El tremendo proceso de concentración de la riqueza que prevalece en el mundo (62 personas han concentrado la misma riqueza que 3600 millones de personas) castiga a inmensas mayorías manteniéndolas en la pobreza o haciéndolas retroceder en niveles de vida y derechos esforzadamente adquiridos, destruye inmisericorde el medio ambiente por su irresponsable acción depredadora, mina la cohesión social y agudiza antagonismos entre países, entroniza la codicia sin fin y el egoísmo de sólo atender lo propio sin considerar las aspiraciones y los sufrimientos de los demás.
En ese contexto el desasosiego se expande explosivamente en múltiples direcciones. No es casualidad que esa lava de furias y frustraciones no se focalice en transformar las diversas modalidades que tiene el proceso concentrador, si no el único sin duda uno de los mayores responsables de la conmoción e inestabilidad contemporánea. Ocurre que quienes se han apoderado del timón de la marcha global han logrado implantar mecanismos para desviar el potencial transformador de modo que no afecten sus intereses y privilegios. Esos mecanismos constituyen un poderoso arsenal para manipular y domesticar la voluntad popular: combina medios disuasivos (el poder de imponer y de reprimir) con medios de alienación y desorientación (colonización de las mentes, banalización de la vida y alienación de conductas). La capacidad de comprender lo que sucede está peligrosamente amenazada.
Los artículos de este número de Opinión Sur, De la desigualdad a la inestabilidad, Los acabadores y La bomba atómica y los juegos olímpicos, convergen sobre el desafío de comprender críticas instancias de nuestras realidades.
Cordial saludo,
Los Editores