¿Buscamos querer ser feliz o tener razón?

Mensaje a una joven pareja acerca de comprender y perdonar a los padresAnte todo mis disculpas por irrumpir sin pleno conocimiento de causa en un tema tan personal y sensible como las diferencias que sienten con su padre/suegro. Cada situación familiar es singular y, en ese sentido, única. Un extraño como yo que apenas roza la vida de ustedes no tiene la capacidad para captar la complejidad de esa relación, sus causas profundas, la dinámica que tuvo y tiene; ni siquiera puedo conocer la significación que adquiere para cada uno de ustedes esa controversia. Sin embargo ayer, no sé cómo, sentí tejido sensible más allá de las declaraciones de indiferencia que pronunciaron.

Son mujer y hombre adultos con trayectoria lanzada. Seguro que han dado varias batallas existenciales y, como todos nosotros seres humanos, deben haber tenido caídas y levantadas. El dolor y las penas no les serán ajenos como tampoco las alegrías y el amor que, se nota, les une. Puedo mencionarles que los padres, que también somos adultos imperfectos como lo son ustedes, al brindar aquello que somos capaces de brindar deslizamos también nuestras propias penas, aciertos y errores; sólo que como las nuestras son voces de padres resuenan como rayos en ustedes, sea tanto para reafirmar el valor de sus identidades como para trastornar la marcha que han escogido. Es que mezclamos todos altruismos con mezquindades, entrega genuina con grises rencores; cuestiones raras de larga data que las más de las veces no nos damos cuenta que existen ni de dónde vienen tal como, me temo, también les debe pasar a ustedes.

Ayer dijeron (el sentido es de ustedes, las palabras mías) que los más viejos debieran tener mejor criterio, ejercer mayor prudencia, ser más justos y cuidadosos para ayudarles y no perjudicarles con juicios personales sin fundamento que lastiman muy duro. Ojala fuese siempre así; pero aquello de la imperfección de los humanos también se refleja en las relaciones con quienes más queremos, como son nuestras parejas, nuestros padres, hijos y nietos. Esto no justifica ni condona falta alguna y cada quien debe saber protegerse frente a agresiones y heridas. Pero, alerta, la razón es más elusiva de lo que uno cree y, aunque siempre aspiremos a tenerla de nuestro lado, no es así como las verdades germinan.

Les cuento de un grafiti que algún genio (de esos de verdad, genio de vida) escribió en el puente que atraviesa la avenida Córdoba a la altura de Juan B. Justo y que, con la simplicidad demoledora de las preguntas que te hacen crecer, decía: «¿Querés ser feliz o tener razón?». Confieso que ese pinchazo en el trasero del orgullo me hizo reflexionar a fondo y puedo decir que bajaron mucho las ganas de seguir peleando por «mi» razón, siempre única, superior, irrenunciable, aupada en la inexperiencia, en la propia inseguridad y en esa peligrosa soberbia camuflada de dignidad.

No sé porqué les hablo de todo esto (descífrenlo ustedes) pero hay dos cosas más que me brotan al recordar nuestro breve encuentro: comprender y perdonar. Comprender en serio, desde el otro y no comprender para reforzar que tenemos razón; comprender desde el sentir, la motivación, la razón y razones de la otra persona.

Comprender no es conceder ni tampoco adoptar la otra perspectiva. Comprender de pleno corazón es la antesala del perdonar; un perdón que no significa regalarse y mucho menos volver a colocarse en la línea de fuego; perdonar como una acto de generosidad más allá de lo generosos que sepamos o no sepamos ser en nuestra cotidianeidad. Perdón que además les permita descargar la propia mochila para que la intoxicación del no-perdón no contamine otros sentimientos de amor entre ustedes, sus niños, la familia entera. Está claro que no perdona el débil sino aquel de fortaleza interior.

Un abrazo y mis disculpas por asomar el hocico sin invitación.

Roberto

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