas de intervención no lograrán ninguno de los objetivos que se proponen, a saber:

– No lograrán revertir la liquidación de malas deudas, por tanto tiempo postergada
– No lograrán frenar la reducción necesaria en el costo y el nivel de vida
– No lograrán crear una salida inflacionaria y hacer bajar el valor del dólar
– No lograrán postergar la hora del trabajo duro y del sacrificio
– No lograrán proteger la ineficiencia y desincentivar la innovación
– No lograrán institucionalizar la mediocridad en aras de la seguridad

El Congreso norteamericano acaba de aprobar, en la Cámara Baja, un programa de estímulo de mas de 800 mil millones. Pero el Departamento del Tesoro al mismo tiempo ha reconocido el fracaso de su programa anterior de 700 mil millones (TARP), destinado a inyectar dinero a la economía, a través del vapuleado sector financiero. En las primeras escaramuzas de la batalla, los mejores planes de intervención han sido neutralizados por ese gran enemigo que se llama Deflación.

La deflación no es sólo una caída de los precios. Port supuesto que tal caída está ya en marcha, como me consta en los saldos y reducción de precios y tarifas en casi todos los negocios por los que paso cada dia. La deflación es algo mas: significa destrucción de riqueza. En este momento tal destrucción avanza a paso acelerado y la sentimos todos los ciudadanos en nuestra mas íntima cotidianidad. En contraste con este ritmo destructor, las medidas de gobierno –a pesar de su premura—se mueven a una velocidad menor. Los paquetes de rescate mas osados son mucho mas pequeños que las riqueza que se “quema” dia a dia. Y para mayor preocupación, los gobernantes no saben cómo hacer que los dineros que prodigan lleguen a manos de quienes realmente los necesitan. En esta “Guerra de los mundos” las fuerzas de defensa tienen armas de menor calibre que las del enemigo. Hagamos el recuento:

En primer lugar, la destrucción de riqueza es varias veces superior al tamaño de los rescates mas dispendiosos. Cada trimestre, la Reserva Federal de los EE.UU. publica en minucioso detalle la riqueza nacional en cinco categorías: valores inmobiliarios, valores corporativos, acciones de fondos mutuos, las reservas de pensiones y seguros, y finalmente los haberes de organizaciones no-gubernamentales sin fines de lucro, como ser, entre otras, las universidades, las iglesias, y las fundaciones. Su tabulación, basada en la publicación de la Reserva Federal titulada Flujo de Fondos, es la siguiente:

Cuadro 1: Destrucción masiva de la riqueza en los EE.UU.
2007-2008. [ver cuadros->www.opinionsur.org.ar/cuadros.doc]

Este cuadro muestra bien cómo en el primer trimestre del 2007 los hogares empezaron a perder dinero en el sector inmobiliario. Es el comienzo de la llamada crisis hipotecaria subprime, unos 53.000 millones. En el segundo trimestre, las pérdidas se abultaron hasta llegar a 190.000 millones, bajaron un poco en el tercer trimestre (496.000 millones) y volvieron a subir el último trimestre, a unos 708.000 millones. En este último periodo la destrucción de riqueza se trasladó a los otros sectores: valores bursátiles, seguros de vida, reservas de pensiones jubilatorias. Las pérdidas ya sumaban un trillón y medio de dólares (un trillón es un millón de millones, es decir 10 12). La tendencia se acelero en el 2008. Las familias perdieron otros casi tres trillones de valor inmobiliario en el primer timestre y siguieron perdiendo en el segundo, a pesar de un estímulo económico, para volver a los casi 3 trillones de perdidas en el tercer trimestre. Para fines del ano pasado, las pérdidas inmobiliarias sumaban casi 8 trillones! Esta cifra es 8 veces el valor del paquete de estímulo propuesto por Obama y 11 veces el valor del primer paquete de rescate del Tesoro (el programa TARP del Secretario Paulsen). En los últimos meses, el gobierno ha dedicado nuevas y cuantiosas sumas a nuevos programas de garantías, para evitar la bancarrota de grandes instituciones. Pero dinero garantizado no es dinero gastado. Mientras escribo estas líneas hay gran ansiedad por evitar la quiebra de nada menos que Citibank. Creo que no habrá otra solución que la nacionalización lisa y llana de Citibank y tal vez también de otros gigantes de la banca privada, que se metió en camisa de once varas.

