¿Paraí­sos fiscales o sumideros financieros?

Últimamente, los paraísos fiscales han tenido mucha prensa. En Gran Bretaña, el movimiento UK Uncut organizó manifestaciones en todo el país contra la elusión fiscal por parte de millonarios y grandes empresas, y puso en evidencia la vinculación que existe entre las ganancias transferidas al extranjero y los déficits y recortes presupuestarios del país.
En los Estados Unidos, el New York Times reveló hace un mes que GE, una de las mayores empresas del país, generó el 46% de sus utilidades en los Estados Unidos durante los tres últimos años, pero contabilizó menos de un quinto de ellas en ese país y transfirió la mayor parte de su beneficio contable a países con baja presión fiscal. En 2010, valiéndose de las lagunas existentes en la legislación tributaria de los Estados Unidos (cuya sanción fue promovida por los lobbistas de la empresa ante los legisladores en Washington), GE pagó impuestos negativos: a pesar de haber registrado ganancias antes de impuestos en Estados Unidos por US$5.100 millones, la empresa recibió un crédito fiscal de US$3.200 millones. Este y otros ejemplos de casos de descarada evasión fiscal por parte de algunas empresas, está inspirando el surgimiento de US Uncut, una prima estadounidense del movimiento británico.

Sin embargo, el término “paraíso fiscal” es un eufemismo por dos razones.

En primer lugar, «paraíso” connota un refugio seguro contra la opresión. Como afirma Nicholas Saxson en su nuevo libro, Treasure Islands: Tax Havens and the Men Who Stole the World, los paraísos fiscales «ofrecen rutas de escape de las obligaciones que conlleva el vivir en una sociedad y obtener beneficios de ella.» Brindan refugio no de la opresión sino de la responsabilidad: la responsabilidad de contribuir a la infraestructura física e institucional de las economías donde los evasores obtienen sus ganancias.

En segundo lugar, cuando hablamos de los paraísos “fiscales”, no se trata sólo de evasión impositiva. El dinero se desvía a estos lugares no sólo para eludir a la autoridad fiscal, sino también para ocultarse de la ley. Por tratarse de jurisdicciones con secreto fiscal, en los paraísos fiscales, los tenedores de activos pueden ocultar sus identidades de las autoridades de sus propios países y, a menudo, también de las propias autoridades de las jurisdicciones con secreto fiscal. Por un precio modesto, testaferros, sociedades fantasmas y transacciones escondidas en muchos niveles proporcionan anonimato.

Al ofrecer refugio al botín de políticos corruptos, funcionarios deshonestos y delincuentes organizados e impedir su detección y restitución, los territorios con secreto fiscal funcionan como sumideros financieros, lugares donde enormes sumas de dinero circulan entre el mundo de la economía legítima y el submundo de la economía ilícita.

Las islas tropicales son las jurisdicciones con secreto fiscal más famosas. En un debate del año 2008, el entonces candidato presidencial Barack Obama mencionó que hay un edificio en las Islas Caimán que “supuestamente alberga 12.000 corporaciones”, por lo cual es “o el más grande edificio o el más grande fraude fiscal del que se tenga registro”. Ese mismo año, un informe de la Oficina de Auditoría General de los Estados Unidos reveló que el Citigroup contaba con 90 subsidiarias sólo en las Islas Caimán

Pero como deja en claro el libro de Shaxson, los mismos Estados Unidos y Gran Bretaña son participantes de peso en el juego del secreto. Ambos países reciben gustosos dinero extranjero de dudoso origen sin hacer ninguna o casi ninguna pregunta.

Los costos de los sumideros financieros recaen sobre simples ciudadanos en todo el mundo, no sólo los contribuyentes de los países industrializados sino también muchas de las personas más pobres del mundo. En nuestro libro de próxima aparación, Africa’s Odious Debts, mi colega Léonce Ndikumana y yo documentamos la fuga de US$ 735.000 millones (en dólares constantes de 2008) desde el África Sub-Sahariana entre 1970 y 2008. La mayoría de esos fondos desaparecieron en sumideros financieros: los depósitos de origen africano registrados en bancos occidentales equivalían a menos del 6% de dicha suma.

Para poner en perspectiva la hemorragia de capital de origen africano, la deuda extranjera total de los mismos países era de US$177 mil millones a fines de 2008. En este sentido, África es un acreedor neto del resto del mundo: su activo externo supera ampliamente su pasivo externo. Sin embargo, una diferencia crucial es que los activos son privados y están ocultos, mientras que los pasivos son públicos, una deuda contraída por el pueblo africano a través de sus gobiernos.

La toma de conciencia pública acerca de estas cuestiones se debe en gran parte a la acción de grupos de presión como Tax Justice Network, Global Financial Integrity y Global Witness, que han puesto al descubierto la oscura contracara del sistema financiero internacional. Los gobiernos también están comenzando a prestar más atención al tema. En 2009, un grupo de trabajo del gobierno noruego elaboró un exhaustivo informe acerca de cómo los paraísos fiscales socavan el desarrollo de los países de bajos ingresos. En los Estados Unidos, el senador demócrata por el estado de Michigan, Carl Levin, está propugnando la sanción de una ley para limitar fuertemente las jurisdicciones con secreto fiscal y obligar a los Estados Unidos a dejar de participar en actividades tendientes a ocultar dinero.

Cuando, una generación atrás, los países del mundo se unieron para erradicar la viruela, lograron una victoria histórica para la salud pública global. La cooperación internacional para terminar con los sumideros financieros mundiales podría resultar en una victoria de similar magnitud para el saneamiento de la economía global. Esta es una causa que convoca a los estadounidenses y africanos de a pie por igual.

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