En segundo lugar, la liquidación de deuda privada –la fuerza deflacionaria mayor que existe—ya ha comenzado. Durante varias décadas hemos visto la acumulación de deudas en la economía norteamericana, hasta llegar a niveles insostenibles: montanas de prestamos, pagares, bonos, hipotecas , tarjetas de crédito y papel interbancario se acumulaban ano tras ano. Pero en el tercer trimestre del 2007 todo cambio de repente. Empezó con la liquidación de deuda a plazo corto en los mercados interbancarios y en el Mercado de deuda corta entre corporaciones (papel comercial). Luego la liquidación se extendió al sector hipotecario y a los bonos. En el tercer trimestre del 2008 hubo ya una liquidación en masa. Los cuadros 2 y 3 darán al lector una idea del proceso:

Cuadro 2 Colapso de la deuda hipotecaria en los EE.UU.
[ver cuadros->www.opinionsur.org.ar/cuadros.doc] Cuadro 3 Aceleración de la destrucción de riqueza en los EE.UU.
2007-2008. Perdidas en miles de millones de dólares.
[ver cuadros->www.opinionsur.org.ar/cuadros.doc]

Se trata de algo mucho mas serio que una estrangulación del crédito, que es una disminución en la creación de deuda nueva. Aquí estamos frente a la destrucción de deudas impagas, que se dan por perdidas. El proceso está a la vista en los pueblos y ciudades norteamericanas: cae el precio de las casas; hay ejecución en masa de hipotecas, y los bancos acreedores pasan los números de haberes a pasivos, hasta tocar su propia bancarrota. Es un ciclo clásico, diría que casi de manual, de deflación y colapso de deuda, similar al que sucedió entre 1929 y 1932, aunque muchos no quieran admitirlo.

Como si esto fuera poco, ha comenzado la caída de los precios. En los últimos meses los precios de las commodities han bajado en forma equivalente a la caída durante la Gran Depresión. El precio del petróleo bajo un 73%, el cobre un 66%, el níquel 73%, el platino 66% y el trigo 64%, para citar solo unos pocos ejemplos.

El Índice de Precios al Productor, que es mas fiable y sensible que el Índice de Precios al Consumidor, baja a un ritmo de mas del 2% mensual. Todo esto se refleja naturalmente en la el desbarranco del Promedio Industrial Dow Jones –el mayor en 75 anos de existencia.

Finalmente, hasta la fecha los programas de gasto gubernamental no han sido suficientes. Como dicen los gauchos, uno puede llevar a los caballos al río pero no puede obligarlos a beber. Las cuantiosas sumas otorgadas a los bancos han quedado en los cofres de los mismos. ¿A quien le van a prestar? Paralelamente, los industriales anuncian despidos masivos y archivan planes de inversión y construcción. Lo hacen porque tienen una gran capacidad ociosa. Recordemos lo que decía Marx: las crisis capitalistas suceden no porque hay poca mercadería sino porque hay demasiada. Hay demasiadas casas que no se venden, demasiada ropa que nadie compra, demasiadas oficinas que nadie ocupa, demasiados shoppings vacíos.

Es probable que la nueva administración Obama inicie una serie de programas de obras públicas masivas, equivalente al WPA de F.D. Roosevelt en 1933. Pero es mas fácil decidirlo que ejecutarlo. El riesgo aquí es la multiplicación de programas inútiles, si hay demasiada premura. Pero si no hay premura la economía prosigue su desbarranco. Es un dilema de hierro el que hereda Obama. Una advertencia histórica: El los años 90, el Japón lanzo un programa de estimulo de 10.7 trillones de yen en agosto de 1992, otro de 13.2 trillones en abril de 1993, 6.2 trillones, 6,2 trillones en septiembre del mismo ano, 15.3 en febrero de 1994, 14.2 trillones en septiembre de 1995, 16.7 trillones en abril de 1998, 23.9 trillones en noviembre de 1998, y 18 trillones en noviembre de 1999. El total: 118,2 trillones de yen, equivalente a 1,3 trillones de dólares actuales (ajustados en concepto de inflación y del PBI relativo de la economía norteamericana). Todo ese esfuerzo no produjo resultados: Japón perdió una década de crecimiento mediocre y de baja en el valor de sus acciones. ¿Tuvo mejor suerte el programa de obras públicas y estímulos del presidente Roosevelt en los años treinta? Los estudiosos del tema –entre ellos el Sr. Bernanke, jefe de la Reserva Federal—no están tan seguros. Y prosigue el debate acerca de porque con todos los estímulos la economía norteamericana no salió del pozo hasta el año 1943 (en plena movilización de Guerra).

¿Tendremos mejor suerte nosotros, o habrá que esperar diez años de recomposición económica y social? Es el gran interrogante con el que se abre la presidencia de un hombre nuevo, serio y respetuoso. ¡Vaya regalito que le deja su predecesor!

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